Si el tenis español es referencia mundial, si cada año celebra los títulos de Rafael Nadal y compañía, si hay miles de niños que sueñan con ser tenistas, gran parte de la culpa la tiene un señor que cuando no tenía ni diez años se construyó una raqueta con el respaldo de una maltrecha silla que había en su casa. Era la década de 1940, en la dura posguerra, y ese niño se llamaba Manolo Santana.
Fallecido este sábado a los 83 años, Santana nació en una familia madrileña en la que no sobraba el dinero el 10 de mayo de 1938. A Braulio y a Mercedes, sus padres, electricista y ama de casa, les costaba llenar los estómagos. Como para pensar en comprar una raqueta. Así que el pequeño Manuel agarró una silla y se la fabricó él mismo. "Le hice una hendidura con una especie de puño y empecé a darle contra la pared. No había ni cuerdas ni nada", recordó el propio Santana hace ya unos años.
Así empezó la leyenda de Manolín, como le conocían cuando empezó a dar raquetazos. Y seguramente si no hubiera sido por su empeño, el tenis español no tendría hoy la popularidad de la que goza. Es de esos deportistas pioneros. Como Severiano Ballesteros, como Ángel Nieto, como Carlos Sainz, como Fernando Alonso. Gente que rompe moldes en un deporte por puro talento y trabajo. "Mil gracias por lo que hiciste por nuestro país y por marcar el camino de tantos", fue uno de los mensajes que escribió este sábado para despedirle Rafael Nadal, posiblemente el mejor deportista español de todos los tiempos.
Hace unos años, Nadal lo había explicado algo mejor. "Lo difícil es hacer las cosas por primera vez, ser un pionero. Los que venimos detrás lo tenemos más fácil, porque alguien ha tenido que abrirnos el camino y hacernos ver que es posible". Manolo Santana derribó el muro del tenis en España. Y todo empezó casi por casualidad.
Recogepelotas en el Club Velázquez
Su hermano Braulio, algo mayor que él, se ganaba unas pesetas como recogepelotas en el Club de Tenis Velázquez para ayudar en casa. El padre de la familia murió en 1951 por una enfermedad que había cogido en la cárcel y cualquier ayuda era buena. "En mi casa había tantos problemas... Llevar algo de dinero para mi madre era fundamental", señaló el propio Santana.
La madre, Mercedes, le preparaba siempre el almuerzo a Braulio para que comiera en el Club de Tenis. Pero hubo un día que a Braulio se le olvidó cogerla. "Llévasela tú", le dijo Mercedes a Manolo. Y los ojos le hicieron chiribitas. "Me quedé maravillado de ver a las señoras con unas faldas largas, a los señores con pantalones largos y una red de por medio. Cuando llegué a casa esperé ansioso a que viniera mi hermano para decirle: 'Oye, ¿yo podría volver a llevarte la comida el domingo otra vez?'"
"Con Manolo y en esa época cambió el juego y la forma en la que se jugaba a este deporte", dijo Rod Laver, uno de los tenistas más grandes, en una entrevista con El País en 2020
Al cabo del tiempo, el Club de tenis le ofreció a Manolo ser recogepelotas también. Le pagaba exactamente seis pesetas: cuatro iban para su madre y dos las guardaba él en una hucha.
Un ascenso meteórico
Pronto dejó de recoger pelotas para que otros se las recogieran a él. Su desparpajo en la pista y su destreza con la raqueta le convirtieron en el mejor jugador del club. A los 20 años se hizo con el campeonato de España y en ese mismo 1958 disputa por primera vez el torneo de Wimbledon. Su nombre empieza a sonar en los escenarios internacionales.
Tres años después, en 1961, se alzaría con Roland Garros, el primer Grand Slam para un tenista español. Repitió sobre la arcilla de París en 1964. En 1965 conquistó el US Open y al año siguiente llegaría la que fue el mayor éxito de su vida: se impuso en el césped de Wimbledon. Aquel día, bordado en el pecho, llevaba el escudo del Real Madrid.
Tras retirarse en la década de los 70 habiendo sido número uno y con 11 títulos en sus vitrinas, Santana siguió ligado al tenis. Fundó un club en Marbella, ciudad en la que se instaló, y después fue el director del Mutua Madrid Open entre 2002 y 2018, una labor que le granjeó todavía mayor admiración y respeto por parte del mundo de la raqueta. Cada año, iba en persona a recibir a Roger Federer, Novak Djokovic y otras estrellas al aeropuerto.
Quería y se dejaba querer. "Yo soy tenis", solía decir con una sonrisa que se fue apagando en los últimos tiempos. "Voy a ser jugador de tenis e hincha del Real Madrid hasta que me vaya al otro lado".
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