Cuando Dios tuvo a bien la creación del Universo, aún en su sabiduría infinita, no fue del todo justo, pues limitó la inteligencia humana pero no hizo lo mismo ni con la estupidez ni con la avaricia. Tal ley divina es puesta a prueba de continuo en casi todos los ámbitos de la vida y, generación tras generación, produce daños de dimensiones tan considerables como directamente proporcionales a su apresurado entierro en el olvido.
El mundo financiero no ha sido inmune a este fenómeno de olvidar rápidamente y desaprender de las experiencias pretéritas desafortunadas. Todo lo contrario. En una especie de circulo vicioso irresistible la recaída en actitudes económicas temerarias reaparece dando acomodo a las estupideces más evidentes. La avaricia nubla el entendimiento y cada disparate encuentra su acomodo, es verdad, pero después de tanto diluvio catastrófico no se comprende el persistir en aventuras cuando menos atrevidas.
Cierto es que el aventurarse en expediciones alocadas tras El Dorado financiero es propio del terreno de la renta variable, en la que desde que existen mercados organizados, e incluso antes de eso, los cantos de sirena prometiendo ganancias inauditas han propiciado las sobrevaloraciones ficticias de activos tan sui generis como los tulipanes, las criptomonedas, las empresas puntocom o las hipotecas basura. Pero para asombro de propios y extraños, en los últimos tiempos, la infección se ha ido extendiendo hacia la renta fija, al timón de la ceguera y la irracionalidad con la que hasta los más prudentes olvidan cuál es el valor real de las cosas.
El rumor de la burbuja de renta fija global y su pinchazo han ido creciendo de manera sostenida desde hace unos años
El rumor de la burbuja de renta fija global y su pinchazo han ido creciendo de manera sostenida desde hace unos años cuál anunciación de un mesías catastrófico que no acaba de llegar pero que prepara su entrada en el Jerusalén financiero para no dejar piedra sobre piedra de unos mercados instalados -en todos sus frentes- en alocadas actitudes.
Esta situación se ha exacerbado en el último año en el que, a tenor de las incertidumbres internacionales, la desaceleración económica y la baja inflación, los bancos centrales han tenido que dar la última vuelta de tuerca a sus políticas monetarias. De esta forma, pese a que a priori pagar a alguien por pedir prestado desafía cualquier lógica, el volumen de deuda que ofrece intereses por debajo del 0% se ha disparado hasta los casi 22 billones de dólares.
Que los inversores estén dispuestos a pagar para tener esa masa ingente de bonos en sus carteras ahora nos parece los más normal del mundo, pero si nos lo hubiesen planteado hace cinco años habríamos pensado en una hipótesis académica teórica casi imposible de encarnarse en normalidad económica global.
Las implicaciones de una situación tan peculiar son muchas y variadas y dependen del lado en el que uno se encuentre. Para los bancos tan acostumbrados a vivir al borde del abismo, son un arma de doble filo pues viven de prestar dinero y cobrar intereses por ello y en un mundo de tipos de interés cero sus ingresos caen a plomo. Por otra parte al ser tenedores masivos de deuda su cartera no hace más que revalorizarse por la caída de la rentabilidad que es inversa al precio del bono. Así mismo cuando los bancos emiten deuda se benefician de los menores costes de colocación de esas emisiones.
Para los Estados y las empresas el mundo de los tipos de interés negativos exacerba su pereza al verse reforzados por los menores costes financieros de su deuda y lo que es peor, elimina incentivos a la hora de afrontar importantes retos, como transformaciones o reformas estructurales y, sobre todo, fiscales, que eleven el potencial de crecimiento futuro.
Para Estados y empresas el mundo de los tipos de interés negativos elimina incentivos a la hora de afrontar transformaciones o reformas estructurales
El Banco Central Europeo (BCE) lleva años desgañitándose, alertando de que los países no están haciendo los deberes aprovechándose de unos tipos negativos que los tienen colocados en modo dolce far niente, con los consecuentes efectos indeseables, en términos defensivos, para cuando la cosa se dé la vuelta.
Derivadas sorprendentes para otros autores se producen en una situación tan extraña. Para los hipotecados su factura se rebaja de forma significativa al situarse el Euribor, parámetro en el que se basa una gran parte de las hipotecas, por debajo del 0%. Ante esto los bancos han establecido como protección, claúsulas al 0%. Pero que nadie se extrañe si el próximo giro argumental inesperado sea una hipoteca negativa en España.
