"Ninguna generación ha tenido la oportunidad, como ahora tenemos, de construir una economía global que no deje a nadie atrás. Es una oportunidad maravillosa, pero también una responsabilidad profunda" afirmó Bill Clinton apenas unas semanas antes de abandonar la presidencia de Estados Unidos, a finales del año 2000.
La advertencia que entonces lanzaba Clinton podía sonar como una nota discordante en un clima de euforia en torno al proceso de interconexión de la economía global en que se hallaba inmerso el mundo y que había recibido un notable impulso precisamente en los años en que el político de Arkansas ocupó la Casa Blanca, favorecido por el desarrollo de la tecnología y la generalización de Internet y la evaporación de las resistencias tras la desintegración del bloque soviético.
Por entonces, el optimismo sobre un proceso llamado a promover la prosperidad global, sin excluidos, era casi unánime. La ventana abierta para que las empresas localizaran su producción allí donde resultara más eficiente, los consumidores pudieran adquirir productos elaborados en cualquier parte del mundo sin recargos aranceralios inasumibles y que el dinero, en definitiva, pudiera fluir a nivel global sin barreras parecía alumbrar un escenario de ensueño para los teóricos del liberalismo económico.
Pocos podían prever que menos de dos décadas después, la globalización se encontraría casi sentenciada. "El momento de la globalización máxima probablemente haya quedado atrás. La era 1981-2016 de flujo sin control de bienes, personas y capital está llegando a su fin", avisan los analistas de Bank of America.
El comercio internacional crecerá en 2019 un 1,2%, el ritmo más bajo en una década
La Organización Mundial del Comercio pronostica que el comercio internacional crecerá en 2019 un 1,2%, la cifra más baja en la última década y, en esta ocasión, sin mediar una recesión.
Lógicamente, los augurios que apuntan hacia una nueva era de desglobalización se insertan en medio del enfrentamiento comercial que desde hace varios trimestres vienen librando las dos grandes potencias internacionales, Estados Unidos y China.
Desde este punto de vista, podría confiarse en que la tregua parcial alcanzada recientemente por los gobiernos de ambos países acabe derivando en un acuerdo de mayor alcance que ponga fin a las incertidumbres y permita reanudar el ciclo de internacionalización de la economía como antaño.
Sin embargo, los expertos se muestran escépticos sobre esta posibilidad, en gran medida porque la percepción generalizada es que la batalla que mantienen Estados Unidos y China es, principalmente, una disputa por la hegemonía mundial que no podrá encauzarse a través de un acuerdo comercial, sobre todo, teniendo en cuenta la escasa disposición de China a abrir de un modo considerable sus mercados de capitales.
Pero también porque las fuerzas desglobalizadoras que han empezado a abrirse camino en los últimos tiempos no se limitan, ni mucho menos, al conflicto sino-estadounidense. "El alejamiento de la globalización también está ocurriendo más allá del conflicto entre Estados Unidos y China. Es probable que el Brexit provoque mayores fricciones en el comercio entre el Reino Unido y la UE; Japón ha tomado medidas para limitar las exportaciones de tecnología a Corea; y Estados Unidos ha amenazado con imponer aranceles a los bienes europeos", mientras que, "en otros lugares, los controles sobre la propiedad extranjera por motivos de seguridad nacional se están volviendo más comunes", advierten en UBS.
Este renovado impulso por el proteccionismo que se ha ido abriendo paso desde la crisis global de 2009, no ha sido casual, sino que ha estado motivado por una serie de efectos negativos que se vienen achacando al proceso globalizador.
"Si bien la globalización ha significado precios de consumo más bajos, también ha significado un crecimiento más lento, empleo precario y trastornos sociales", indican al respecto en Bank of America. Y en la misma línea se pronuncian en Capital Economics, donde observan que "la globalización ha minado el poder de los gobiernos nacionales y ha sido culpada de la creciente desigualdad, la evasión fiscal multinacional y la migración no deseada".
