Es fácil reprochar a los responsables políticos los posibles errores en la gestión de una crisis sanitaria a la que nunca nadie en todo el mundo se había tenido que enfrentar. Y es fácil porque no hay nada más cómodo que ver los toros acodado en la barrera mientras se juzga al torero que se está jugando la vida delante del morlaco y al que se puede instar, sin riesgo alguno para la propia integridad física del observador, a que se arrime más al toro porque está colocado demasiado lejos para el gusto de ese aficionado. Pero para hablar y exigir con un mínimo de autoridad conviene ponerse en el pellejo del que va a realizar la faena.
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