La primera sensación que se tiene al aterrizar en el aeropuerto de Fuerteventura es de haber llegado a la Luna. Los alrededores del aeródromo de la isla más extensa de las Canarias (tiene más de 100 kilómetros de norte a sur), sólo muestran un terreno árido, pedregoso y semidesértico. Pero, una vez que el viajero se sube al vehículo que le llevará a su punto final de destino, el ánimo se trastoca por completo. Mientras que la vista empieza a llenarse de colores: marrones, grises, ocres y dorados procedentes de las montañas y de la arena se mezclan con los azules, turquesas y verdes del océano; el olfato se empieza a recrear con el aroma a salitre.
Poco a poco esa desasosegante primera impresión se va trastocando en otra mucho más adictiva. La mente se relaja y uno empieza a encontrar paz en ese entorno tan natural. Algo similar debió sucederle a Miguel de Unamuno cuando, en 1924, llegó a Fuerteventura en un exilio impuesto por el dictador Primo de Rivera. Mientras que para los castigadores la pena era algo así como mandarle al averno, para Unamuno fue todo un regalo. Durante el tiempo que duró su condena (cuatro meses menos tres días), el ánimo del intelectual y escritor cambió radicalmente. Disfrutó de los paisajes, de la gastronomía, de sus gentes e, incluso, se convirtió en el primer nudista de la isla ya que tomaba el sol desnudo en la azotea del hotel donde se hospedaba (hoy convertido en un museo dedicado a él) y varias veces tuvo que soportar las regañinas de su posadero por las innumerables quejas vecinales, a las que el escritor respondía con un “Yo no los miro. Que no me miren ellos a mí”. Es habitual ver a turistas de todas las nacionalidades que un día llegaron a la isla y decidieron establecerse montando una tienda de souvenirs, una línea de productos a base de aloe vera (el must cosmético de la isla) o un espacio de restauración.
Fuerteventura tiene mucho que descubrir y que vivir. Las zonas más turísticas don las de Corralejo, al norte, situado al lado del Parque Natural de las Dunas de Corralejo, con unas enormes playas de arena blanca, puerto pesquero, paseo marítimo, tiendas, y una buena oferta de restauración y vidilla nocturna. Aquí hay varias escuelas de surf, el deporte rey en Fuerteventura. Entre ellas destaca O’Neill Surf School, cuyo profesor Jano Lorca, enseñará a todo aquél que quiera aprender a cabalgar sobre las olas. Después de las clases, es tradición pasar por el bar Buena Onda, para empaparse del espíritu surfer.
Caleta de Fuste, con una pequeña playa, campo de Golf, centro comercial..., se encuentra en el centro de la isla. En el sur están Costa Calma, Morro Jable y Jandía, unos enclaves muy de veraneo situados en el Parque Natural de la Península de Jandía. Esta área tiene una extensión de 22 kilómetros de playas paradisíacas. Pero los que quieran salir del bullicio pueden hacerlo alojándose en alguno de los hoteles o apartamentos que existen en los pequeños pueblos pesqueros como El Cotillo, en el noroeste, o Las Playitas, en el sureste. Eso sí, la mejor forma de desplazarse es en coche por lo que es buena idea alquilar uno.
Uno de los grandes atractivos de Fuerteventura son sus 150 kilómetros de playas. Las hay para todos los gustos y necesidades, desde calas perdidas y solitarias en las que el contacto con la naturaleza es total hasta otras con las infraestructuras necesarias para pasar una jornada playera en familia. Es más, Fuerteventura cuenta con ocho playas certificadas con la Bandera Azul: Playa Blanca, Gran Tarajal, Las Playitas, Grandes Playas de Corralejo, Costa Calma, Esquinzo-Butihondo, Solana Matorral y La Concha-El Cotillo. Todo un lujo.
