En el recinto del yacimiento arqueológico de Atapuerca se han encontrado restos humanos de la Guerra Civil -siete represaliados enterrados en una cuneta-, se han hallado restos de la Edad Media, de la romanización, de celtíberos, restos de un neandertal y, los más conocidos del lugar, los preneandertales: el homo heidelbergensis, el homo antecesor y, en 2007, apareció la mandíbula de una joven que había vivido en la zona hace 1.300.000 años.
Los enfrentamientos mortales, el canibalismo y los asesinatos acompañan a esta sierra de Burgos desde los primeros pasos de los homínidos. Pero el último hallazgo de Atapuerca es el cuerpo de una mujer asesinada, aparentemente envenenada y siguiendo algún tipo de ritual funerario ancestral. Es su primer asesinato en la ficción. Y su responsable es Manuel Ríos San Martín.
El cuerpo de esta víctima se puede encontrar en la portada de La huella del mal (Planeta), se trata de una joven de una localidad ficticia, Niebla, que Ríos San Martín ubica cerca del yacimiento burgalés. El contexto socioeconómico y cultural generado alrededor del yacimiento en los últimos 40 años es el escenario en el que se desarrolla la novela. Desde que empezara en 1978 la excavación liderada por el arqueólogo Emiliano Aguirre- y posteriormente por Eudald Carbonell, José María Bermúdez de Castro y Juan Luis Arsuaga-, el yacimiento ha puesto a esta sierra de Burgos en el mapa. Desde entonces la arqueología y la prehistoria se han colado en la vida de los habitantes de las pequeñas localidades cercanas al yacimiento junto con los turistas y los centenares de arqueólogos que cada año vienen los veranos a clavar sus rodillas en el suelo en busca del pasado.
“La novela se me ocurrió en Atapuerca, en el CAREX [Centro de Arqueología Experimental de Atapuerca] donde hay un enterramiento Neanderthal, evidentemente falso, una reproducción. Yo estaba con mis hijos y uno de ellos se acercó a tocar el muñeco y yo pensé en qué pasaría si al tocar el muñeco en vez de ser una reproducción fuese una chica y una chica que estuviese muerta”, explica Ríos San Martín a El Independiente, subido a uno de los andamios de la Gran Dolina, una de las excavaciones de la trinchera del ferrocarril. Por ese nombre se conoce a la cicatriz que sobre el terreno de la sierra dejó la construcción de una vía férrea que sacó a la luz el sistema de cuevas de la sierra que a lo largo de cientos de miles de años se llenó de sedimentos con los tesoros del yacimiento.
La aparición del cuerpo de la asesinada en el Yacimiento trae a Atapuerca a los mejores inspectores del país para dar caza a un asesino que sospechan ya actuó en el pasado. “Los personajes de la novela que viven en este entorno, están realmente obsesionados por todo lo prehistórico, pero no sólo por las excavaciones o por los datos, sino por saber realmente cómo vivían los hombres hace miles de años. Por saber lo que sentían, la violencia, la caza, pintarse los cuerpos desnudos.. Es decir hay algo un poco malsano en la relación que tienen los personajes con la vida primitiva”, explica el autor.
El thriller explora la personalidad de la mente del asesino y ahonda en la naturaleza violenta de los criminales al tiempo que repasa el historial violento de nuestra prehistoria que está presente en las capas del pasado que se desvelan, poco a poco, año a año, en Atapuerca.
“Cuando lees la novela te quedan un montón de datos y de fechas y de homínidos que es muy interesante, pero para mí era mucho más importante la filosofía que hay de fondo, o sea, pensar en cómo era el ser humano, cómo era en su origen y qué nos queda ahora, qué es lo que nos hace realmente humanos: la violencia, la empatía, la maldad..”, añade.
En esa exploración que hace Manuel Ríos San Martín sobre la naturaleza humana el debate de si es la violencia intrínseca a lo humano o si, por el contrario, es la empatía y el entendimiento lo que nos hace humanos, se apoya en ejemplos que nacen de las historias que guardan los restos encontrados en el yacimiento arqueológico. “Hay personajes en la novela que creen que lo que nos define como seres humanos es la violencia, pero también hay otros que defienden que es la empatía. Hay casos documentados aquí, en Atapuerca, de niños que han nacido con un defecto muy grave y que la familia les ha cuidado durante años, con lo cual había empatía, había algo parecido al amor. Tal vez no deberíamos decir ‘empatía o violencia’, sino ‘empatía y violencia’, probablemente, esa combinación nos define como especie”, concluye.
De los tesoros de conocimiento que se esconden en Atapuerca, a penas se conoce un 5%, según las estimaciones de los arqueólogos. Hay decenas de años por delante de trabajo arqueológico, años para seguir excavando -palmo a palmo- en nuestra naturaleza, hasta dar con el hueso que lo explique todo. Si tal hueso existe, está en Atapuerca.
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