Cuando vi que el Ministerio de la Verdad –o sea, Google– decidió cambiar el nombre de Golfo de México por el de "Golfo de América" para complacer el afán imperialista del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, me vinieron dos cosas a la cabeza. La primera, que es una afición compartida por los gobernantes autoritarios renombrar, o directamente nominar, a fin de que sus hazañas sean evocadas. Así, el Paseo de la Castellana de Madrid fue en su momento la Avenida del Generalísimo o Ciudad del Este, en Paraguay, se llamó durante mucho tiempo Puerto Stroessner.
Lo segundo que recordé fue la última frase de la novela El Nombre de la Rosa, la famosa "stat rosa pristina nomine, nomina nuda tenemus", texto que en su momento no entendí, como la mayoría de las locuciones latinas que plagan el libro. En esa época no había internet y un diccionario me habría servido de poco al no tener la más mínima noción de gramática latina. Por eso fue una lectura rara, porque tenía la sensación permanente de que me estaba perdiendo lo importante. A la vez me sorprendía que la editorial Lumen no se compadeciese de los legos como yo introduciendo unas cuantas notas a pie de página con la traducción correspondiente. Quizá esa racanería con el conocimiento fuese una manera de ser fiel al personaje de Jorge de Burgos y a su empeño de restringir ciertos saberes a quienes no estábamos preparados.
Durante esa lectura, reviví la misma sensación que tenía de niño cuando emitían los viejos musicales de Shirley Temple en la única estación de televisión que se podía sintonizar en mi pueblo. La trama casi siempre partía de una situación de riesgo para la niña, bien porque sus padres tuvieran algún tipo de conflicto, bien porque algo la amenazase directamente. Lo desconcertante era que, en los momentos de mayor tensión o cuando se resolvía el argumento, ella se ponía a bailar y a cantar en inglés canciones que explicaban lo que había pasado, y yo no entendía nada porque no había subtítulos ni estaban dobladas al español como el resto de la película.
En ambos casos el conocimiento –en este caso de idiomas– servía como una barrera de entrada a otros mundos restringidos o poco accesibles. Afortunadamente las cosas han cambiado gracias a la red y su gran revolución, que ha democratizado el conocimiento al facilitar el acceso al mismo. De hecho, la situación arriba descrita ahora se habría resuelto en segundos: con una simple pregunta escrita en la barra del navegador de internet del teléfono hubiera tenido a mi alcance cientos de explicaciones textos, videos o audios que me lo habrían aclarado. Pero, y ahí está la contradicción, a la vez que el conocimiento es más accesible, también es más vulnerable, pues ha bastado la decisión de un iluminado con capacidad para controlar al oráculo moderno de Google para cambiar el nombre de un accidente geográfico.
El cambio de denominación del Golfo no es un simple capricho, sino que tiene que ver con la construcción de nuevas verdades, de nuevas realidades"
La cuestión es que años después de haber leído la novela y gracias al sesudo análisis de un suplemento cultural me enteré de que la críptica frase "stat rosa pristina nomine, nomina nuda tenemus" significa más o menos "de la rosa solo nos queda el nombre”, lo que es decir que por su nombre existe. Un tema clásico de la semiótica que explica muy bien por qué el cambio de denominación del Golfo no es un simple capricho, sino que tiene que ver con la construcción de nuevas verdades, de nuevas realidades, algo en lo que están empeñados esos líderes políticos que acaban de celebrar su aquelarre, al ritmo de motosierra, en Washington, en la reunión anual de la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC).
Entre los oradores del evento, Javier Milei, un señor con estudios superiores que ha sacado a su país de la Organización Mundial de la Salud porque cree que las personas que se pasan años estudiando para curar a otros seres humanos, y que han conseguido mejorar la esperanza de vida de la especie, son unos conspiradores contra la libertad por haber promovido las cuarentenas durante la epidemia de la COVID-19.
Para cambiar la realidad no solamente están cambiando los nombres y los hechos, sino también la manera de establecer qué es verdadero. Frente al paradigma científico, caracterizado por un método que busca evidencia de forma reiterada y sistemática y, además, es falsable, es decir, no establece verdades inmutables, sino susceptibles de refutación, la verdad de los "Golfos de América" se instaura en las redes sociales a partir de aquello que la gente cree que es de sentido común –la tierra es plana o pagar impuestos es un robo– o a través de la suma de opiniones que se vuelven mayoritarias, virales, en un internet convertido en el nuevo agregador de verdad.
Así, otro pilar que soporta este modelo parte del conocido criterio de autoridad, es decir, del reconocimiento social de que hay un grupo de personas cuyo discernimiento es más cualificado. Esto no sería de extrañar si se tratara de quienes han dedicado su vida al estudio de un ámbito del saber y actúan como expertos, el problema es cuando comparten ese espacio, en igualdad de condiciones, con influencers, ya sean políticos, millonarios o jovencitos confusos que ponen morrito, cuyo mérito es tener muchos seguidores en las redes, no la persistencia en el estudio sistemático o específico de un fenómeno.
Ahora bien ¿cómo hemos conseguido que la generación menos analfabeta y con mayor nivel de estudios de la historia de la humanidad se crea a pies juntillas cualquier cosa que ve en un video de TikTok o YouTube? Simplemente no tengo respuesta, pero resulta preocupante la cantidad de personas que se suman a "la otra verdad" y, sobre todo, su credulidad y su falta de capacidad crítica.
Un buen ejemplo de esto es el escándalo de los criptobros estafados por la empresa que promocionó Javier Milei. Fue suficiente que él pusiera un post en una red social para que miles de personas entregasen ciegamente su dinero, a pesar de que todo ello tenía muy mala pinta. Pero, en este caso, lo más sorprendente no es que sean unos panolis que van de listillos, sino que, denostando al Estado y evadiendo el pago de impuestos, recurran ahora a ese mismo Estado para que quienes sí pagan impuestos se hagan responsables de, como dijo Milei, "sus pérdidas en el casino". La pregunta es ¿qué habría pasado si en lugar de ser estafados se hubieran forrado? Seguramente nos hubieran mirado por encima del hombro y fardado de lo listos que son por enriquecerse comprando y vendiendo humo sin pagar un centavo de impuestos, haciendo gloria de los que son: los "Golfos de América".
Francisco Sánchez es director de Instituto de Iberoamérica de la Universidad de Salamanca. Aquí puede leer los artículos que ha publicado en El Independiente.
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hace 2 horas
Los «estafados» no van a poder fardar de haber dado un pelotazo. Pero muchos siguen poniendo morritos en las redes y tienen miles de likes.
Hay más tontos que botellines y subiendo…o escalando