Amanece en Cabañeros, Ciudad Real. La mañana es fresca, pero soportable. El Jeep se balancea constantemente mientras avanza despacio por uno de los caminos que atraviesa la gran planicie del parque nacional. La luz del sol asoma por el este, empieza el espectáculo. En el campo se ven machas en las oscuridad que se mueven a gran velocidad.
El bramido de los ciervos te rodea en Cabañeros, todos los grupos de cérvidos están activos a primera hora de la mañana. Los machos jóvenes, atraídos por las hembras en celo, retan a los machos alfas que lideran los grupos. Es un momento crítico en la existencia de estos herbívoros. Para reproducirse tienen que pelear, bien para ganar su harén de ciervas o para conservarlo. Es la lucha del más fuerte, la selección natural que mejora la especie.
Son decenas de ciervos que aparecen entre las encinas que salpican las miles de hectáreas de la gran dehesa que forma la parte llana de Cabañeros, allí han bajado desde los montes para reproducirse. El todo terreno frena, se apaga el motor y se empieza a escuchar. Es un murmullo que eleva, poco a poco, su volumen. Es la berrea, los machos se hacen notar y avisan a otros machos de que no se atrevan, que no se acerquen al grupo de hembras bajo su dominio.
“Van cargados de testosterona, no son Bambi, no te puedes acercar. Pueden llegar a ser muy peligrosos”, advierte Guillermo Hernández, biólogo y guía del parque. La distancia que hay que mantener se puede salvar con los telescopios que llevan los guías del parque. El berreo te envuelve mientras te asomas al visor por el que puedes observar a los grandes machos con sus cornamentas. Amagan, braman, pero no hay pelea. Quizá al atardecer, segundo momento del día en el que se produce la berrea, el aspirante a macho alfa se vea con más fuerza y pelee.
El sol empieza a calentar y los ciervos se van en busca de sombra. La noche ha sido muy larga. En la época de celo, los ciervos tienen que cumplir con las hembras, que son muchas, y vigilar a los demás ciervos. Una tarea titánica que es imposible de cumplir todos los días. “Los ciervos segundones, al final, siempre pillan algo”, asegura Hernández.
Un Parque Nacional en un campo de tiro
La raña, la gran planicie de Cabañeros, es una formación geológica que se formó hace millones de años, no estaba destinada a ser un espacio de paz para los ciervos. El Gobierno de Felipe González expropió el territorio, que pertenecía a una finca privada para hacer de aquel lugar un campo militar, ideal para las prácticas de tiro de los aviones.
Para suerte de los ciervos y la gran colonia de buitre leonado, la lucha vecinal y ecologista consiguió que en en 1988 se protegiera como Parque Natural y, en 1995, Parque Nacional con 40.000 hectáreas. "El parque se nombra como representante del ecosistema del bosque mediterráneo con encinares, alcornocales, quejigares, pero además tiene peculiaridades, cuenta con vegetación de cuando la península era tropical, como las loreras, que son únicas en España, y especies de la glaciación como tejos, abedules y acebos. Esa conjunción de lo mediterráneo con pinceladas del terciario o cuaternario, de frío y de tiempo húmedo es lo más característico de Cabañeros", explica a El Independiente el director del parque, Ángel Gómez Manzaneque.
La ausencia de un depredador en la dehesa hace que la población de ciervos sea muy elevada, hasta el punto que anualmente más de mil son extraídos del parque, según explica el guía, y sean reubicados. La caza en las fincas de propiedad privadas del parque está permitida, aunque según el Plan Rector de Uso y Gestión del Parque Nacional de Cabañeros, será completamente prohibida desde 2020 previa indemnización de los dueños de los cotos. El objetivo para Cabañeros es recuperar el lince ibérico y la conservación del águila imperial ibérica.
Años secos
La mayor amenaza para el parque de Cabañeros es la falta de agua. "En los últimos años hemos visto observado que el cambio climático está incidiendo en la región y en sus espacios naturales. Desde los años 80 el verano se ha alargado casi un mes lo que conlleva que tenemos más días cálidos, más olas de calor y episodios de menos precipitaciones y esto tiene su impacto sobre la biodiversidad y la naturaleza", asegura el climatólogo Jonathan Gómez Cantero.
La ausencia de lluvias tiene una influencia directa sobre la propia berrea que tiene lugar estos días de octubre en el parque. "Si hay sequía y los animales no tienen alimento las cuernas de los ciervos no crecen bien, son más débiles y no son simétricas, incluso las hembras no se quedan embarazadas. Por lo tanto las lluvias son determinantes porque de ellos depende el alimento y de este depende la fuerza o no que tenga la berrea", añade Gómez Cantero.
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