No se crean que en Fuerteventura sólo hay baños de sol y de mar, porque también hay mucha cultura y espacios únicos que visitar. Algunos de ellos son la Cueva del Llano, en Villaverde (La Oliva), un tubo volcánico de lava de 648 metros de longitud en el que se analiza la introducción de determinadas especies animales a lo largo de la historia; el Museo Arqueológico de Betancuria, cuyos muestras etnográficas y arqueológicas recorren la cultura aborigen de la isla; el Centro de Arte Casa Mané, en La Oliva, un espacio maravilloso con obras escultóricas enmarcadas en el paisaje de la isla pero, también con salas donde descubrir la diversa obra pictórica de los artistas canarios; La Casa Museo Unamuno, en Puerto del Rosario, que contiene diversos objetos y utensilios que el insigne escritor dejó tras su destierro en la isla; el Mirador Morro Veloso, en Betancuria. Ideado por el célebre artista César Manrique, ofrece una increíble vista de las zonas centro y norte de Fuerteventura; la Casa de los Coroneles, en la Oliva, una espectacular construcción del siglo XVIII reconvertida en sala de exposiciones y otros actos culturales… Y, por supuesto, Tindaya, una solitaria montaña de 400 metros ubicada en el nororeste muy cerca de La Oliva. Los guanches consideraban a Tindaya un lugar sagrado, a la que se le atribuían propiedades mágicas, tal y como atestiguan los más de 300 grabados podomórficos que se han encontrado en ella. En la cresta suroeste del monte hay un sendero que permite al visitante conocerla de cerca y apreciar la belleza de sus colores y la tranquilidad y el misterio del paisaje que la rodea.
Para reponer fuerzas después de tanta excursión, nada mejor que abandonarse a las exquisiteces de la cocina canaria. El popular cabrito y la carne de cabra, acompañadas por las papas arrugás con mojo rojo, algo picante, o verde, más suave. En cuanto a pescados y mariscos, existe una enorme variedad, trabajados al horno, a la plancha o en guisos como el Sancocho, perfecto para los amantes de los platos de origen marino. Especial atención merece el queso Majorero (desearán llevarse uno a casa), el primero, en 1996, de conseguir la Denominación de Origen de todo el territorio español. Se encuentra en las variedades de curado, semicurado y al natural y recubierto de aceite, pimentón o gofio. Este último es, otro de los sabores típicos de todas las Islas Afortunadas. El gofio es un precioso legado que dejaron los aborígenes está elaborado a base de harina de grano tostado, básicamente de trigo y maíz, con un gran valor nutricional. El gofio se puede tomar con leche, echar en caldos y amasar con fruta y queso. Incluso, lo hay en forma de helado.
En La Oliva hay un sinfín de restaurantes recomendables, como La Marea, cuya cocina atlántica con toques canarios conquista a cualquier amante de la buena mesa. Arroces y pescados servidos con vistas al mar; en La Luna se centran en las recetas majoreras y mediterráneas con cierta creatividad; en Bahíazul, la paella, el cabrito de la isla cocinado a la manera de la abuela y las cigalas a la plancha son su especialidad; mientras que La Marquesina recibe de sus propios barcos el pescado y el marisco más frescos. En Betancuria está Casa María, cuyo plato estrella es el cabrito al horno y Don Carmelo, situado en una de las casas más antiguas de Betancuria, cuya carta se centra en platos caseros y vegetarianos. En La Antigua, no deben perderse La Flor de Antigua. Aquí se domina el arte de la plancha tanto en carnes como en pescados; y Frasquita, donde el pescado fresco es el protagonista. Lo mismo ocurre en la Cofradía de Gran Tarajal, el restaurante de un puerto que cada día recibe el 70% de la pesca de Fuerteventura.
Ya ven que, en Fuerteventura, no van a tener problema a la hora de encontrar un buen restaurante, lo mismo sucederá con el buen tiempo. Sus 3.000 horas de sol y sus temperaturas casi inamovibles (unos 23, 24 durante los meses invernales) a lo largo de todo el año, convierten a Fuerteventura en el lugar perfecto para huir del frío y de la vorágine de la ciudad.
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