Sánchez no tiene otra cosa que el estado de alarma, que es como si él fuera en coche de bomberos tocando la campana. Sería un coche de bomberos, eso sí, del siglo XIX, porque encerrar a la gente del virus en su casa, igual que del lobo, no parece de esta época, igual que no lo parece que nos pidan usar jabón de escamas. Dejarnos sin estado de alarma ahora mismo sería un “error absoluto”, dijo Sánchez al comienzo de su intervención, y tiene razón, porque cuando uno sólo se ha pedido un coche de bomberos de juguete o de Chaplin y nos ha metido a todos ahí, no hay nada más que seguir en él o chocar contra una boca de incendios de cine mudo, ésas que son como cruces de hórreo.

Ya sabíamos que Sánchez no tenía plan B, como no tiene plan B un chiquillo montado en un coche de bomberos, pero entre Casado y Arrimadas ya se lo han dado.  Ha quedado claro que ésta será la última prórroga. Ni la oposición, ni los propios socios de Sánchez, ni creo que la gente que sale a las calles con los patines de Barbie, van a aguantar más la verborrea cuartelera ni los mapas medievales de Sánchez con eso de hic sunt dracones. El estado de alarma parece una solución desde el mismo nombre, como los zafarranchos de submarino, que suenan a correaje, a tuercazo, a burbujeo y a torpedo en el blanco, un poco a lo que sonaban los generalones y sabios de Sánchez, todos ahí como aguantando la respiración ante el sónar. Pero el estado de alarma no es una solución, sino una herramienta.

La herramienta se entendió y se apoyó, incluso cuando se veía que sólo era un agujero en el que esperar a que pasara todo, mientras seguíamos sin test, sin protección y sin planificación epidemiológica. Pero ahora, con vueltas ciclistas de ruedines por las avenidas, con peluquerías de caniche o de novia de Frankenstein, con surfistas subidos a las palmeras, parece que el mismo Gobierno esté negando que sea necesario eso de que los ministros se reúnan tras alambradas y nos tengan a nosotros también tras alambradas.

Sánchez no tiene otra cosa que el estado de alarma, que es como si él fuera en coche de bomberos tocando la campana

“Todos a la calle y sálvese quien pueda”, se burlaba Adriana Lastra, que se ha ido convirtiendo en una especie de macarra que habla dejando ver el chicle (llevaba ropa vaquera y parecía aquella Madonna de sus primeros tiempos, desafiante, peligrosa y ganchuda de chapas, tachuelas y piercings, como una pirata de auto de choque). “Todos a la calle y sálvese quien pueda”, eso pasaría sin estado de alarma. Y esto lo decía poco después de que Teresa Ribera, la Bruja del Oeste, la María Antonieta del “si no se siente cómodo no abra”, tuiteara esto: “Reconforta ver la Castellana llena de bicis y sus bulevares de ciudadanos corriendo o paseando al perro”. Todo esto con muchos emojis, perros incluidos. Estamos en pleno estado de alarma y la Castellana parece un disco de los Beach Boys. Estamos en pleno estado de alarma y la gente va con la mascarilla de riñonera y con esa desgana de vespa romana en las viseras y las distancias. Estamos en pleno estado de alarma y el metro se llena y la grúa te despierta y el runner te pisa como un tiranosaurio con el pie fucsia. Quiero decir que no parece que esto requiera más estado de alarma que un homenaje a Perico Delgado.

O no hace falta estado de alarma, o el Gobierno se equivoca con un estado de alarma indistinguible de la verbena o de la carrera de sacos. No sé qué sentido tiene un estado de alarma en el que nos sigue salvando y separando del caos solamente el civismo individual. No se puede estar en la calle después de las 11 de la noche, pero la gente se puede apretujar para ver la salida del sol como en una fiesta hippie o druida. No puedes ir de Madrid a Ugena pero se obliga a que todos los posturitas de brazo gordo se reúnan de 8 a 10 en la Barceloneta.

Hay toque de queda y fronteras con abismos, pero se imponen franjas horarias en las que el personal, claro, se va a apelotonar. Puede haber gentío para apretar el culo pero no para pedir una tapa. Y eso que el ciclismo de gordos no hace nada por la economía pero el cerveceo de gordos sí.

O no hace falta estado de alarma, o el Gobierno se equivoca con un estado de alarma indistinguible de la verbena o de la carrera de sacos

La verdad es que van a ciegas, que han diseñado el estado de alarma y el tobogán infantil de la desescalada a voleo, y que sólo nos salva el sentido común, nos dé o no el parte un militar que suena a rifle de madera al moverse, o salga o no Simón cada día igual que Petete.

Van a ciegas porque no hay plan epidemiológico ni test de prevalencia ni trazabilidad de contagios, sólo tablas de leyes arbitrarias y ridículas como reglas amish, únicamente para dar apariencia de actividad, para que suene el cochecito de bombero de Sánchez. Adriana Lastra ensarta en ráfagas (unas ráfagas como de pompas de chicle) las falacias que ni Sánchez se atreve a sacar, pero el estado de alarma no es lo que nos separa del caos ni de que nos corten la luz ni de que nos paguen el ERTE, porque el caos está ahí y el Gobierno puede dar sus paguitas y ayudar a los menesterosos sin chantaje y sin paso de la oca.

“¿Usted cree que yo tengo algún interés en mantener el estado de alarma?”, le decía Sánchez a Laura Borràs, ya después de que Lastra hubiera dejado sus bombas de chicle por allí. Sí, qué interés podría tener. Aparte de mandos supremos, cargos y decretazos colados por la gatera, un Congreso como la ruina de un teatro romano, órdenes ministeriales por encima de las leyes, portales de transparencia cerrados, la Guardia Civil sosegando el clima contra el Gobierno en las redes, o toda la programación para su pose de puente de mando de Star Trek… Sí, qué interés podría tener, además de esto y de la apariencia de acción de un político de triclinio... Lo de Casado no es un desplante ni lo de Arrimadas un apoyo. Son avisos. Ya no habrá más prórrogas para que Sánchez siga dando vueltas en su cochecito de bombero, rojo, endeble y gangoso, como una armónica.