Pedro Sánchez le va haciendo el paisito a Puigdemont poco a poco, como una maqueta de tren eléctrico, arbolito a arbolito, barrera a barrera, guardia a guardia. El nuevo pacto contempla nada menos que las competencias en inmigración, algo que va más allá de la pela y de las concesiones simbólicas, metalúrgicas o folclóricas, al otorgarles fronteras internacionales siquiera de tiza o de pespunte. Incluso sin pela y sin mitología, unas fronteras bastan para hacer un país en las salas de mapas, en las burocracias propias y ajenas, en la imagen mental de los aborígenes y también en la de los extranjeros, que ahora serán todos menos la tribu indepe. Lo de la constitucionalidad a uno le parece superfluo, porque Sánchez trabaja con hechos consumados y estos hechos, desde la amnistía a la condonación de la deuda, nos van confirmando que no hay nada imposible, como ha venido a decir ya Jordi Turull. O sea, que no sabemos si todo esto se aplicará a los moritos de África o también a los moritos de Jerez, que pasarán por la comisaría o la aduana como berlineses por el Muro, entre metralletas, alambres de espino y águilas robadas de sus cielos, banderas y guerreras.
El control de las fronteras no es una casita nueva del guardagujas, no es una cuestión policial, organizativa, decorativa o alegórica. No se trata de tener en el puesto de control o en las gendarmerías de la extranjería la figura entrevaticana del mosso (los mossos parecen defender un papado o un dogma más que unas leyes) en vez de la figura torera del guardia civil o del policía nacional, así como para hacer la postalita de Buckingham Palace indepe. Tampoco se trata de vigilar mejor si entra de extranjis tabaco o embutido chino. Se trata de una cuestión política, social y moral. Política porque no hay nada más político que la soberanía territorial, que no sólo define unos límites físicos de esa nación de los mitos y las canciones sino un ámbito tangible y efectivo de autoridad. Y social porque lo que buscan no es sólo tomar posesión de su territorio ante el mundo y ante España, de igual a igual, sino, como ellos mismos han reconocido, preservar una identidad. O, más bien, una pureza; pureza que será cultural, ideológica o de origen, pero que va más allá de la mera condición de ciudadano o de ser humano. Y aquí es donde entra la moral, porque el paisito de cartón pretende ser no sólo un paisito político sino, sobre todo, un paisito racial, algo que, en realidad, ya sabíamos.
Sánchez no les ha concedido fronteras de ladrillo o plastilina, sino el comienzo del control de la catalanidad con garrota
Sánchez no sólo le concede al independentismo clavar físicamente su bandera, un poco medieval y un poco agresiva aun sin demasiados medios, como una bandera de Albania, sino que le concede el control de la catalanidad. No es el control geográfico, burocrático, simbólico o ferroviario de las fronteras lo que les interesa y preocupa a ellos, sino el control de la catalanidad, que es la sustancia, más todavía que la tierra feudal o sagrada que pisan, que los sostiene. Así que la policía fronteriza catalana, la policía de inmigración catalana, será ante todo una policía de la catalanidad, algo así como una policía iraní con ribetito rojo. Ha dicho Puigdemont que hay “un modelo de vida catalán”, una especie de manual de instrucciones y de comportamiento que uno imagina como esos textos del Antiguo Testamento sobre no mezclar tejidos o cultivos, no cocinar un cabrito en la leche de su madre o que el sumo sacerdote lleve campanillas (yo diría que Puigdemont y Junqueras las llevan). Y que este modelo, o sea esta ortodoxia, hay que protegerla. Se refiere, claro, a protegerla con la porra y la patada. Pero es más grave considerar que hay una ortodoxia.
La concesión de Sánchez es política, social y moral / inmoral, aunque para Sánchez nada de esto significa nada, que lo importante es la aritmética que le permite seguir sentado en el cojincito de rajá que le parecen a él el escaño y el colchón de agua de la Moncloa. La concesión de Sánchez es seguramente inconstitucional, aunque eso tampoco significa nada ahora. El mismo Marlaska, que es ministro del Interior porque hay un interior, o sea no sólo un espacio físico que se llama España sino una autoridad sobre él, dijo en el Congreso que las fronteras y la inmigración “son competencia exclusiva del Estado y del Gobierno central, por lo que no son susceptibles de ser transferidos o delegados”. También lo dijo Pilar Alegría, aunque ella es capaz de decir cualquier cosa y además le suena igual, a carta a los corintios, como le ha sonado ahora lo contrario. Pero ya digo que estas cosas ni sorprenden ni tienen importancia en el sanchismo. Lo significativo es que la concesión de Sánchez es peligrosa, que les ha dado la estaca de la pureza a los fanáticos de la pureza y eso sólo puede acabar a estacazos.
Sánchez les va haciendo poco a poco el paisito de piedra, oro, césped y palo a Puigdemont y a todos los indepes (queda por ver si Esquerra verá racismo en el racismo o sólo verá españolismo en los africanos). No es la frontera, ni la inmigración, sino la pureza, como ha sido desde el principio. Se nota porque esta gente nunca habla de la ley, que es lo que importa en el mundo civilizado, la ley que nos hace ciudadanos iguales y a la que no le debe importar si comes hormigas, si tu dios tiene pelo de ángel o de cabra o si quieres la independencia u otro Mundial. Por eso siempre hablan de maneras, de integración, de cultura, de “modelo de vida” como si fuera un modelo de santidad. Y por supuesto no se refieren sólo al inmigrante ilegal, sino también a andaluces e incluso a catalanes disidentes. Sánchez no les ha concedido fronteras de ladrillo o plastilina, sino el comienzo del control de la catalanidad con garrota. Y la catalanidad a garrotazos no tiene intención ni posibilidad de quedarse en las fronteras, ni de distinguir al morito de África del morito de Jerez o del morito de Badalona.
2 Comentarios
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hace 8 horas
Tampoco hay que darle más transcendencia a eso de la » delegación fronteriza «. Pienso que es simplemente que los Mozos de Cuadra puedan controlar una pequeña parte de la frontera con Francia, para que el huido Presidente en funciones de España, el Sr Puigdemont, pueda entrar y salir de Cataluña sin que nadie le diga nada.
hace 11 horas
Gracias Nerón Sánchez, el caradura de Marlaska y demás secuaces. Permite lo que habla de Trump, ellos lo llaman devolver y los sociocomunistas lo llaman deportar, pero es lo mismo.
Gracias a Trump los perros y los gatos no se lo comen los inmigrantes y gracias a Nerón Sánchez los inmigrantes no se comen el catalán. Estamos salvados.