El independentismo se prepara para hacer frente al Estado español, a sus leyes, a sus severos jueces vestidos de abuela y a sus políticos sordos ya de tanta gallera. Y lo hace con pollitos de goma y estrellas humanas y gente disfrazada de minion o de luchador mexicano de la república. Cuando se manifestaron en Madrid, como si hubieran volcado en la Cibeles todos sus quioscos de chucherías y caretas, la capital respondió con un silencio indiferente, escéptico y distinguido. Aquello podría ser una cosa indepe o podría ser la boda del Spiderman gordo de la Puerta del Sol. A Madrid no le importaba porque Madrid lleva toda la vida viendo pasar historia, dinastías, revoluciones y falsos cojos de iglesia, y no se va a alterar porque lleguen mil ciegos de cordel o mil hinchas del fútbol o mil toreros andaluces o mil chinos de Cataluña, con derecho a hacer el chino. Quiero decir que el Estado no tiene que asustarse de los frikis y que la Diada sigue siendo esa cosa de chinos que uno mira achinando la mirada, pero sin darle demasiada importancia.
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