Qué es el infierno? Para los griegos, por ejemplo, era el lugar donde, después de la muerte, las almas de los pecadores eran torturadas… Cada cultura tiene su propio infierno con sus demonios particulares. Si nos preguntasen a nosotros divagaríamos hasta acabar describiendo un lugar lúgubre, lleno de fuego y de dolor. Si esa pregunta se la trasladamos a una mujer afgana su respuesta nos dejaría estupefactos.
Para ellas el infierno es una puerta. La cual siempre permanece cerrada y que nunca podrán traspasar. Viven encarceladas en vida. Son esclavas de un monstruo que las tiraniza. Y, por las noches, todas y cada una de las noches, ese ser monstruoso las visita para abusar sexualmente de ellas. En Afganistán el infierno existe y los monstruos también, a pesar de tener rostro humano.
Formas geométricas, dibujadas con henna natural, decoran las delicadas manos de Nassia. Los pies también están cincelados con esmero. La niña tiene la mirada perdida. Oculta su rostro tras un trozo de tela verde, su traje de bodas. Hoy es un día inolvidable para ella. Se acaba de casar. Ha dejado de ser una niña para convertirse en mujer y en esposa. Pero está triste. Ausente. La pena ahoga cualquier tipo de emoción. Es un día que no olvidará jamás. Por mucho que lo intente…
-“¿Eres feliz?”, pregunto sin obtener respuesta.
La niña se hace un ovillo detrás de la tela verde. Ahora oculta, incluso, sus ojos negros como la noche. Daría su vida por desaparecer de aquel lugar. Huir lo más lejos posible para no volver nunca más. Esta noche, su marido, entrará en su habitación para consumar el matrimonio. Nassia, que no es más que una niña de 15 años, tratará de resistirse o no… ¿qué más da? Y ese individuo, que ha pagado 4.700 euros y unas tierras a la familia de ella, la violará. Sí. Porque eso es lo que hará este ser, que se siente poderoso por tener una mujer a la que cuadruplica la edad y otra esposa, con quien tiene tres hijos. Esto es Afganistán y los matrimonios forzados, con menores, están a la orden del día. De hecho, según un informe Naciones Unidas el 35% de las menores se ven forzadas a casarse.
“Aquí, en Afganistán, la edad es relativa…”, asevera Shir Khan, el exultante marido de 53 años. El hombre tiene el rostro afable. Las arrugas van floreciendo bajo sus ojos. Las canas ganan terrero en su barba. Manos llenas de callos. Manos de agricultor. Manos agrietadas de arar el campo. Un pakol cubre su cabeza. El hombre suda copiosamente. Mira el ventilador que está apagado. Se encoje de hombros. “No tenemos electricidad. Y los paneles solares no son suficientes para hacer que el otro también funcione”, dice tratando de disculparse por el intenso calor que hay en la habitación. “Lo siento. Es una casa modesta. No tengo mucho dinero…”.
“La familia de Nassia es muy pobre y tienen problemas económicos. Necesitaban dinero y por eso ofrecieron a su hija en matrimonio. Les hice una buena oferta y por eso me escogieron a mi como su futuro marido”, asegura este hombre cuya cara irradia una felicidad un tanto sospechosa. Cada vez que piensa en su esposa es para hablar de los futuros hijos que le dará. “Tendremos muchos. Por eso me he casado con ella…”, afirma mirando de reojo a su mujer quien se tapa aún más tras la tela verde.
Shir Khan, al igual que Nassia, es musulmán pero esto no tiene nada que ver con la religión es cultural. Un mal endémico que tiene inoculada la sociedad afgana desde hace siglos y que es imposible erradicar si no se combate con educación y con una mejora en la situación económica del país; ambas cosas poco probables. “Nuestra cultura es así y así la aceptamos. El día de mañana tendré que casar a mi hija con un hombre…”, comenta mientras insiste que su matrimonio con Nassia es por amor. “Por supuesto. Nos hemos casado por amor. Además, no sólo hay una relación de pareja sino de familias. Y esas relaciones se fortalecen gracias a bodas como esta”.
La niña dejará de asistir al colegio, obviamente, se quedará en casa ayudando a la mujer
¿Y el futuro de la niña? ¿De verdad piensan que hay futuro después de esto? La niña dejará de asistir al colegio, obviamente, se quedará en casa ayudando a la mujer, y a los tres hijos de su marido, convirtiéndose en la sirvienta y, cada noche, servirá de disfrute sexual de Shir Khan que está como loco por tener más y más hijos. Así que no… Nassia no tiene ningún tipo de futuro salvo dejarse llevar o tratar de quitarse la vida para aliviar este dolor.
