El Wanda Metropolitano albergará este sábado a partir de las 21:45 un encuentro muy especial para la selección española de rugby: enfrente estarán los Classic All Blacks, un combinado de leyendas neozelandesas que todavía siguen en activo pero que ya no juegan en la selección nacional.
No es la primera vez que España recibe a un combinado de All Blacks, la mejor selección de rugby del planeta. Hace 40 años, el 20 de noviembre de 1982, los maoríes neozelandeses visitaron el Central de la Complutense y ganaron por 66-3. "Antológica exhibición de Nueva Zelanda", tituló su crónica del día después el diario ABC. "Podríamos decir que los españoles representaron el papel de un novillero que se inicia y lo encierran con seis miuras", escribió por su parte el cronista de As.
Aquel encuentro reunió a 8.000 personas en las gradas del Central y fue retransmitido por TVE. "Para nosotros, jugar aquel partido fue un triunfo tremendo", recuerda el capitán de España de aquel entonces, Manolo Moriche. Fue Moriche precisamente el que inauguró el marcador en el minuto 13 con un golpe de castigo. Fueron los únicos tres puntos que logró España. El XV del León contuvo durante media hora a los neozelandeses, pero a partir de ahí la superioridad física y técnica de los maoríes se impuso con claridad.
"Era un equipo que rompía el juego desde cualquier parte del campo. Y su juego no se basaba en una delantera de mil kilos para ganar el balón y patear. Su juego era ganar el balón y decidir luego cómo se jugaba. Arriesgaban desde cualquier parte del campo", rememora Moriche.
Un pasaporte perdido y una haka clásica
¿Por qué jugó Nueva Zelanda en España? La primera razón es que la selección maorí estaba de gira por Europa y la segunda tiene nombre y apellido, según escribieron Winston McCarthy y Bob Howitt en su libro Haka: the Maori rugby story. "Gracias a las excelentes gestiones del neozelandés Roger Mahan, que se había instalado en Madrid en 1976 y rápidamente se involucró en la promoción del rugby allí, la Unión de Rugby de Nueva Zelanda acordó convertirse en la primera nación de rugby en enviar un equipo importante", señalaron los autores.
Tras jugar ante la selección de Gales y con algunos equipos de las islas británicas, los neozelandeses aterrizaron en Barajas a mediados de noviembre. Hubo uno, Wayne Shelford, que estuvo retenido en una sala del aeropuerto hasta bien entrada la noche porque no tenía el pasaporte. Lo había dejado en Londres, en una de las maletas que se quedaron en la escala por exceso de peso. Shelford pasó larga horas hasta que en la madrugada llegó un representante de la embajada británica que completó los trámites para un pasaporte temporal.
Shelford, que jugaba de tercera línea, llegó a tiempo para disputar el 17 de noviembre un partido en Barcelona ante un combinado de jugadores españoles. Ganaron los maoríes en el campo de la La Fuxarda por 62-13 en un partido del que apenas hay fotografías ni reseñas en la prensa.
A su regreso a Madrid, los maoríes fueron recibidos en el Ayuntamiento por el entonces alcalde, Enrique Tierno Galván, que el sábado 20 de noviembre volvió a saludar uno a uno a los jugadores neozelandeses sobre el césped de la Complutense. Minutos después, los maoríes realizaron la haka, su baile tradicional antes de cada partido. "Entonces no tenía el marketing de ahora. La haka ahora se ha convertido en un producto sobrevalorado, sobreexplotado y sobreexpuesto", comenta Carlos Encabo, que jugó ante los maoríes con el 9 a la espalda.
Un tercer tiempo con mucha cerveza
Los españoles que jugaron aquel partido recuerdan bien el nombre de Steven Pokere, un centro que anotó hasta cinco ensayos y que rompió alguna cadera que otra. "Yo le recuerdo algún eslalom desde su línea de 22 hasta la zona de marca", señala Moriche. "Y había otro pilier que salía jugando dando caderazos. En ese momento impactaba mucho ver a jugadores tan grandes con tanta técnica".
Tras el encuentro en el Central, las dos selecciones pusieron rumbo al Hotel Convención, el actual Novotel, de la calle O'Donell. La fiesta fue larga, aunque la cerveza, escasa. "Los maoríes fueron directamente al bar y ahí estuvieron recibiendo a todos los seguidores que se querían pasar. E invitaban a todos a cerveza", rememora Moriche. "Bebieron tanto que se acabó", añade Encabo. Hubo un momento en el que el capitán maorí sacó una guitarra y la fiesta siguió -y se acabó- entre canciones tradicionales de Nueva Zelanda.
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