Que la industria del deporte se mueve por y para el dinero no es ninguna novedad. Que para ello visita países de dudosa reputación tampoco sorprende a nadie. Lleva décadas siendo así. Pero en este 2022 se da por primera vez la circunstancia de que los dos grandes eventos del año, los Juegos Olímpicos de Invierno y el Mundial de fútbol, se celebren en dos de los países que están en todas las listas negras en materia de derechos humanos.
Los Juegos de invierno empezarán el 4 de febrero en Pekín, mientras que el Mundial de fútbol se disputará en Qatar del 21 de noviembre al 18 de diciembre. Además, el año deportivo ha arrancado con dos citas de renombre en Arabia Saudí: el Rally Dakar y la Supercopa de España. Mañana habrá un clásico Barcelona-Real Madrid en Riad y el jueves, un Atlético de Madrid-Athletic de Bilbao.
El acuerdo para llevar la Supercopa a tierras saudíes, que está firmado hasta 2029, reporta 30 millones de euros anuales a las cuentas de la Federación Española de Fútbol, que a su vez invierte gran parte de ese dinero en el fútbol base. Pero muchos no entienden la necesidad de llevarse un torneo a 5.000 kilómetros. "Para mí no tiene sentido irse hasta allí para jugar un partido. Ya no se piensa en el aficionado, lo que interesa es generar y sacar patrocinios y nos estamos olvidando de lo básico, el aficionado", se sinceró esta semana Raúl García, del Athletic de Bilbao.
Pena de muerte y derechos LGTBI
Carlos Heras, responsable del trabajo sobre Deporte y Derechos Humanos de Amnistía Internacional, cree que la tendencia que ha tomado la industria deportiva es imparable, pero pide a las grandes entidades organizadoras, como la FIFA o el Comité Olímpico Internacional, que se fijen en otros aspectos más allá del dinero a la hora de elegir las sedes de sus competiciones.
"Es obvio que las implicaciones económicas en estos casos son fundamentales, pero no debería importar más el dinero que los derechos humanos. China y Qatar son dos países especialmente preocupantes en ese sentido", comenta en una conversación telefónica con El Independiente.
"Es cierto que este tipo de eventos pueden ayudar a mejorar la situación de los países, pero lo habitual es que los efectos duren lo que dura la competición", añade. En China, por ejemplo, se vio una mejoría durante los Juegos de Pekín 2008. "Cuando acabaron, la realidad regresó: China volvió a torturar, a practicar la pena de muerte y se acabó la libertad de expresión". Un caso que ha levantado ampollas en la comunidad internacional ha sido el de la tenista Peng Shuai.
Con la Supercopa en Arabia sucedió algo parecido, según recuerda Carlos Heras. "La Federación anunciaba que iba a ser una mejora para los derechos de las mujeres, ya que podrían acceder sin restricciones a los partidos. Pero cinco días después volvían a estar segregadas en los estadios".
La situación en Qatar también es muy criticada. La homosexualidad está prohibida, las mujeres tienen menos derechos que los hombres y muchas ONGs han denunciado la situación de casi esclavitud de miles de trabajadores extranjeros que han levantado los estadios del Mundial de fútbol. El diario The Guardian denunció hace casi un año que 6.500 obreros han muerto durante la construcción de infraestructuras para el Mundial. La mayoría son inmigrantes de India, Pakistán, Nepal, Bangladesh y Sri Lanka.
"Por cosas del destino, la final del Mundial en nuevo y reluciente Losail Stadium de Doha coincidirá con el día internacional del migrante", señala Michael Page, vicedirector de Human Rights Watch en Oriente Medio. "Aunque el país ha introducido una serie de reformas con mucha fanfarria, han demostrado ser inadecuadas para cambiar el equilibrio de poder hacia los trabajadores".
Más compromiso por parte de los deportistas
Desde Amnistía Internacional, Carlos Heras reclama más compromiso por parte de los deportistas. "Es importante puntualizar que nosotros no estamos en contra de estos eventos, lo que pedimos es que las entidades que los organicen los aproveche para alzar la voz sobre los derechos en estos países", indica.
A su parecer, una de las grandes dificultades en este sentido es el silencio de la mayoría de los deportistas. "Hay muchos patrocinios y contratos en juego y en el caso del fútbol es muy poco habitual. Hemos visto algunos casos como los de Manuel Neuer luciendo una bandera arcoiris en partidos de la selección alemana y eso ayuda a llegar a audiencias que en un principio no tienen por qué ser conscientes de la situación de derechos humanos en muchos de estos países".
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