En 2014, poco después del nacimiento de su primer nieto, la prestigiosa antropóloga y primatóloga texana Sarah Blaffer Hrdy asistió maravillada a una sencilla escena doméstica. Su yerno David bañaba delicadamente al recién nacido en una palangana de plástico encajada en el fregadero de la cocina familiar. De repente, esa colección de pequeños gestos, realizados con naturalidad ante sus ojos, cuestionaba buena parte de sus convicciones como científica, empezando por el "adoctrinamiento evolucionista" que había recibido en Harvard. ¿Cómo era posible que aquel descendiente del hombre cazador supuestamente ajeno por instinto a la crianza de sus vástagos, pudiera entregarse a los cuidados de ese tierno bebé con genuino interés y dedicación?
Blaffer recordó entonces el nacimiento de su primera hija, Katrinka, en diciembre de 1977. Ella era entonces una investigadora postdoctoral de 31 años en la Universidad de Harvard. Su marido, un prometedor médico, asistió emocionado al parto sin participar, y al día siguiente volvió al trabajo en el hospital. "Y yo me quedé en casa, abrazando a Katrinka con satisfacción", mirando por la ventana la tormenta de nieve que azotaba Boston y asumiendo con naturalidad su condición de madre, de "mamífera" diseñada para cuidar a los demás.
Desmontando la paternidad
"Nada en mi formación científica, ni en mi educación, me hizo cuestionar la naturalidad de la madre como figura central en la crianza de los niños", confiesa Blaffer en El padre en escena, el libro que escribió para resolver la perplejidad y las incógnitas que le sugirió la escena del baño de su nieto y publicado hace pocas semanas en España por Capitán Swing.

Incluso le pareció normal que dos años más tarde, su tutor postdoctoral en Harvard, el brillante teórico de la evolución Robert Trivers, le dijera a un periodista que lo mejor que podía hacer su pupila era "dedicar más tiempo, estudio y reflexión a criar una hija sana para que la infelicidad no siga transmitiéndose de generación en generación". En lugar de sentirse indignada, cuenta Blaffer, "me corroía la inseguridad. En el fondo temía que tuviera razón".
Cuando en 2012 Trivers se disculpó por aquellas palabras, todo había cambiado. Los hombres tenían derecho a permisos de paternidad tan prolongados como los de las mujeres y habían asumido paulatinamente un rol más implicado en la crianza de los hijos. ¿Qué significaba este cambio? ¿Era una demostración de que la evolución cultural podía modificar comportamientos e inclinaciones inherentes a la especie? ¿O acaso lo que hemos considerado roles sexuales con una sólida base biológica siempre fueron más culturales que otra cosa?
Del padre distante al padre amoroso
De todo ello escribe Sarah Blaffer Hrdy con el conocimiento adquirido durante décadas de investigaciones observando el comportamiento de los primates, incluidos los humanos. Y también habiendo leído mucho para despejar las dudas y los errores acumulados durante ese tiempo e incorporar los estudios más recientes que explican la evolución de la idea de paternidad. Del tópico del padre proveedor, distante y severo, con el que crecieron y se criaron los de la generación de la autora, al padre amoroso y cercano capaz de hacer y ofrecer lo que antes correspondía en exclusiva a la madre y que ilustra a la perfección su yerno David.
"Los científicos solo están empezando a estudiar lo que ocurre en los hombres cuando cuidan bebés, pero ya sabemos que experimentan diversos cambios neurofisiológicos y que muchos encuentran la experiencia satisfactoria y profundamente positiva", asegura Blaffer. Según la antropóloga, los nuevos modelos de masculinidad y de familia no solo demuestran que los hombres siempre han contado con "capacidades de cuidado" fundamentadas en la biología, sino que los cambios sociales son una evidencia de las transformaciones que se producen en el interior de los hombres cuando estos se convierten en padres.
Menos testosterona
Entre los procesos neurofisiológicos que acarrea la llegada de la paternidad y el contacto estrecho y continuado con los bebés, uno de los más relevantes es la reducción de los niveles de testosterona en el organismo del nuevo padre. Y el aumento del índice de prolactina, una hormona vinculada con el embarazo y la lactancia materna cuya presencia se asocia con una respuesta rápida a estímulos de alarma como el llanto de un bebé.
En 2013, un estudio de la Universidad de Emory en Atlanta fue más allá y estableció un correlato entre el nivel de implicación de un hombre en el cuidado de sus hijos y el tamaño de sus testículos, las glándulas sexuales responsables precisamente de la producción de testosterona, la hormona de la lucha por la vida, del instinto de conservación del hombre cazador. "Podría ser que los hombres con testículos más pequeños fueran más propensos a convertirse en padres cariñosos", apunta Blaffer. O que los hombres experimentaran un ajuste fisiológico al convertirse en padres y que al implicarse como cuidadores sus testículos encogieran.
Tu bebé también remodela tu cerebro
Otro órgano expuesto a los cambios con la paternidad es el cerebro. En 2014, un equipo de la Universidad de Denver descubrió aumentos de la materia gris y la materia blanca en la corteza cerebral de 16 padres primerizos doce semanas después del nacimiento de sus hijos. Esta área es rica en receptores de oxitocina, una hormona implicada en la empatía y, por tanto, en la respuesta a las necesidades del bebé.
No obstante, el resultado de otros trabajos hace más difícil sacar conclusiones de esos cambios cerebrales. Un estudio transnacional basado en la resonancia magnética de los cerebros de veinte padres primerizos en España y veinte norteamericanos que esperaban su primer hijo observó en 2022 una reducción sensible de un área posterior del córtex en quienes ya habían dado a luz.
La clave está en el cuidado
Todavía queda mucho por saber de estas transformaciones en el cerebro paterno, pero lo que sí se sabe es que no están asociados a la existencia de un vínculo genético. En 2014, la investigadora israelí Ruth Feldman encabezó un estudio con 89 parejas estables de padres primerizos con bebés de entre 12 y 18 meses. De ellas, 48 estaban formadas por hombres homosexuales. Los resultados demostraron que la disposición al cuidado de los participantes no dependía de que hubiera una relación de parentesco con los hijos de dichas parejas, concebidos en su mayoría por gestación subrogada. Además, en estos hombres "atípicos" que ejercían la paternidad sin una presencia femenina, se advirtió la activación de redes neuronales antiguas "que se remontan a los primeros mamíferos", las mismas que "durante doscientos millones de años ayudaron a las madres hipervigilantes a mantener a salvo sus bebés".
"Aún estamos lejos de entender exactamente lo que sucede en el cerebro de un hombre que se vuelve tan generoso como una madre, exhibiendo prioridades comparables", reconoce Sarah Blaffer Hrdy. Pero lo que parece evidente, a la luz de las investigaciones llevadas a cabo hasta la fecha y recogidas en El padre en escena, es que "cuando se relajan lo suficiente las normas sociales por las que se juzga a los hombres, se los respeta por su diligente cuidado y, en el caso del propio bebé al que cuidan, este les devuelve el favor con una adoración embriagadora, los hombres se sienten motivados a cuidar todavía más". Aunque se les encojan los testículos.
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