Ya en la misma puerta del Hemiciclo, cuando el Congreso parece la entrada de la ópera, llena de abrigos, cocheros, prisas y pereza, me acerqué a Cayetana. Era el primer día de la fallida investidura, el del discurso de Sánchez, que nos iba a representar aquella cosa entre Otelo, Don Juan y Don Mendo que había preparado Iván Redondo para esta España nuestra de platea, gallera y velatorio. A Cayetana, en el umbral, con su cara medio girada como una moneda de Jano, le dije que la veía desarmada, sin brillo, desangelada, olvidada o desaprovechada, o algo que quería expresar esto. Creo que escribí que parecía Brunilda repudiada por Wotan. Una valquiria bajada del caballo, sin lanza ni escudo, aún altiva pero mortal, como una tabernera vikinga.
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