Pablo Iglesias ha pasado de la soledad del gentío a la soledad de su batamanta, pero siempre estuvo solo. Me refiero a que un héroe siempre está solo, con el silbido del viento o el de las multitudes. Iglesias ha trazado una curva sentimental completa desde la soledad enardecida del líder, la soledad de estatua con el dedo tieso ante la historia, hasta la soledad íntima y gastroenterítica del desahuciado. Podemos nació de él, de Iglesias, de su icono, de su imagen de aparcacoches que se enfrentaba al sistema como al guardia por aquellas tertulias tarotistas de la televisión profunda. Y con él o en él tiene que acabar.
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