Volvamos, por un momento, a la escena: alrededor de 40 hombres encapuchados, portando armas largas, irrumpieron en el hogar de Roberto Marrero, director del despacho del presidente Juan Guaidó. Decir que ocurrió un allanamiento sería malversar lo ocurrido. Irrumpieron, golpearon, destruyeron todo lo que encontraron a su paso. Le sembraron armas. Las imágenes posteriores a los hechos no permiten duda alguna: el objetivo no era solo detener a Marrero. También destruir sus bienes domésticos, desfigurar su hogar, hacer trizas los fundamentos de su vida cotidiana.
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