El fracaso es un término especialmente controvertido en el mundo del deporte. Técnicamente, se refiere al hecho de no tener algo el resultado deseado o previsto, aunque su empleo resulta injusto.

La élite únicamente permite la gloria a unos pocos privilegiados. En el caso de los Juegos Olímpicos, el Everest de los eventos deportivos, tres cajones alzan al éxito a los participantes y solo un 10% vuelve a casa de la cita gala con una medalla colgada del cuello.

Las previsiones de la delegación española apuntaban a lo más alto. El plan del COE (Comité Olímpico Español) era, como desde hace ya más de 30 años, superar las 22 preseas de Barcelona 1992; sin embargo, tal y como ocurrió en Atlanta, Sidney, Atenas, Pekín, Londres, Río de Janeiro y Tokio, España vuelve sin cumplir el objetivo.

El chasco de París 2024, con 5 oros, 3 platas y 8 bronces para un total de 16 medallas, es uno de los que más daño hace a la delegación española, que llegaba en el mejor ciclo olímpico de su historia. Victorias, platas y bronces durante tres años en Mundiales y Europeos que no se han trasladado al escenario olímpico.

El arreón final de oros, con el fútbol masculino, el triple salto de Jordan Díaz y el waterpolo femenino en menos de 24 horas, ha dado un empujón a España en el medallero pero no ha saciado el hambre con el que el deporte y la afición llegaba a París.

La barrera de 17 preseas de los Juegos de Río de Janeiro y Tokio -por no hablar de la de Barcelona- sigue ahí, y pese a que esta vez España ha mejorado el papel en el país nipón con dos oros más, la sensación global es que España mereció más.

La imagen de España en los Juegos de París es la del oro de María Pérez y Álvaro Martín en el maratón mixto de marcha junto a la Torre Eiffel, la del oro del fútbol masculino fraguado en la prórroga de un Parque de los Príncipes infernal, la del vuelo de Jordan Díaz y la de la tan perseguida gloria del waterpolo femenino, pero sobre todo es la de las lágrimas de Carolina Marín.

La mala fortuna se cebó con la jugadora de bádminton cuando estaba a unos pocos pasos de su segunda final olímpica. Ese chasquido en su rodilla derecha y el intento de volver a la acción cuando su ligamento cruzado y sus meniscos ya estaban rotos atragantó el desayuno del primer domingo de agosto a todo el país. El revés olímpico en la campeona de los Juegos de 2016 personificó el lamento de España, que ha echado en falta esos detalles necesarios para saltar del diploma al metal.

España se ha topado con el muro del podio en numerosas ocasiones. Los diplomas olímpicos siguen en aumento de unos Juegos a otros y, en el caso de París, España colecciona cerca de 50.

9 cuartos puestos y 20 quintos evidencian la cercanía de España con los puestos de nobleza. El piragüismo, que ya ha adelantado a la vela como deporte con más medallas olímpicas en la historia de España, ha brillado especialemente en París, donde ha coleccionado tres metales: los bronces de Pau Echaniz en K1 eslalom, de Joan Antoni Moreno y Diego Domínguez en C2 500, y de Saúl Craviotto, Carlos Arévalo, Marcus Cooper y Rodrigo Germade en el K4 500. Además, Marcus Cooper junto a Adrian del Río y Antía Jácome se han quedado a un puesto del podio. Y el boxeo, donde se han agarrado dos medallas y se han escapado otras dos, España sí ha demostrado su poderío.

La sangría que ha lastrado el desempeño de España en los Juegos se ha cocinado en los combates del todo o nada, donde la delegación ha sumado un más que discreto 3 de 16 si se tiene en cuenta el 1 de 9 en judo, el 0 de 3 en taekwondo y el 2 de 4 en boxeo.

El todo o nada de las semifinales y las finales de consolación también ha dado la espalda a España en hockey hierba masculino y en fútbol femenino. Mientras el techo de medallas español se mantiene, el subidón de diplomas olímpicos alimenta la esperanza de cara a Los Ángeles 2028, ya entre ceja y ceja para los miles de deportistas que tratarán de conseguir traer el mejor resultado de siempre para España en unos Juegos.