Con 12 añitos, Carlos Slim comenzó a anotar en un cuaderno todo lo que gastaba, lo que ahorraba e invertía. Porque a los 12, Slim ya invertía. Han pasado 65 años de aquello y la fortuna del magnate mexicano, que esta semana ha vuelto a salir de compras por España, ya no cabe en aquella vieja libreta:
“Aquí hice mi primer balance: cuando tenía 40 acciones de Benamex, tenía 6.600 pesos, menos 1.000 que le debía a mi mamá. Era mi capital. Tenía 15 años”, dice el magnate al reportero Diego Enrique Osorno, mostrándole esas páginas amarillentas con sus primeros pinitos financieros, como recoge su libro Slim: Biografía política del mexicano más rico del mundo (Ed. Debate, 2016). Slim continúa su monólogo con orgullo: “Éste es el balance de enero a marzo. Es de 1955 (...); teléfono, 20 centavos (¡mira qué caro era!); torta, 65; taco, limón, camión, 25. Dos cajas de canicas para damas chinas, 3,50”.
Hijo de un inmigrante libanés, el magnate mexicano empezó a invertir con 12 años, ahora tiene una fortuna de 52.300 millones
Su padre era un emigrante libanés que prosperó en Ciudad de México montando una mercería. Murió de un problema cardíaco cuando Slim tenía 13 años, un año después de que lo animara a empezar esa libreta. Y el magnate suele decir que de él aprendió dos de las cosas que lo han llevado a la cima de los ultrarricos de Forbes: a llevar las cuentas y evitar los excesos.
Slim, cuya fortuna se estima en 52.300 millones de dólares (46.500 millones de euros), no usa relojes caros ni automóviles ostentosos. Al igual que Amancio Ortega, que este año le ha tomado la delantera en el ránking de las mayores fortunas del mundo, el mexicano también invierte en lujosas mansiones en la Quinta Avenida, pero hace 30 años que vive en la misma casa de su ciudad natal. Eso sí, a diferencia del fundador de Inditex, Slim sí viste ropa que procede de sus propias tiendas (la cadena Sears). El dueño de Zara no puede hacer lo propio, aunque le gustaría, porque la cadena gallega no fabrica ropa de su talla.
Recuerda a Amancio Ortega en su austeridad y discreción; a Botín padre en que emana autoridad
Pero puestos a buscar analogías, más que a Amancio Ortega, Slim en España recuerda al viejo Botín (al abuelo, no al padre, de la actual presidenta del Banco Santander). “Por el aura de respeto y el poder que emana cuando entra en una sala”, comenta alguien que lo ha visto negociar. “Lo tiene todo en la cabeza, a veces entra solo en las reuniones y sorprende cómo regatea hasta el último céntimo en operaciones millonarias”. De él dicen también que es serio, muy cordial y tremendamente rápido con los números.
De niño, el empresario ha reconocido que sufrió bulling en la escuela por su origen libanés. En sexto de primaria, se lió a puñetazos con un chico tres años mayor harto de que se metiera con él. El padre agustino del colegio en el que estudiaba “hizo lo más inteligente que se podía haber hecho: nos puso los guantes y a pelear todo el recreo”, confiesa en el libro de Osorno. “Mira, en esa época no se trataba de ganar o perder”, continúa Slim. “No había nocaut ni nada. El chiste era aguantar. Ya después no sabías si le pegaste tú más al otro o si el otro te pegó más a ti, pero el chiste era aguantar. Entonces no sabías si ganabas o perdías”.
Hizo lo más inteligente que se podía haber hecho: nos puso los guantes y a pelear todo el recreo
Estudió ingeniería civil y desde muy joven empezó a acumular inmuebles. En los 60, fundó la inmobiliaria Carso, que en los 80 hizo crecer comprando compañías en crisis que luego sacaba de números rojos.
A los 50 años, Slim ya había aprendido a ganar. Gracias a fructíferas conexiones con el Gobierno mexicano, logró el control de Telmex tras su privatización en 1991. Actualmente, es el dueño América Móvil, empresa de telecomunicaciones en 18 países. Pero sus dominios van mucho más allá. Controla un emporio internacional de unas 200 empresas que incluyen la banca, el tabaco, la alimentación, los cosméticos, la hostelería y las explotaciones mineras. También es accionista mayoritario de The New York Times, con cerca del 17% de su capital.
