A nuestros abuelos, todavía a algunos de nuestros padres, los curas les advertían que se quedarían ciegos si se masturbaban. En Hanna y sus hermanas, la fertilidad del personaje de Woody Allen era puesta en cuestión por su afición al onanismo. Que viene del bíblico Onán, el padre de todo esto –aunque no de sus hijos, ya que derramaba en tierra para no embarazar a su señora–. Durante siglos la masturbación ha resultado sospechosa, cuando no condenable, porque desafiaba el machihembrado mecanicismo de la sagrada reproducción. Como la sodomía.

Y lo ha seguido siendo por otras razones, al menos en el caso de los hombres. Porque para las mujeres normalizar la masturbación fue algo así como el posgrado de la liberación sexual. Ya no se trataba de tomar las riendas en la batalla de los sexos, sino de dejar claro al hombre que era potencialmente prescindible. Los electrodomésticos de formas vagamente fálicas que en los 60 se anunciaban en las páginas de clasificados de los periódicos como masajeadores que aliviaban la tensión física y nerviosa dieron paso en el cambio de siglo, gracias a las pequeñas baterías recargables de litio, a sofisticados vibradores que no disimulaban su función y que ni siquiera hacía falta esconder en el cajón de la mesilla de noche porque eran incluso decorativos. Además de una declaración de intenciones. Su uso desacomplejado por referentes de la feminidad contemporánea como Samantha Jones y Miranda Hobbes en Sexo en Nueva York terminaron de homologar este accesorio imprescindible en la vida sexual de la mujer de hoy.

Al alcance de la mano

¿Por qué entonces en el caso de los hombres la masturbación sigue siendo algo vergonzante? Una hipótesis tiene que ver con que su práctica se relaciona con la inmadurez o la supuesta incapacidad del individuo para encontrar compañera. El onanismo sería, pues, cosa de adolescentes, esa época de formación en todos los sentidos, en la que todavía no se está preparado para salir de la guarida y tomar a una hembra que satisfaga su irremediable y natural instinto. Y si se usa o se abusa de ese recurso pasada la edad es que se es un perdedor, un célibe involuntario que por tímido, por feo o por ambas cosas –la lotería genética haciendo estragos en su versión más cruel– merece quedar relegado en el juego implacable de la reproducción –algunos criptobros le han dado la vuelta a esta circunstancia exaltando las virtudes de la abstinencia–.

El horizonte de deseo y necesidad de la masturbación es en realidad mucho más amplio, pero el tabú sigue operando sin demasiadas consideraciones. Y si masturbarse ha seguido siendo pecado para el hombre en la sociedad secularizada, introducir juguetes en la operación ha resultado impensable. Al menos para ese varón heterosexual obsesionado con que no le confundan con lo que no es. Pero en la sociedad actual todo cambia a velocidad de vértigo, e incluso el rígido edificio de la heteronormatividad abre nuevas ventanas, hipótesis y excepciones impensables hace muy poco.

'Good vibes only'

Esto lo ha sabido ver Lelo. La empresa sueca, referente mundial en el diseño y fabricación de juguetes sexuales como dildos y succionadores de clítoris, viene apostando también desde hace tiempo por los productos para hombres. Ahora acaba de lanzar el F2, versión mejorada de su "consola de placer" que se puede manejar desde el móvil con una intuitiva aplicación. Sus dos motores independientes, situados a ambos extremos del aparato, proporcionan a su interior de suave silicona 13 modos de vibración y ocho velocidades ajustables y programables al gusto del usuario –o de alguien a quien se quiera dar ese poder a distancia a través de otro dispositivo–. También ofrece un modo IA interactivo que reacciona a los movimientos de quien lo maneja.

Este auténtico orgasmatrón representa la "gamificación" definitiva de la masturbación, en palabras del divulgador sexual Óscar Ferrani, que el pasado jueves 13 de marzo presentó el F2 en un evento exclusivo en Madrid. Pero todas estas prestaciones de última generación no despejan de por sí el acechante fantasma incel y la sospecha de que se trate de otra vagina artificial. Hacía falta algo más, y es ahí donde la inteligente estrategia del fabricante sueco marca la diferencia: su dispositivo no está diseñado solo para el placer, es también una herramienta de bienestar. Se trata de "una unidad de entrenamiento para aprender jugando" que ayuda a mejorar el control eyaculatorio y a entrenar el suelo pélvico. Una máquina que permite a quien lo usa "alterar la percepción sensible" y "reconectar" con su pene y los músculos que lo rodean, propiciando relaciones más duraderas y satisfactorias.

Para confirmar la importancia de un correcto mantenimiento del suelo pélvico masculino, el mediático entrenador e influencer Cesc Escolà se hizo fotos sosteniendo el F2 –detrás, un neón con la oportuna frase Good vibes only– y ofreció una masterclass de fit pilates con refuerzo en esta zona clave del cuerpo, la primera que impartía desde que en enero se rompió el tendón de Aquiles del pie izquierdo, aunque cualquiera lo diría. Introducir ejercicios Kegel –sí, los hombres también pueden y deben hacerlos– en planchas, sentadillas y demás ejercicios llevaron el entrenamiento a otro nivel. Y terminó de convencer a los asistentes de que una masturbación consciente, asistida o no por un dispositivo de última generación, puede hacer mucho por la salud. Y ser una inmejorable coartada para un autoplacer sin culpa.