El objetivo planteado por Clinton de construir una fase de progreso en la que no existieran vencedores ni vencidos, aparece hoy como una ilusión frustrada, ante la evidencia de que la desigualdad se ha ido acrecentando en un gran número de economías, en algunos casos hasta sus niveles más elevados en veinte años. Hoy, el 10% de los trabajadores más pobres tendría que trabajar más de tres siglos para ganar lo mismo que gana el 10% más rico en un sólo año.
Existen evidencias crecientes de que la globalización ha supuesto un aumento de la desigualdad
"Es un hecho que la extensión indiscriminada del libre comercio, sin la suficiente acción compensadora de la política, ha llevado a un fortalecimiento del poder de las empresas, desde luego de las grandes, en la fijación de costes, incluidos los laborales", defiende el presidente de Afi, Emilio Ontiveros, en su obra Excesos. Amenazas a la prosperidad global, recientemente publicada por Planeta.
El catedrático emérito de Economía de la Empresa en la Universidad Autónoma de Madrid considera que ha existido "una excesiva subordinación de la mayoría de los gobiernos nacionales a las exigencias de la globalización, quizás confiando de forma ingenua en que la acumulación por los más beneficiados acabaría potenciando las rentas de los más favorecidos", y advierte de que "la incorporación de objetivos redistributivos en las agendas políticas debería ser inteligentemente abordada incluso por los más ricos y poderosos, por su propio bien".
En la misma línea se expresa Rafael Domenech, responsable de análisis macroeconómico de BBVA Research, quien considera que "la globalización ha tenido unos efectos generales positivos para la economía mundial. Pero en ese proceso, claramente, ha habido ganadores y perdedores, y entre éstos se ha generado cierta frustración".
Los crecientes movimientos de contestación social y el auge de partidos políticos de corte populista y hasta xenófobo son interpretados como reacciones de una población que se siente desprotegida contra estas consecuencias del proceso globalizador.
"El debate político respecto al comercio internacional se ha desplazado de fijarse en los beneficios económicos a preocuparse por la pérdida de empleos, la deslocalización, la desindustrialización y la desigualdad. De un consenso win-win se ha pasado a una valoración más cercana al zero-sum y a plantear mayores barreras aduaneras", explica el que fuera presidente de Ceprede Antonio Pulido San Román, en un artículo publicado en la revista del Colegio de Economistas de Madrid (Cemad).
Por eso se hacen necesarios esos mecanismos de compensación que permitan una mejor redistribución de los beneficios y alumbrar, así, una globalización "más justa", en palabras de Domenech. "Pero, sin mecanismos de compensación es inevitable que surjan, en mayor o menor medida, movimientos de oposición a la globalización", alerta.
A todas estas fuerzas habría que añadir la creciente concienciación social en torno a la sostenibilidad, que está llevando a que, cada vez más, vaya calando entre los consumidores la idea de que es beneficioso comprar los productos locales, aunque resulten más caros que los exportados desde otros lugares. No es casual que buena parte de las cadenas de supermercados dedique hoy en día una parte relevante de sus estantes a la producción autóctona.
Alcanzar el pico de la globalización no es necesariamente un motivo de alarma para la economía
Si a esto se añade que los más recientes avances tecnológicos, con el auge de la robotización, restan importancia a la ubicación de las empresas en los lugares donde la mano de obra es más barata, se entiende que algunas empresas ya estén planificando reubicaciones de sus cadenas de suministro a regiones más próximas a sus mercados nacionales. Esto ofrece un indicio más de que el impulso globalizador de las últimas décadas habría llegado ya a su tope. ¿Pero cómo de grave es esto?
"Alcanzar el pico de la globalización no es necesariamente motivo de alarma para la economía mundial. Al contrario, los desarrollos tecnológicos que están impulsando en parte estas tendencias impulsarán el crecimiento de la productividad y ampliarán las opciones del consumidor", defienden en Capital Economics.
Los expertos sostienen que cierto grado de regionalización no ha dejado de formar parte del escenario económico global ni siquiera en los años de máximo impulso hacia la internacionalización, por lo que las distorsiones para la economía de un movimiento en este sentido no deberían ser excesivos.
