Sánchez no está ahí solo, ahogándose solo en el Congreso, como en una pesadilla, en agua de hule y ante mirones quietos. Tiene a la gente, que es lo que importa. El PSOE no junta a nadie en el Congreso, donde Sánchez y su Gobierno parecen niños cantores asomados a la barandilla del coro, a mitad de camino entre un Cielo de ángeles piscineros y el abismo de los pecadores. Sánchez no consigue que lo invistan ni con trampas ni con bandera blanca ni con insultos ni con avisos de cometas destructores. Pero la calle es otra cosa, la gente es otra cosa.
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