Lo que ocurre en Andalucía es que ahora hay una oportunidad para la gobernanza. Antes, sólo había politiquilla, trepas, gorrones, cuentos de hadas y brujas, sobras para el pobre como uvas picadas antes por palomas, e instituciones llenas de comisarios políticos igual que trenes llenos de soldados. El poder del PSOE había convertido el hecho de gobernar en una tapadera. Había un enemigo encorvado en Madrid o en la derecha, había buenos andaluces fáciles de consolar con la alegría de sus pies descalzos y un sol alimenticio como una tortilla de camarones. Se aplacaba al pueblo con simbología, con alegorías, que es lo que parecía Susana a veces, con espada, cornucopia y lechuza, una alegoría de ateneo o un logo de cooperativa olivarera. Pero no se gobernaba, sólo se atendía papeleo, sólo se mandaba al andaluz a la ventanilla o a Juan y Medio, mientras la Junta servía para alimentar al PSOE andaluz y el PSOE andaluz servía para alimentar a la Junta. Cuarenta años han tardado los andaluces en darse cuenta de que no se come con la bufanda futbolera de la bandera, ni con la saudade vendimiadora de Carlos Cano, ni con la carta de ajuste, heroica o frugívora, de Hércules en taparrabos. Andalucía ha vivido una era simbólica. Ahora puede hacerse otra cosa, pero han aparecido otros políticos simbólicos, los de Vox.
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