Color de piel, peinado, tamaño de los ojos, tipo de pestañas, distancia ocular o forma de la cara son algunos de los aspectos que pueden elegirse de los cientos de posibilidades que ofrece la aplicación Bitmoji para que uno mismo se convierta en una especie de dibujo animado, un emoji. Esta aplicación comprada por Snapchat en el año 2016 por 100 millones de dólares tiene más de 100 millones de descargas en todo el mundo y gana adeptos sobre todo entre los menores de 34 años, que es el segmento al que está enfocada.
"Por medio de plantillas del cuerpo y el uso de varios complementos, el usuario puede acercarse a una imagen gráfica de sí mismo, sintética que se parezca a él o ella, y es creativo porque con pocos elementos crea un lenguaje común y que puede compartirse con otros usuarios", explica Gemma San Cornelio, profesora de los Estudios de Ciencias de la Información y de la Comunicación de la UOC. Para la experta, los emojis son más genéricos y los bitmojis, a diferencia, suelen ser más individualizados.
Una vez convertidos en emojis, la mayoría de plataformas y redes sociales aceptan compartirlos con otros usuarios por medio de WhatsApp, Snapchat, Facebook, Messenger, Slack, iMessage o incluso Gmail, donde existe también la posibilidad de hacerlo en formato corporativo para las empresas. «La posibilidad de "materializarse" en la red o de encarnarse de alguna forma en el mundo digital satisface a mucha gente. El ser humano cuenta con una enorme capacidad de reconocimiento de sí mismo (en las acciones, en las imágenes), de autoconciencia, y hacerlo le resulta muy satisfactorio», afirma el sociólogo Francesc Núñez, profesor de los Estudios de Humanidades de la UOC. La evolución de internet ha llevado a que la comunicación cara a cara se supla con el texto, y el uso de emojis permite añadir sentimiento y, en el caso de los bitmojis, cierta identidad. «Añade la posibilidad de hacernos presentes en la red, de que nuestra imagen (en formato cómico) esté presente, y nos podamos reconocer», considera Núñez.
Los bitmojis en realidad son una versión en dibujo animado de uno mismo; no son una réplica exacta, sino una especie de versión «azucarada». «Son avatares generados con una tecnología que reproduce nuestra imagen y que hace que nos reconozcamos de manera suficiente en ellos, pero en una versión digital de uno mismo», explica el sociólogo. En el momento en el que un usuario se construye y comparte como un avatar de sí mismo puede concebirse como una extensión propia y de su identidad en la red. «Es una buena manera de hacernos presentes y reconocernos en el mundo en línea; el emoji tiene el poder de las metáforas, estar ahí nos hace presentes, con fuerza y capacidad de acción», añade Núñez, también investigador del grupo Medusa.
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