En 1967 abría las puertas en la plaza de Santa Bárbara, en Alonso Martínez, la Gran Cafetería Santander. Un asturiano, el Sr. Rodríguez, le daba nombre a una de las esquinas y lo hacía dando porras y café. Trece años más tarde el negocio funcionaba y el relevo lo tomó una joven Carmela, su hija, que entonces tenía 29 años. El local ha permanecido abierto hasta el pasado jueves. Cumplió 52 años el pasado 8 de abril. Pero ahora ha cerrado sus puertas sin intención de volver a abrirlas más, por lo menos no bajo el mismo propietario. Se han cansado, dice, de lo que llama "una lucha desproporcionada".
La Gran Cafetería Santander es un lugar de paso y de acogida. Allí se han sentado desde vecinos del barrio hasta estudiantes, de turistas a jóvenes que se apuntan a la moda de lo de siempre. Ahora de su puerta cuelga un cartel: "Cafetería Santander es mucho más que un buen café. Gran Cafetería Santander agradece a todos sus clientes haber conseguido llegar hasta aquí, después de 52 años de estar a su servicio. Y pide disculpas encarecidamente por si alguna vez dejó de hacer algo por alguien. Gracias de corazón".
Ni siquiera la certeza de que la ciudad es un palimpsesto nos consuela de la destrucción del pasado que se produce en Madrid estos días / Ahora es la Santander de Alonso Martínez la que cierra sus puertas / pic.twitter.com/CJFiVcZNgd
— Patricio Pron (@Patricio_Pron) 2 de julio de 2019
Según Carmela, ha sido una decisión difícil pero muy meditada."Lo hemos pensado durante un año y hemos encontrado a un grupo adecuado para que se haga cargo del restaurante. Creo que van a mantener el nombre pero no sé mucho más, sólo que harán mucha obra". Para ella, "el problema es que somos muchos y los independientes, los que no somos franquicias o no pertenecemos a grandes grupos, estamos un poco maltratados. Al final las instituciones les favorecen a ellos y quizá sin querer nos perjudican a nosotros".
A mí, por ejemplo, Madrid Central no me ha perjudicado, creo que al contrario, justo estoy en la línea de entrada"
Lo dice por las trabas que se ponen a la hora de sacar las terrazas, las multas por hacerlo unos minutos antes o la incapacidad de dejar ese mobiliario durante el día amontonado en la fachada. "Al final te ponen contra las cuerdas", afirma y explica que ella ha pasado de tener 64 plazas en su terraza a 13. "Tuvimos un término intermedio de 20 pero luego remodelaron la plaza y a mi me tocó la acera más pequeña y me quedé con 5 en la curva y 8 del lado de Sagasta. Allí no se sienta nadie porque son lugares incómodos con los coches muy cerca. También tengo que decir que a mí, por ejemplo, Madrid Central no me ha perjudicado, creo que al contrario, justo estoy en la línea de entrada y pasa mucha gente por enfrente de la cafetería, pero se que a otros les ha venido mal".
Carmela siente cierta frustración ante un panorama que considera poco alentador. "La gente cree que nos forramos pero somos muchos, hay una burbuja de la restauración y no da para todos. Luego las instituciones nos reciben y nos tratan bien, pero al final no nos hacen ni caso. Da igual de que color sean, siempre es lo mismo", explica y apela a un consenso entre todos los sectores para conseguir que la situación mejore.
Ella, además de hacerse cargo de la cafetería, también es vicepresidenta de la Asociación de Restaurantes. "Se puede decir que conozco el sector y todos tenemos problemas parecidos. O eres un grupo grande o esto es una lucha titánica y que al final no te compensa". Además, denuncia que son los locales emblemáticos los que más están sufriendo y cerrando. "Se puede decir que yo he sido la última de Filipinas".
El cartel de cerrado lo colocó ayer y dice que no ha parado de recibir mensajes de agradecimiento por todos estos años. "Me llama la atención porque al final soy yo la que siento que tengo que dar las gracias. No me arrepiento de nada, ha sido increíble. He aprendido de cada día que he estado allí gracias al contacto con la gente".
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