"Gran parte del comercio ya tiene lugar dentro de las regiones y no se vería afectado. Regiones tan grandes como América del Norte, Europa o Asia emergente podrían apoyar a grandes empresas multinacionales y una competencia suficiente para sostener el crecimiento económico. Y el progreso tecnológico continuaría más o menos sin obstáculos", comentan los analistas de Capital Economics.
Incluso, en Bank of America señalan que, tras unas primeras consecuencias negativas, es probable que el reequilibrio de las cadenas de suministros en un escenario menos globalizado "aumente la productividad y coloque a la economía global en el camino hacia un crecimiento más alto y sostenible", con el impulso de un ciclo de inversiones competitivas por parte de las principales potencias y la ejecución por parte de los gobiernos de los países desarrollados de políticas industriales apoyadas en un incremento del gasto en I+D para fomentar la innovación local, al tiempo que se protege la industria nacional.
El peligro, no obstante, radica en que precisamente esa competencia entre potencias y, principalmente, entre Estados Unidos y China acabe configurando un escenario de bloques enfrentados que obligue al alineamiento del resto del mundo.
"El crecimiento económico general disminuirá si el nacionalismo económico, los aranceles, la intervención monetaria, los subsidios y las restricciones de flujos de capital se vuelven más frecuentes. Mientras tanto, la formación de un telón tecnológico Este-Oeste [a semejanza del telón de acero de la guerra fría] podría resultar en patrones incompatibles, forzando a regiones como Europa, que actualmente se beneficia del relativamente libre comercio con China y los Estados Unidos, a elegir bando", observan en UBS, mientras que en Capital Economics alertan de que en este escenario "el crecimiento económico y la estabilidad podrían estar en grave peligro".
Europa ante el neoimperialismo
Precisamente para Europa este contexto representa un reto fundamental, pues, como señala el investigador del Real Instituto Elcano Federico Steinberg en otro artículo publicado en la revista del Cemad, "la Unión Europea es, a día de hoy y aunque cueste verlo desde dentro, el único lugar del mundo en el que la lógica imperial todavía no se está abriendo camino, y donde la superación del estado-nación por el proyecto europeo garantiza el estado de derecho, la defensa de las minorías y otras muchas cosas. Pero para que esto siga siendo así, tal vez, la Unión se deba empezar a comportar, de puertas afuera, como un imperio".
En su opinión, en este nuevo contexto internacional, Europa se muestra hoy frente a las restantes grandes potencias como "un actor dividido, lento, torpe y poco eficaz" y corre el riesgo de acabar reducida la condición de "provincia de otro imperio".
Sin una política homogénea, integral y activa, Europa corre el riesgo de acabar como 'provincia' de otro imperio
Por ello, "la Unión debe seguir integrándose para actuar como un bloque homogéneo y trabajar para refundar un orden multilateral basado en reglas. Sin embargo, al mismo tiempo, tiene que prepararse para lo peor y trazar una estrategia para ser relevante en un mundo económicamente más fragmentado, sin instituciones multilaterales efectivas y geopolíticamente más hostil", señala.
Las reformas a abordar pasarían, de cara al exterior, por la firma de acuerdos preferenciales con otros bloques económicos, al tiempo que se adopta una política comercial más vinculada a políticas de defensa, industrial y de innovación tecnológica y de internacionalización del euro. De puertas para dentro, y para obtener el respaldo de los europeos a una creciente integración, "hace falta aumentar la legitimidad de los intercambios comerciales, lo que pasa por compensar más y mejor a los perdedores de la liberalización", sostiene.
Así pues, en el caso de Europa como en el del escenario global, la evolución del proceso globalizador se presenta como un desafío de calado, que puede tener consecuencias dramáticas para la estabilidad social, pero que bien gestionado puede devenir en una oportunidad para construir un mundo más justo.
Precisamente, la misma disyuntiva que sobre la globalización dejaba traslucir el mensaje de Clinton hace casi 20 años. El camino elegido entonces, juzgado ahora con la perspectiva del tiempo, resultó erróneo. Queda por ver si se está a tiempo de enmendarlo.
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