Puigdemont, con ese aspecto de hobbit, de Bilbo Bolsón, que va tomando poco a poco, no podía hacer otra cosa que montar una escena de pitufos. Fue en el Atomium de Bruselas, muy adecuado para que los Pitufos tengan una aventura de ésas suyas como de minigolf, con pasto para esconderse y molinos, esfinges o cohetes para trepar. Allí estaba él, desarregladillo, como el hobbit de pajar que empieza a ser, subido a un palé o a una caja de tomates, como el podio que se haría con una caja de zapatos un héroe de Toy story. A sus pies, enganchada en el cajón, la estelada parecía un felpudo de Ikea, entre la simbología y el serrín. Dar un discurso de esta manera yo creo que sólo lo pueden hacer Puigdemont, un profeta loco de Central Park y el rey Louie de El libro de la selva.
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