Laurence O’Rourke, ingeniero y astrofísico de la Agencia Espacial Europea (ESA) está convencido de que Carl Sagan tenía razón. Definitivamente somos polvo de estrellas, y precisamente la misión que se lo ha confirmado ha sido Rosetta, en la que fue coordinador de operaciones científicas.
La sonda Rosetta fue lanzada en 2004, y para llegar a su destino, el cometa 67P/Churyumov-Gerasimenko (o Chury, para los amigos) tuvo que recorrer todo el Sistema Solar haciendo maniobras como rodear la Tierra tres veces para alcanzar la velocidad suficiente. El proceso se repitió con Marte. Durante tres años, Rosetta viajó dormida porque estaba demasiado lejos del Sol como para recargar sus paneles. En 2014 se despertó y comenzaron las operaciones para llegar y adaptarse a la velocidad del cometa, algo que, según cuenta O’Rourke a El Independiente, fue todo un reto.
“Fue realmente difícil porque continuamente estábamos sobrevolando algo que estaba vivo. Normalmente en una misión de satélite tenemos: lanzamiento, commissioning (fase de comprobación) y fase rutina, un periodo en el que diariamente se hace lo mismo. Con Rosetta nunca tuvimos fase de rutina, porque Chury siempre hacía cosas diferentes, ningún día se comportaba de la misma forma que el día anterior”, explica el ingeniero.
Sin embargo, no sólo había que estar pendiente del comportamiento del cometa. También de no perder a Rosetta. “Los satélites navegan gracias a la posición de las estrellas, y Chury perdía demasiado polvo, que visto contra el Sol, da la impresión de ser muchas estrellas, por lo que si Rosetta veía de repente muchas estrellas, se perdía. Estuvimos muy cerca de perderlo repetidas veces, y eso sí era un reto importante”, explica.
Un cometa con vida en su interior
Chury no fue la primera opción de los científicos de la ESA, el elegido había sido 46P/Wirtanen, de la familia de los cometas de Júpiter, que se encuentran girando entre este planeta y el Sol. Sin embargo, un problema técnico obligó a retrasar el lanzamiento de Rosetta, por lo que se perdió la oportunidad de ir hacia Wirtanen y se tuvo que elegir otro.
“En 2003 los científicos eligieron a Chury porque pertenecía también a la familia de cometas de Júpiter, porque su órbita no se alejaba demasiado del Sol y los paneles solares podrían funcionar bien y porque tenía un tamaño similar al de Wirtanen. Esto es importante porque los cometas pesan mucho, y cuánto más pesan más gravedad tienen, por lo tanto habría más atracción y la sonda que debía aterrizar podría machacarse contra la superficie del cometa al alcanzar mucha velocidad. Al final nos dimos cuenta de que Chury era algo más grande que Wirtanen, y tuvimos que ajustar la fuerza de sus patas para poder aterrizar”, explica O’Rourke.
Sin embargo, hay una razón más, y es que los científicos encontraban realmente interesante a Chury, porque perdía mucho polvo y gas. “Tenía vida, y vida es lo que encontramos cuando llegamos”, bromea O’Rourke, refiriéndose al descubrimiento que hizo Philae, la sonda encargada de analizar la superficie del cometa.
La suerte de perder a Philae
La maniobra de aterrizaje de Philae fue una de las cosas más difíciles a las que se enfrentaron los científicos de la misión Rosetta. Había millones de personas pendientes de esta hazaña. Por primera vez un satélite encargado de estudiar un cometa había despertado el interés del gran público y eso tenía a los científicos realmente contentos, pero también nerviosos.
Sin embargo, hubo dos fallos técnicos a la hora de que Philae se fijase en la superficie de Chury. El primero fue que los científicos contaban con la tercera ley de Newton (cada acción tiene una reacción de igual magnitud pero en sentido opuesto) a la hora de accionar el pequeño cohete de gas que ayudaría a aterrizar a la sonda. Sin embargo, la reacción no se produjo. El segundo problema llegó de la mano de los arpones, que no funcionaron correctamente. Por eso rebotó. “Por suerte”, aclara O’Rourke, sonriente.
“Fue un golpe de suerte porque el sitio estaba muy bien, pero era aburrido (científicamente hablando), el lugar donde terminó resultó ser mucho más interesante. Al final Philae analizó los dos sitios y tuvimos ciencia por partida doble. Fue algo inesperado pero muy bienvenido”.
El cometa Churi nos demostró que somos polvo de estrellas
El módulo Philae pasó seis meses perdido en la oscuridad de Chury, y el momento en el que se desviaba de su planeado punto de anclaje fue preocupante para los científicos que se encontraban en ese momento en el centro de control de la sonda. “Pudimos ver muy rápido que no se había fijado, que estaba rebotando. Sin embargo, nosotros tenemos un dicho: mientras hay vida, hay esperanza, porque hablábamos con Philae, recogíamos datos, había vida. Más tarde pudimos identificar que había aterrizado otra vez que no se había vuelto a mover, así que pudimos respirar y descansar”, recuerda O’Rourke.
En Philae había vida, al igual que en el comportamiento de Chury y, tal y como se pudo ver en los análisis científicos del cometa, también había vida en su interior: los ladrillos fundamentales para la vida, un descubrimiento que se anunció con ilusión la noche del 18 de noviembre de 2014.
“Lo que estábamos estudiando eran partículas y materiales que forman parte de un cometa que existe desde el principio, desde la formación del Sistema Solar. En su interior no ha cambiado nada. Así que el hecho de encontrar moléculas orgánicas que forman parte del ADN de las personas le da la razón a Sagan, somos polvo de estrellas”.
Eva Mosquera Rodríguez (@EvaMosqueraR) es periodista experta en ciencia y misiones espaciales.
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