El independentismo vive de brillitos, quincalla, versalitas y pelotitas amarillas. Bueno, y de Sánchez. Todas esas pequeñas cosas, un globo de cumpleaños mostrado en la tele, una mala traducción, una mayúscula señoreada en un folio como en un pañuelo de mosquetero, una sentencia por otra cosa que no tiene nada que ver, y ya tienen una alegría, ya tienen una victoria dentro de la incontestable derrota a la que están condenados. Es lo que ha pasado con Junqueras, que va recorriendo su azafranado camino de martirio entre descalabros severos y consuelos inútiles. Este tribunal de Luxemburgo ya no tiene nada que chistar una vez que la condena del Supremo es firme, Junqueras quedará inhabilitado como parlamentario europeo y se acabó. Pero entre el ruido y el equívoco (y la ayuda de Sánchez), el conflicto sigue vivo.
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