Posaban sonrientes. Extasiados. Tres policías, cada uno con un arma en la mano. Entre ellos, el cuerpo de un hombre. Barriga fuera, cara ensangrentada, los pies descalzos. Acaban de matar al capo más importante del mundo. Pablo Escobar había sido abatido a tiros en un tejado tras una larga persecución. Se acababan los años de asesinatos, de desapariciones, de cocaína.
Este 2 de diciembre se cumplen 25 años de aquel día en el que una parte de Colombia acabó con un narco y la otra perdió a El Patrón. Pablo Emilio Escobar Gaviria nació el 1 de diciembre de 1949 en Rionegro. Nada hacía pensar que el tercer hijo de una familia humilde de Medellín iba a acabar manejando la cocaína de medio mundo y, ni mucho menos, convirtiéndose en el enemigo número uno de Estados Unidos.
Pablo heredó la inteligencia de mí y la honradez de su padre", destacaba su madre Hermilda
Escobar destacó siempre. Era de esas personas con capacidad para embaucar. Encantaba y se dejaba seguir. Era rápido para los negocios y desde muy joven se dedicó a la reventa, los créditos a bajo interés entre sus vecinos pobres y, al poco tiempo, ya era un contrabandista. No estaba solo. Él y su primo, Gustavo Gaviria, eran un auténtico equipo, aunque Escobar siempre dejaba claro que él estaba al mando. "Pablo heredó la inteligencia de mí y la honradez de su padre", destacaba su madre Hermilda, rezando siempre a la virgen de Atocha, y añadía que "desde pequeño alquilaba bicicletas y revistas de cómics -aquellas del Llanero Solitario, del Zorro y del Santo que leían los jóvenes de los años sesenta para hacer negocio".
Después se pasó a la venta de lápidas. Él y Gustavo iban de pueblo en pueblo arrinconando a todos aquellos que habían perdido a un ser querido. Más tarde, se dieron cuenta de que el negocio era otro. Entraban en cementerios, robaban las que ya habían sido utilizadas y las revendían.
No tardaron en sentirse cómodos con el dinero. Querían más. Y sabían que honradamente se quedarían en la misma situación que sus padres. Casas humildes y jornadas maratonianas. Así que, con apenas 22 años, Escobar empezó a enredar. Fue en 1972, y él y su grupo de amigos desvalijaban coches y los vendían a piezas. Pero, también se les quedó pequeño y se adentraron en el mundo del contrabando.
Sólo tuvieron que pasar cinco años para que, en 1977, le sacasen su peor foto y la más conocida. Pablo Escobar posaba con 27 años bajo el foco de la cámara de los agentes de policía. Con el número 128482. Era la primera vez que le detenían. Había intentado pasar 39 kilos de coca en los bajos de un coche. Miraba desafiante al fotógrafo. Dejaba intuir que se creía por encima de todo aquello. Y todo aquello era la ley.
El proceso lo abrió la jueza Mariela Espinosa, fue ella quien consiguió la orden para poder llevarlo a comisaría. Pero a los pocos meses Escobar ya estaba en la calle. Sería Espinosa la que se diese cuenta de que este chaval de Medellín no era un mero intermediario. Sería ella la que acabaría asesinada años más tarde.
"Plata o plomo"
Puede que ese paso por comisaría le llevase a planear mejor las cosas, a saber que debía tener poder para poder disfrutar de su dinero. Ya empezaba a tener demasiado, ya era el patrón del Cártel de Cali.
En la década de los ochenta cogió mucha más fuerza. La cocaína salía de su país a todos los lugares del mundo y él era el que más producto tenía de todo Colombia. El Patrón ya era uno de los hombres más ricos de su país. Y de los más conocidos. Además, a Escobar no le gustaba el anonimato. Por eso, se encargó de financiar el barrio Medellín sin Tugurios (también conocido como el barrio de Pablo Escobar). Casi 800 viviendas para gente necesitada. Pensaba a largo plazo, en poco tiempo esa gente le daría su voto y se convertiría en teniente de alcalde del ayuntamiento de su ciudad.
Pero, como siempre, él quería más. A principios de los 80 decidió dar otro paso. Montó Civismo en Marcha y en 1982 ya era diputado suplente en el Congreso de la República. Mientras salía en todas las televisiones como el héroe de los pobres o como un presunto narcotraficante, dependiendo del medio, Escobar se encontraba en el centro de la política y disfrutaba de la Hacienda Nápoles.
