Al pie de la bahía, con el horizonte que tallan los rascacielos al fondo, despunta el 974, un estadio bautizado con el número de contenedores que forman su esqueleto. “Se trata de un estadio único. Está construido con estructuras metálicas y contenedores y será desmantelado después del torneo”, comenta a El Independiente Naser al Jater, vicesecretario del Comité Supremo de Entrega y Legado, organizador del Mundial de Qatar.
El estadio es uno de los tres que llevan ADN español, a cargo de Fenwick Iribarren Architects, un estudio fundado por los arquitectos Mark Fenwick y Javier Iribarren en 1990. “El 974 es el último de los ocho estadios en construirse. Pensamos que, para un país como Qatar, con siete estadios había de sobra. La idea fue buscar una solución innovadora y completamente distinta”, detalla a este diario Mark Fenwick. Y la propuesta se llevó el contrato.
La empresa, cuya sede está ubicada en el municipio madrileño de Alcobendas, se ha trabajado desde entonces con el concepto de “estadio desmontable”. “Actúa como un circo: aparece por una ciudad, se monta y desmonta y va trasladándose de ubicación”, detalla el arquitecto. “Es una solución sostenible que evita los llamados elefantes blancos, los edificios costosos que terminan quedándose como monumentos al desuso”.
Una instalación nómada
Una instalación nómada -como el espíritu de un país que, antes de descubrir sus inmensas reservas de gas, vivía de la pesca de perlas y el desierto- que tiene capacidad para 40.000 espectadores. “Es el primer estadio desmontable usado en un Mundial. Hay otros ejemplos de instalaciones realizadas con andamios y estructuras temporales en eventos deportivos pero no a la escala del nuestro, que cumple con todos los requisitos de la FIFA y la UEFA”, presume Fenwick.
En su esqueleto, formado por contenedores de barco procedentes de una factoría de China, se jugará hasta los cuartos de final. “Cuando nos pusimos con el proyecto, buscamos algo que fuera transportable. La pieza de Lego básica para el transporte en el mundo actual es el contenedor. Es un objeto, además, que tiene que estar homologado para subirse a un barco, ser apilado y viajar”, detalla el arquitecto. Entre las paredes de acero del “rey” del transporte marítimo -el primer periplo de un contenedor acaeció en abril de 1956 en Nueva York-, se ubican todas las estancias del estadio, desde los aseos hasta los palcos VIP.
Todo, incluida la cubierta, es fácilmente desmontable. Se puede empaquetar en esos mismos contenedores y llevarlo a cualquier rincón del mundo
“Todo, incluida la cubierta, es fácilmente desmontable. Se puede empaquetar en esos mismos contenedores y llevarlo a cualquier rincón del mundo”, arguye Fenwick. Una vez concluida la competición, el estadio será empaquetado y su huella quedará borrada de las arenas que jalonan el golfo de Doha. “El principal motivo para desmantelarlo es que, a diferencia de la mayor parte de estadios, 974 no servirá a ningún club de fútbol qatarí. Está asentado, además, sobre una localización estratégica, con vistas al mar, que podría dedicarse a objetivos turísticos aunque aún no hemos decidido que se hará con el terreno”, apunta Al Jater.
A vueltas con su segunda vida
Para su segunda vida, el estudio madrileño ha barruntado una variedad de alternativas, como si se tratara de un juego de bloques. “Una opción es trasladarlo al completo. El siguiente Mundial se celebrará en Canadá, EEUU y México. Se podría llegar a un acuerdo y llevarlo hasta allí”, propone Fenwick.
Otra alternativa es someter a la estructura a un calculado despiece, un ejercicio de Tetris. “Al estar hecho de piezas, se pueden dividir en entre 10 y 15 edificios más pequeños. Es posible convertirlo en un pequeño estadio de atletismo, con todos sus servicios. O usar las esquinas del estadio y hacer una arena de tenis. Hemos preparado un libro de instrucciones en el que se detallan las distintas posibilidades”.
Uno de los escenarios que sopesa el comité organizador es enviar los contenedores a países en vías de desarrollo, donde Qatar financia programas de asistencia vinculados al deporte. Un proyecto trashumante que presume de sostenibilidad en una región de excesos y climas extremos. “974 es el único estadio no climatizado. Hemos construido algo más sostenible. Es un estadio abierto que permite que el aire pase entre los contenedores”, replica Fenwick.
“Realizamos estudios bastante complejos de movimiento de aire y determinamos que el aire puede moverse dentro de las zonas sombreadas. No llega a tener la temperatura de un estadio enfriado pero son temperaturas perfectamente soportables, equivalentes a una jornada de verano española”.
Education City y Al Thumama llevan su firma
La obra más singular de Fenwick Iribarren Architects no es la única que brillará en un Mundial “sui géneris”, que por primera vez se celebra en un país árabe entre los meses de noviembre y diciembre para sortear la canícula del estío qatarí. Otros dos estadios llevan la firma del estudio madrileño: el Education City, encajado en un campus que acoge las principales universidades y la imponente sede de la Qatar Foundation de la jequesa Moza, madre del actual emir Tamim bin Hamad al Zani; y el llamativo Al Thumama.
“El Education City fue nuestro primer estadio en Qatar, comisionado antes incluso de que a Doha le fuera concedido el Mundial. Además de estadio, dispone de piscinas cubiertas, atletismo y una academia de tenis”, expone Fenwick. La buena acogida del proyecto le abrió puertas. “Una vez adjudicado el torneo, nos llamaron para ayudarles en otras licitaciones. Fue así como nació Al Thumama, un estadio con forma de 'gahfiya', el gorro que usan los niños del país. Es un símbolo de la juventud de Qatar, que es también su futuro”.
En pleno boom del ladrillo, un horizonte de grúas ha esculpido durante los últimos años el mapa de estadios, conectados por una red de metro y autobuses también en construcción, con el que la monarquía qatarí persigue deslumbrar al planeta. Consumida la competición, Doha aplicará un inmediato ajuste de cuentas a su legado. La mayoría de las instalaciones -entre ellos, el Education City y Al Thumama- serán destinadas a clubes de la Liga de las Estrellas, la primera división del torneo de fútbol local.
“Además de desarmar el 974, algunos estadios reducirán su aforo y dos cambiarán de finalidad. Por fuera seguirán recordando a estadios pero dentro serán transformados en hospitales, centros educativos, oficinas y alojamiento para los trabajadores del lugar”, pronostica Al Jater. “El 974 es un ejemplo para quienes construyen estadios y gestionan competiciones en todo el mundo”, concluye.
Todo comenzó con los camellos
Mark Fenwick y Javier Iribarren aterrizaron en Qatar a lomos de otra pasión, la que despiertan entre sus foráneos las carreras de camello con jinetes robots -sustituyeron hace una década a los menores de edad-.
El estudio proyectó un “camellodromo” que la concesión del Mundial de fútbol congeló. “El concepto era desarrollar unas instalaciones que pudieran contar con una grada móvil, que fuera siguiendo a los camellos en su trayecto de 10 kilómetros”, relata Fenwick.
Con 450 espectadores, la invención ofrecía una observación privilegiada de unas carreras que llegan a alcanzar los 60 kilómetros por hora. “Suponía combinar la tecnología del siglo XXI con un deporte milenario”, concluye el arquitecto, confiado en reanudar la construcción del edificio cuando el furor del balompié remita.
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