Tras perder la batalla por la hegemonía de la izquierda frente al PSOE, Podemos se enfrenta a una nueva disputa electoral: el voto de los indignados. En 2015 y 2016, el partido de Pablo Iglesias superó los cinco millones de sufragios, muchos de ellos procedentes del movimiento 15-M y de sectores de la población enfadados por la crisis económica. La hipótesis populista que defendía entonces Podemos situaba a su electorado contra "los de arriba", los que mandaban y los privilegiados, la "casta" con la que ahora se identifica a la dirigencia del partido desde que sus dos líderes se compraron un chalet de 600.000 euros. Buena parte de ese malestar se canaliza ahora hacia Vox, que se presenta como nueva oferta antisistema.
Según la encuesta de GAD3 publicada ayer en Abc, el partido de Santiago Abascal podría superar a Podemos y situarse como cuarta fuerza política con el apoyo de un 12,1% del electorado y 36 diputados frente a los 30 que obtendría el partido de Iglesias con el respaldo de sólo un 11,8% de los votantes. Frente a esa amenaza, Podemos está modelando sus mensajes para disputar ese granero de voto. La estrategia que plantea es huir del "discurso del miedo" utilizado por el PSOE, que en vez de atraer a ese electorado lo aleja al ofenderlo. En vez de acusar al potencial votante de Vox, Podemos intentará seducirlo con una propuesta "de ilusión y de esperanza", explican fuentes del partido.
En ese sentido, Podemos aprende de los errores del PSOE, que en 2015 tuvo ese debate interno sobre cómo combatir el auge del partido de Iglesias. Mientras algunos dirigentes territoriales optaban por atacar a Podemos, veteranos como Josep Borrell y nuevos líderes como Pedro Sánchez intentaron seducir al votante perdido tendiendo puentes hacia la colaboración. "Me equivoqué al tachar a Podemos de populista”. “El PSOE tiene que mirar de tú a tú a Podemos y trabajar codo con codo con Podemos”. “No supe entender el movimiento que había detrás de Pablo Iglesias, la cantidad de gente joven que quiere cambiar la política con un discurso transformador y renovador. Creo que el PSOE tiene que mirar de tú a tú y trabajar codo con codo con Podemos”, aseguró como militante raso Pedro Sánchez en el programa Salvados de la Sexta el día después de dimitir como diputado para no abstenerse en la investidura de Rajoy en octubre de 2016.
El discurso del miedo a la derecha también fracasó estrepitosamente en las elecciones andaluzas, cuando Susana Díaz intentó movilizar al electorado progresista asegurando que el PP y Vox acabarían con conquistas sociales como la educación, la sanidad o las ayudas a las personas dependientes si alcanzaban el Gobierno.
Con ese objetivo de seducir en vez de alejar al votante indignado, Podemos prepara un nuevo discurso que se lanzará a la vuelta de Pablo Iglesias, a partir del 23 de marzo. El partido pretende entonces dejar de concentrarse en sus disputas internas -especialmente en su enfrentamiento con Íñigo Errejón en Madrid- para volver a abrirse a la sociedad como hizo en 2015 y 2016. Confiando en su capacidad de remontar en las campañas electorales, que ahora se presentan como decisivas por el elevado porcentaje de indecisos, Podemos confía en conseguir un renacer que evite el sorpasso de Vox y lo deje, al menos, en cuarta posición. Recuperar el voto femenino se presenta también vital en esa línea, por lo que se intensificarán controles internos para evitar errores como el cartel anunciador de la vuelta de Iglesias.
Las empresas demoscópicas no se ponen de acuerdo en darle una proyección estable al partido de Santiago Abascal por la dificultad de predecir el resultado en las 26 circunscripciones que reparten cinco o menos escaños en las elecciones generales, sin contar con las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla, que sólo reparten uno. Soria, Ávila, Cuenca, Guadalajara, Huesca, Palencia, Segovia, Teruel, Zamora, Salamanca, La Rioja, Ourense, Lugo, Lérida, León, Cáceres, Burgos, Albacete, Álava, Cantabria, Castellón, Ciudad Real, Huelva, Jaén, Navarra y Valladolid reparten dos, tres, cuatro o cinco escaños en un sistema electoral en el que compiten cinco fuerzas de ámbito nacional. Fue una distribución diseñada en origen para un escenario bipartidista pero que ya ha quedado obsoleta. Durante décadas su única víctima fue Izquierda Unida, pero ahora los damnificados son más y sus voces más fuertes.
En las generales de 2016, Unidos Podemos consiguió un 21.15% del voto pero se quedó sin representación en 14 circunscripciones de 52. Ciudadanos sólo obtuvo escaños en 20 de las 52 circunscripciones en liza, con un 13% de los sufragios. Podemos corre el riesgo cierto de acabar quinto en la mayoría de estas circunscripciones y de desaparecer del mapa electoral en casi todo el interior de España, donde se disputan entre 25 y 30 escaños. Las elecciones andaluzas demostraron la penetración del partido de Abascal en zonas rurales.
Un estudio de Sigma Dos para El Mundo sobre la transferencia de votos en Andalucía reveló que de las 396.000 papeletas logradas por Vox, un 45% llegaron de electores que en 2015 apostaron por el PP; casi un 15% de personas que votaron a Ciudadanos y otro 15% procedente de partidos de la izquierda (PSOE, Podemos e Izquierda Unida). Según ese informe, el partido de Abascal arrebató 178.000 votantes al PP; 58.000 a Ciudadanos; 28.000 a Podemos; 26.000 al PSOE y 5.000 a Izquierda Unida, a los que se sumaron 33.000 que antes apoyaban otras fuerzas políticas y de la abstención. En las elecciones autonómicas de 2015, Vox sólo obtuvo 18.000 votos en Andalucía.
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