Se creía un rey y se montó su palacio. Allí albergó a más de 200 especies exóticas. Hipopótamos, jirafas, elefantes...
Se creía un rey y se montó un palacio. Allí albergó a más de 200 especies exóticas. Hipopótamos, jirafas, elefantes. Además de una colección de coches de la que no se puede calcular el valor. Todo lo que le gustaba se lo compraba y aun tenía problemas para legalizar todo el dinero que le sobraba. A mediados de los 80, Escobar ingresaba unos 420 millones de dólares a la semana, lo que equivale a casi 22.000 millones por año.
Pero todo se empezó a complicar. Su partido pertenecía a la coalición Nuevo Liberalismo y Escobar tuvo la mala suerte de toparse con un político honesto. Luis Carlos Galán lo expulsó del movimiento, no quería a un criminal en sus filas. Entonces empezó un verdadero asedio. En 1983 Escobar se esconde, los medios no dejan de sacar noticias sobre sus negocios. Ya no quería ser fotografiado, no quería ser visto. La Interpol y la DEA tenían su foto clavada en todos los corchos. En ese momento Escobar ya estaba considerado el narco más importante y el hombres más rico del mundo.
En Colombia la relación con los narcos se puso tensa. Estados Unidos, uno de los más perjudicados por la droga de Escobar, decidió intervenir. Quería extraditar a todos los miembros de los cártel, juzgarlos y encarcelarlos en su país. El gobierno latinoamericano se negó. Era su país, eran sus narcos y eran sus leyes. Todos los patrones de los cártel se levantaron: "Preferimos una tumba en Colombia a una celda en Estados Unidos", usaron como lema. Y parecía que Colombia les estaba apoyando.
Hubo una ola de asesinatos que llevaría a la tumba a jueces, diputados, líderes populares y candidatos a la presidencia"
Pero todo cambió el 20 de abril de 1984 cuando a Escobar se le ocurrió pegarle un tiró al ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla. Él era partidario de la extradición y el Cártel de Medellín se lo quitó de encima. El gobierno, con Betancur a la cabeza, se hartó. Le declaró la guerra al narcotráfico y sobre todo a Escobar. Comenzaba la peor época de Colombia. Una ola de asesinatos que llevaría a la tumba a jueces, diputados, líderes populares, candidatos a la presidencia. Incluso al director de El Espectador, el diario que había sacado a la luz todos sus trapicheos. Escobar estaba desatado.
Tanto, que ya los asesinatos uno a uno le parecían poca cosa. Comenzó con los atentados. En 1989 voló la sede del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), setenta personas fallecieron. El gobierno colombiano se vio entre la espada y la pared y en 1991, bajo el mandato de Gaviria, decretó una ley en contra de la extradición. Ganaba Escobar, ya no tenía que pisar EEUU. Los capos se sintieron seguros y se entregaron, estaban hartos de esconderse y sabían que no iban a estar mal en la cárcel.
Escobar negoció muy bien. Se construyó su propia prisión, la famosa La Catedral. Un auténtico palacio donde hacía lo que quería y tenía todas las comodidades. Su familia entraba y salía como le venía en gana. Y él estaba ahí con todos los miembros de su cártel, que continuaron con el negocio incluso presos. Pero las ventajas penitenciarias de Escobar llegaron a oídos de los estadounidenses.
El Patrón tembló. Pensó que iban a ir a por él, que sabían dónde estaba y lo matarían y decidió huir. Volvió a los atentados, a las coacciones. Estaba escondido pero seguía al mando y estaba más furioso que nunca. Lo que no pensó es que el pueblo se levantaría contra él. Un grupo conocido como Los Pepes, formados por aquellos a los que Escobar había causado algún daño, comenzaron a plantarle batalla. Atacaban sus propiedades, mataban a sus secuaces e incluso mataron a miembros de su familia.
Esa falsa libertad le duró un año. El Bloque de Búsqueda, un grupo especial creado por el gobierno y que contaba con medio millar de hombres, encontró el talón de Aquiles del narco. Durante sus últimos días de vida se dedicó a llamar a su familia e interceptaron las comunicaciones. Escobar cayó el 2 de diciembre de 1993, con miles de muertos a sus espaldas. Muchos celebraron su caída y otros muchos lloraron la muerte del que consideraban el patrón del pueblo.
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