En 1991 se hizo con el control de Telmex tras su privatización, ahora controla un imperio de 200 empresas
En México dicen que allí es imposible pasar un día sin generar beneficios a Slim. Y si sigue ampliando sus tentáculos en España, puede que tengamos que importar el dicho. A este lado del charco, de momento, es dueño del 61% de FCC, tras el paso atrás definitivo de Esther Koplowitz hace unos meses; también controla Realia, Cementos Portland y el Real Oviedo. Y esta semana ha vuelto a los titulares porque acaba de comprar títulos de La Caixa por valor de 100 millones de euros, equivalentes a poco menos del 1% del accionariado.
Es amigo de Felipe González e Isidro Fainé y políticamente no cree en la división entre izquierda y derecha
Con España, además de lazos inversores, a Slim también le unen estrechas amistades. Es de sobra sabida su relación con el ex presidente Felipe González, pero se conoce menos la que le une al banquero Isidro Fainé, presidente de la Fundación La Caixa y de Criteria.
Algunos analistas ven las recientes inversiones del magnate en este banco, en el que ya invirtió en plena tormenta financiera de 2011, más como el favor de un amigo que un interés empresarial. Claro, que a diferencia de la entrada del mexicano en el capital del grupo Prisa en 2011, la del banco catalán sí que le puede resultar rentable. Por cierto que el grupo financiero Inbursa, controlado por Slim, ha apoyado en México la expansión de Gas Natural, la empresa que ahora presidirá Fainé.
Igual que aquel día que con 11 años le tocó boxear en el recreo, también en la bolsa hay que aguantar batacazos. El mayor, el que su fortuna se ha pegado en el último año. Según Forbes, el su patrimonio ha descendido en 27.100 millones de dólares en 2015 (unos 24.100 millones de euros), lo que le ha desplazado del segundo al cuarto puesto del ranking. La razón, el desplome bursátil de un 25% de América Móvil, su principal inversión, a raíz de una reforma de la ley de Telecomunicaciones en México para favorecer más competencia (Slim sigue controlando casi el 70% de ese mercado de telefonía móvil).
En 2015, perdió 27.100 millones de dólares por el desplome bursátil de América Móvil
El ingeniero no cree en la dicotomía entre derecha e izquierda. “Dime, ¿qué diferencia podría haber entre un gobernante sensato, ya sea de izquierda o de derecha, en sus acciones?”, dice en el libro de Osorio. Como si el magnate no alcanzara a entender por qué iba a preocuparle la ideología cuando es evidente que lo realmente importante es el poder.
Además de la autoridad, la riqueza también alimenta las contradicciones. Slim es uno de los mayores filántropos del mundo para unos y un tacaño para otros. Le acusan de pagar poco a sus empleados y entre sus detractores tiene fama de explotar a sus trabajadores. Quienes le defienden, sin embargo, recuerdan que hace poco propuso crear semanas laborales de tres días para reducir el paro. Para unos es símbolo del hombre hecho a sí mismo, el primero que logró encabezar la lista de Forbes habiendo nacido en un país en desarrollo. Y para otros pasará a la historia como el hijo de un comerciante rico, acusado de prácticas monopolísticas para prosperar.
Todos los que le conocen coinciden en algo: es un hombre tremendamente familiar. Adora a sus seis hijos, a quienes considera sus mejores amigos. Su primogénito, Carlos Slim Dormit, se perfila como su sucesor en la gestión. Empezó a delegar en él a raíz de una peligrosa cirugía a corazón abierto en 1997.
De su oficina en el D.F cuentan quienes la visitan que sorprende su sobriedad. La única riqueza que ostenta son los cuadros en las paredes y las esculturas de Rodin - Slim es un gran coleccionista de arte-. Allí está también Los últimos días de Napoleón, del escultor suizo Vincenzo Vela, una obra de bronce que muestra al emperador francés en su lecho de muerte. A Slim le gusta contemplarla porque le ayuda a mantener los pies en la tierra.
Tiene en su despacho una escultura con Napoleón moribundo para mantener los pies en la tierra
También los antiguos generales romanos, cuando desfilaban victoriosos por las calles de la antigua Roma, llevaban tras él un siervo que se encargaba exclusivamente de susurrarles que eran simples mortales, no fueran a confundir su poder con el de un dios omnipotente. Slim tiene para eso la escultura de Napoleón y el recuerdo de los puñetazos que recibía en el recreo.
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