3.000 policías contrachapados para que unas señoras bailen sardanas con el bocadillo de salchichón en la mano, como una charanga de Esteso, en los alrededores del Camp Nou: lo normal. La convocatoria ilegal de los del Tsunami colocada en esas marquesinas de las paradas de autobús en las que se rozan los paraguas y los novios como flores de tela: lo normal. Controles de acceso como esos cuadros del Juicio Final, con sucesivos, ordenados y lentos precipicios de pinchos, arcángeles y endemoniados: lo normal. Un capacho de mierda de burro, espontánea como la de un belén viviente, arrojado a los pies de una periodista: lo normal. Un club de fútbol con pin ideológico: lo normal. Una ciudad entera (¡un país entero!) esperando y temiendo por dónde puede reventar un partido, si se abrirá el césped como un volcán, si caerá un dirigible de fuego, si bajarán por las escalinatas mil locos con la careta de Messi o mil jokers amarillos con tirantes explosivos: lo normal.
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