Nadie sabe, a ciencia cierta, cuántas mujeres se quitan la vida en Afganistán, cada año. La mayoría de las muertes son registradas como meros accidentes domésticos porque, para las familias de las jóvenes, el suicidio es un deshonor. Tanto es así que durante el régimen talibán los padres de las jóvenes que habían tratado de quitarse la vida eran encarcelados por considerarlo un pecado. El Islam, al igual que el cristianismo, considera el suicidio una aberración. Un insulto a Dios. Por lo tanto, a día de hoy, las muertes se siguen ocultado. Por vergüenza.
Según un informe de 2014, elaborado por el Fondo de Población de las Naciones Unidas, la mayoría de los suicidios en Afganistán “son llevados a cabo por mujeres”. Depende de la provincia del país, las jóvenes optan por un método u otro para quitarse la vida. “El más popular es rociarse el cuerpo con algún líquido inflamable y, después, prenderse fuego. En otros sitios prefieren la ingesta masiva de pastillas o cortarse las venas”, describe Sami Sadata, cirujano jefe del hospital de quemados de Herat.
“Los motivos por los que una mujer intenta quitarse la vida son fundamentalmente, tres: Los matrimonios forzosos, el consumo de opio y los problemas económicos. Pero, en su mayoría, son chicas muy jóvenes, de entre 14 y 21 años, que sufren malos tratos en el seno familiar o se ven obligadas a sacarse con un hombre que no desean y, en casi todos los casos 10 o 15 años mayor que ellas”, confiesa doctor. “En la mayoría de los casos las pacientes no quieren dar el motivo real por miedo a las represalias de la familia”.
Quienes no reúnen el valor suficiente para tratar de quitarse la vida deciden huir de sus casas pero, en un país como Afganistán, el precio a pagar, si te detienen es muy elevado. Fátima, con 16 años, se negó a casarse con un hombre 15 años mayor que ella. Sus padres habían concertado el matrimonio y ella se negó. Decidió huir pero, finalmente, la policía la detuvo. “Estoy condenada a dos años de internamiento en un reformatorio”, se sincera la muchacha quien oculta su rostro tras un pañuelo. “Estoy mejor aquí, encerrada, que casada con un hombre que no quiero. Sólo espero poder salir de aquí y ser yo quién decida qué hacer con mi vida”, añade esperanzada.
Esta mujer decidió huir porque no quería estar sometida a nadie y va a pagar con dos años en un reformatorio. Pero aun así tiene esperanza. Esperanza de salir y de tener una vida feliz con la persona que ella elija. Una segunda oportunidad en un país donde eso no suele ser la tónica habitual.
Los datos sobre matrimonio infantil son terroríficos. El el 57% de las niñas se casan antes de los 19 años, cerca del 40% son obligadas a sacarse entre 10 y 13 años, el 32% a los 14 años y 27% a los 15 años, según denuncia Naciones Unidas en un informe de 2016. La discriminación contra las niñas es generalizada en este país. Se les priva de sus derechos básicos como la educación, el juego y el simple hecho de ser un niño. En su lugar, demasiadas de ellas son casadas por razones económicas, como el pago de la deuda, como objetos ofrecidos para resolver disputas, o para ganar el favor de alguien importante. También son regaladas por los padres a aquellos que demandan tenerlas para escapar de la retribución si se resisten a hacerlo.
La ONU ha informado que el 12% de las niñas menores de edad son obligadas a casarse cada año en Afganistán. Según la Comisión Independiente de Derechos Humanos de Afganistán (AIHRC), la pobreza, las prácticas tradicionales, la inseguridad y la cultura de la impunidad son las principales razones para aumentar las tasas de matrimonios forzados y menores de edad en Afganistán.
Narges sostiene, en su regazo, un oso de peluche de color blanco. Se aferra a él como si de un salvavidas se tratase. La pequeña es muy vergonzosa. Evita cualquier contacto visual, ocultando su rostro detrás del muñeco. Poco a poco va ganando confianza y se asoma lo justo. Ríe a carcajadas. No deja de ser una niña, aunque sus ojos y su rostro digan lo contrario.
Con tan solo siete años su padre la obligó a casarse. Durante tres años estuvo conviviendo con una familia que la maltrató, la torturó y la convirtió en una esclava. “Cuando me obligaron a casarme tuve que dejar de ir a la escucha para trabajar en casa de mi marido”. Las más de cien cicatrices que tamizan su cuerpo cuentan una historia de violencia, de abusos y de dolor. “Mi suegra y mi madrastra me pegaban cuando no traía agua a casa o cuando faltaba algo. Me pegaban con piedras, con cuchillos y con alicates”, susurra tratando de no romperse.
Aquel infierno quedó atrás. Narges, de 10 años, pudo escapar y está tratando de recuperar su vida en un centro de acogida para mujeres y niñas maltratadas. “Estudio inglés”, punta. “Ahora soy feliz”, dice con una mirada tan triste que es capaz de traspasar el alma.
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