Dejando ya agosto como excusa y como pararrayos de los tormentones políticos (en Madrid lo que cayó parecía un castigo para estos faraones de perfil que tenemos en los partidos), la izquierda se dispone a escenificar distancia y la derecha se dispone a escenificar desavenencia, que es algo más burgués, más fino y por supuesto más despectivo. Pronto, el Congreso se volverá a abrir como la chimenea de mármol de la casa, después de este verano de cazadores de perlas y adolescentes lagos azules, y habrá que empezar a aparentar o justificar los fracasos esperados o las desesperanzas triunfantes, para la próxima campaña o para el próximo milagro. Lo notaremos en las primeras comparecencias que se pedirán o no se pedirán, en que se suba a la tribuna Sánchez como si se subiera el capitán Nemo, o se suba Carmen Calvo con su mejor cara de Medusa; en que se suba por el Open Arms o por la listeriosis de esta España en una eterna matanza de pueblo. Comienza el espectáculo, pues, aún con las legañas de barro y limón del verano, que nos deja los ojos como almejas pochas.
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