Para los inversores institucionales y en especial para los fondos de pensiones que invertían masivamente en deuda y renta fija a la espera de cobrar el cupón correspondiente a vencimiento, la entrada en negativo del interés de un importante volumen de deuda da al traste con esta estrategia y les obliga a asumir más riesgo del acostumbrado, posicionándose en bolsa o en activos alternativos para lograr la rentabilidad mínima exigida por sus clientes para lograr una buena pensión.
La parte más preocupante de la situación y la que enlaza con los comportamientos irracionales y la formación de burbujas se la lleva el inversor particular. El hecho de que haya inversores dispuestos a pagar por tener en cartera ciertos bonos despreciando el clásico cupón de intereses positivos tiene un serio impacto sobre todas las finanzas. Con la parte fija de la rentabilidad desaparecida los inversores adquieren bonos a la espera de una revalorización en el precio, como si fueran acciones y la especulación no tarda en hacer acto de presencia.
Por todos es sabido que la rentabilidad de la deuda es inversamente proporcional al precio, por lo que la entrada del interés en terreno negativo puede esconder en realidad una revalorización tremenda del activo. Y una vez en negativo, teóricamente, nada impide al inversor seguir ganando dinero, pero en una espiral descendente del todo indeseable para una economía mínimamente sana.
Lo más inquietante a la par que peligroso es que las ganancias con bonos con interés negativo –y por tanto un precio muy elevado– sólo se obtienen mientras se encuentre otro inversor que quiera comprar los títulos a un precio todavía más alto. Una estrategia que comienza a parecerse mucho a la búsqueda del último tonto al que venderle un activo que huele a baratija pero aparece revestida de rutilante joya.
Lo inquietante es que las ganancias con bonos con interés negativo sólo se obtienen si otro inversor quiere comprar los títulos a un precio más alto
Es verdad que a día de hoy, nada indica retornos de inflación súbitos, la vuelta a políticas monetarias estrictas o subidas sorpresivas de tipos de interés pero si, por imponderables desconocidos, algo de eso llegase a suceder, la caída de precios podría provocar fuertes pérdidas y un pánico general que se extendería a todos los activos.
Desde un punto de vista teórico, la posibilidad de que la deuda con rentabilidad negativa suponga un riesgo sistémico en los mercados dependerá de si la vuelta a la normalidad monetaria se produce de forma gradual o súbita pero también en gran medida de una cadena de tontos (o espabilados que se fingen tontos) que, ignorantes de las motivaciones ocultas de quienes se aprovechen de ellos, terminan involuntariamente por favorecer el avance de una causa económica adversa para sí mismos y su propio interés y que obviamente no apoyarían si estuviesen mejor informados o analizasen más a fondo la realidad de los hechos subyacentes.
En un mundo de idiocia infinita, siempre se puede encontrar a alguien dispuesto a pagar un precio mayor por un bien que tiene asignado un valor claramente superior al real. No en pocas ocasiones los inversores se comportan como cuerpos en busca de un cerebro dejándose arrastrar por ganancias rápidas y fáciles.
La deuda con rentabilidad negativa y el mantenimiento por parte de los bancos centrales de una normalidad económica artificial a base de herramientas monetarias no convencionales son anomalías del mercado surgidas para combatir los efectos de la crisis. Situar el precio del dinero en negativo o comprar bonos de forma masiva y sin importar su precio, entre otras acciones, crea inversores poco precavidos con tendencia a tomar riesgos indeseables.
Lo imposible siempre acecha a las puertas de la economía, por lo que, aun pareciendo algo inevitable, los inversores particulares no deberían fiarlo todo a lo inamovible de las políticas monetarias de los bancos centrales sine die y mucho menos aún en buscar al último tonto que pague un precio desorbitado por un activo que no lo vale. Pues de no encontrarlo y darse el momento Minsky en renta fija, en un parpadeo súbito de tiempo, se impondría no la búsqueda de ese último tonto comprador final, sino el pánico y el caos desordenado para salir del mercado a gritos de tonto el último.
Carlos de Fuenmayor es experto en finanzas
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