No era la intención de Ramón Areces, pero el estreno del primer Cortylandia, en las Navidades de 1979, podía sonar a recochineo frente al eterno rival. Galerías Preciados tocaba fondo por aquellos días, arrastrada por una deuda inabarcable que había obligado al principal acreedor –el Banco Urquijo- a tomar el control. Mientras El Corte Inglés se pavoneaba con un luminoso espectáculo familiar, los marqueses de Urquijo se hundían tanto como las acciones de la entidad, desmoralizados en su chalet de Somosaguas, donde morirían a tiros ocho meses después. La historia de los dos referentes de la distribución española había discurrido paralela en el tiempo y casi en el espacio. Nacieron a la par y se expandieron geográficamente por idénticas localizaciones. Sin embargo, ambos miraban a la nueva España democrática desde distintos prismas.
El Corte Inglés caminaba por la cima del éxito y el reino de Cortylandia era una buena prueba de ello. Nació como reclamo, con banda sonora de Álvaro Nieto incluida, para dar a conocer la ampliación de la tienda de Preciados. Para el primer montaje usaron una máquina de tren real que estaba en el Parque de Atracciones de Madrid y estrenaron un espectáculo a lo Disney, pero a pequeña escala. Cortylandia generó tal notoriedad que la empresa lo convirtió en norma. Cada Navidad, el departamento artístico estrenaba un montaje -y lo sigue haciendo- en la capital, mientras los de años anteriores iban rotando por otras ciudades.
Gulliver, Don Quijote, Aladino... Decenas de personajes y miles de personas fueron desfilando por El Corte Inglés de Preciados, mientras la vecina Galerías Preciados hacía lo imposible por no quedarse atrás. Usó como combustible el endeudamiento. Y esa decisión marcó el inicio de una crisis sin vuelta atrás para la firma fundada por Pepín Fernández. La abrió en 1943 en la arteria comercial más famosa de Madrid, con los caudales repatriados tras su exitosa aventura de emigrante en Cuba. Cuando Galerías Preciados abrió sus puertas, El Corte Inglés ya estaba allí, a pocos metros de distancia. Lo había instalado Ramón Areces con ayuda financiera de su tío César Rodríguez, a partir de una vieja sastrería que ya lucía el mismo nombre. También tenía su propia conexión cubana, ya que el empresario había pasado una larga temporada en la isla. Allí aprendió los pormenores del negocio, trabajando en unos populares almacenes (El Encanto); y allí ahorró el capital necesario para lanzarse por cuenta propia a su regreso.
En el Madrid de la posguerra, el terreno estaba llano para hombres de negocios tan curtidos. La mayor superficie era Sepu, inaugurada en 1934 en la cercana Gran Vía. Pero Areces y Fernández apostaban por una nueva fórmula: el gran almacén con venta por departamentos, que tan buenos resultados le daba a Harrod’s en Londres o a Macy’s en Nueva York. Con los años, aupados por la buena salud de las ventas, El Corte Inglés y Galerías Preciados ganaron músculo para mantener el pulso. Siempre a base de tamaño… y de deuda.
Ambos inauguraron grandes centros en las mayores capitales de provincia. Pero en la década de los 70, la empresa de Areces tomó una decisión estratégica vital: diversificar los riesgos penetrando en nuevos negocios. Así fueron naciendo las divisiones de seguros, informática, viajes, telefonía o Hipercor.
Galerías Preciados no supo reaccionar a tiempo y llegó a la asfixia financiera. En 1979, el Banco Urquijo tomó los mandos y empaquetó los centros para venderlos antes de que se llevara por delante su propio negocio. El comprador llegó tres años más tarde. José María Ruiz Mateos añadió las tiendas a un emporio engordado a velocidad de vértigo. En apenas dos décadas, el empresario transformó un negocio de bebidas de Jérez de la Frontera en un holding en el que casi todo tenía cabida, desde hoteles a firmas de distribución, pasando por una cartera de 21 entidades financieras, entre las que figuraban Banco Atlántico, Banco de Albacete, Banco Comercial de Cataluña o Banco Alicantino de Comercio. La aventura bancaria generó un peligroso agujero en las cuentas, que acabaría dinamitando el imperio de la abeja; y propinó, de paso, un golpe casi mortal a Galerías Preciados. El 23 de febrero de 1983, el ministro de Economía, Miguel Boyer, anunció la expropiación de Rumasa y el cierre de todas las sucursales para evitar una fuga de depósitos.
La suerte de los grandes almacenes estaba echada. Daría varios bandazos –con dos cambios de dueño más- antes de claudicar, en 1995. Y acabó absorbido por su histórico competidor, cuyo rumbo estaba en manos del sobrino de Areces, Isidoro Álvarez. A El Corte Inglés, le interesaba, entre otras cosas, el capital inmobiliario. Usaría edificios de Galerías Preciados para ampliar sus dominios y contener dos amenazas crecientes: primero, el avance de los grandes de la moda low cost, con Inditex a la cabeza; y más tarde, la competencia feroz de la venta on line, liderada por Amazon.
El grupo siguió elevando peligrosamente su deuda, resistiéndose a acudir a los mercados y encaminándose lentamente hacia el mayor bache de su historia. La crisis económica española pilló a los grandes almacenes con un endeudamiento cercano a los 5.000 millones. La caída del consumo hizo un roto a la cuenta de resultados y obligó a El Corte Inglés a tomar varias decisiones de emergencia. En 2013, el grupo refinanció 3.700 millones de deuda, pidió un préstamo sindicado de 4.900 millones y vendió al Santander su negocio financiero. Quedaría un paso más, el más simbólico. En 2015, con Dimas Giménez como presidente tras la muerte de Isidoro Álvarez, El Corte Inglés abrió su capital por primera vez a un inversor ajeno a la casa. Un multimillonario qatarí compró una participación del 10% por 1.000 millones de euros. Un vuelco obligado en la estrategia para encarar un futuro marcado por la competencia feroz. Mucho más que la que plantaba en su día Galerías Preciados, de la que sólo quedan ruinas e imágenes inolvidables en la hemeroteca.
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