No se fijen en Ábalos, que es como el tratante de ganado o el pocero de Pedro Sánchez, cuando habla de repetir las elecciones como de echar abajo todo el cuarto de baño. Ni en Adriana Lastra, que mezcla ambigüedades e imperativos con solemnidad y altura de delegada de clase. Por supuesto, no hay que fijarse en lo que pudiera decir Sánchez, que desde hace mucho tiempo sólo emite por su boca sonidos de caracola, como si hablara dentro de su sueño de bañista. No. Hay que fijarse en los demás, en Pablo Iglesias, en Gabriel Rufián, en Laura Borràs. En su desesperación y en sus expectativas, en su lenguaje de mendigo amoscado o de eufemismos vaticanos.
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