En Barcelona, republicanos de estribillo, que no saben qué es la res pública, se manifiestan contra un funcionario que mueve la mano en la ópera y da discursos a los cadetes. El Rey es eso, un funcionario con grilletes como cadenas de catedral o de blasón. Es eso excepto para los supersticiosos, los mitómanos, las tribus con hechicero; los que creen, para defenderlo o para odiarlo, que dentro de ese funcionario con la ortodoncia eterna de la heráldica y de las cuberterías hay de verdad un sacerdote, un jefe, un pequeño dios. Como en la Cataluña independentista no hay otra cosa que mitología, el Rey, que hoy en día es sólo un mandado que aguanta premios de poesía, concursos de arpa y guantes de ballet, se termina convirtiendo en símbolo de la opresión españolista con el que hacer vudú.
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