Sánchez no gobierna, gobiernan los expertos y Ayuso. Sánchez parece ahora el más inútil de los hombres, obedeciendo a los médicos de medianoche como un granjero e impotente ante una Virgencita de pueblo perversa que de repente tiene la culpa igual de los muertos que de los gordos. Es difícil concebir más poder en democracia que el de Sánchez durante este estado de alarma.
Sus ministros redactan pósits de rango superior a las leyes y se le cuadran los militares de ropa crujiente y pecho y mangas de astrólogo, dispuestos a vigilar las informaciones inadecuadas. Todo, sin embargo, para que al final decidan científicos con lupa de ver escarabajos y lo arruine todo Ayuso sin más que ir de negro y candelabro. Es increíble que, con tanto poder, Sánchez no mande en nada.
Ahora es Ayuso. Y Madrid. Madrid siempre es una guerra en sí porque desde Madrid se les da cuerda a todos los relojes de España y se ordenan ferroviariamente igual los funcionarios que los soldados, los poetas que los tenderos. Madrid tomada, en este caso por la derecha, ya es una guerra, no hacía falta el virus. Pero si el virus además te va ganando, tanto que el presidente de los primeros planos aviónicos se tiene que esconder como en la taquilla adolescente de los frikis, de los vírgenes con máscara de Darth Vader, de sus comités científicos y sus portavoces humeantes como matraces; si pasa esto, digo, Madrid es un refugio seguro, es la guerra eterna, guerra igual de serranía que de cuadro del Prado. Madrid y la derecha, Madrid y Ayuso.
Por delante de casi 30.000 muertos ponen ahora a Ayuso. Ayuso con lágrimas de vela, Ayuso con piel de mariposa negra, Ayuso muriéndose de pie, Ayuso escayolada de luto, Ayuso de mármol de sombra. Hay 30.000 muertos pero ahí está Ayuso comulgando pepperoni, Ayuso con cocacola, Ayuso dando mascarillas demasiado buenas, Ayuso en un apartamento pecaminoso no de lujo sino de morbo, como de querida de un rico. Hay 30.000 muertos pero un sofá aviolado y una dama goyesca y un teléfono rococó y una terraza babilónica.
Hay que seguir espantándose por las señoras de derechas que rozan las medias con la porcelana, sobre todo si se sospecha negocio con un magnate o con el chófer, una sospecha que viene ya por la manera de abrirle las puertas y por el lenguaje de los abanicos, que suenan a cremallera de espalda. Por delante de todo lo que está pasando ponen a Ayuso como una muñeca de china, Ayuso con la plata de delgados cuchillos (Alejo Carpentier), Ayuso con el collar de perlas arrancado, Ayuso viuda de un Cristo con faldilla, Ayuso con un alquiler de vicetiple.
Entre los muertos y él, Sánchez pone un barracón de científicos todavía como con telégrafo y pone también a Ayuso, porque Madrid siempre fue farallón y saco terrero y además Ayuso tiene algo de cariátide de la Puerta del Sol. Hasta Rafael Simancas, al que el PSOE aún saca de vez en cuando como un muñeco de ventrílocuo o un acordeón, o sea desarrugándolo o desenrollándolo, ha salido ahora con que la escandalosa cifra de muertos no se debe a otra cosa sino a que “en España está Madrid”. El poder de Sánchez es tan inútil que una presidenta con relicario puede arruinar sus estrategias contra el virus, es decir las estrategias de la Ciencia. Es más, bastan el fantasma de Aznar o de Aguirre, con su leve toque de visillo en la oscuridad, para que no sirvan de nada el inmenso conocimiento de sus científicos, ya abarquillados de tanto pensar, ni la desenvoltura y la presteza del Gobierno poniendo medios y dinero.
Sánchez parece asustado, porque aún nos falta pasar por el rescate y por las uvas de la ira antes de avistar elecciones
La verdad es que Ayuso ha cometido errores y ha dicho carnosas tontadas, pero lo de los médicos vestidos de fregona y de braga no lo imponían ella ni Aguirre ni Aznar ni la derecha de Medinaceli, sino el mando único, la compra centralizada y todo aquel protocolo que empezaba en ese Sánchez hablando bajito para que no lo viera el virus ahí detrás del atril o de las centrifugadoras de sus científicos de Jerry Lewis. No era cosa de Ayuso el trajín de mascarillas de los amigos de Ábalos, ni los intermediarios chungos, ni los test que nunca sirvieron o sirven igual que el caldo de pollo. Pero ahí está Ayuso, ahí nos ponen a Ayuso, que es la derecha macabra de pie de crucificado y de santo entierro.
Sánchez parece asustado, porque aún nos falta pasar por el rescate y por las uvas de la ira antes de avistar elecciones. Se diría que Sánchez cree que puede caer pronto y por eso saca la santería fantasmagórica de la derecha y el látigo macarra de Lastra e incluso el despreciable cliché de la mujer tonta. Todo ahora es Ayuso, que además es una mujer muy icónica, con algo de fetiche español, como una morena de cuadro o de cántaro o de guitarra o de botella de aceite.
Pero Sánchez no se da cuenta de que todo esto lo acusa a él. Si una autoridad local puede arruinar sus planes, entonces su mando único, sus decretos, sus provisiones y previsiones, su verticalidad en el dinero, en la ciencia y en el material, su estado de alarma entero, son inútiles. Si Ayuso tiene la culpa, Sánchez es un inútil. Si no, es un cínico. Por supuesto, es Sánchez quien gobierna, no los expertos ni Ayuso. Sería increíble que, con tanto poder, alguien mandara tan poco.
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