Su existencia rara vez se prolonga más de las 24 horas, pero tiene todo lo necesario para ser una ciudad. “Una ciudad nómada”, apostilla Arnaud Calestroupat, director de logística del Dakar. El vivac se monta y desmonta sobre los pliegues del desierto saudí con la facilidad con las que las caravanas de mercaderes transitaban las dunas de la geografía por las que cruzan ahora motocicletas, coches y camiones.

A mediodía de este lunes la organización del Dakar llevó su trashumancia hasta las áridas afueras de Riad, la capital de Arabia Saudí. Mientras la octava etapa de la sexta edición se deslizaba por los confines saudíes, el séquito que rodea a los pilotos desplegaba sus tiendas y bártulos por el páramo. Algunos aprovechaban el invierno cálido y soleado para tender algunas prendas; otros tantos repon​ían fuerzas en la cantina; y algún otro como Darios Biesevicius, un mecánico lituano de 50 años, descansaba a la sombra del camión de apoyo a uno de los equipos de la competición. “Es cada vez más fácil vivir en un campamento como éste. Hay el número suficiente de duchas; los baños están limpios y nunca falta el agua caliente”, comenta. “Antes cada campo era un mundo. Un día podías llegar al paraíso y al día siguiente al infierno, sin sitio para guarecerse de una tormenta de arena, con frío y sin agua caliente”, agrega.

Seis aviones y 11 helicópteros

El vivac del Dakar es un universo efímero y desconocido que se instala sobre la piel árida de Arabia Saudí, que acoge desde 2020 la competición tras su paso por el norte de África y América Latina en un momento en el que el reino trata de proyectarse al mundo y romper décadas de aislamiento con fichajes estratosféricos en el fútbol o la celebración de las Supercopas de España e Italia y un gran premio de Fórmula 1. En la ciudad errante del Dakar -cada noche en un destino- viven alrededor de 3.500 personas con un centenar de camiones, 70 autobuses, 11 helicópteros y seis aviones.

“Ocupan unas 25 hectáreas y contamos con una decena de vivac que se van moviendo durante la competición”, señala Calestroupat. “Cada uno de los campamentos necesita 10 días de montaje para levantar las estructuras y las carpas, instalar los generadores o preparar el terreno para el paso de los camiones”, detalla el responsable de una enorme operación logística en la que se cuidan todos los detalles. “Nos lleva un año planificarlo todo. Tenemos que preparar más de 9.000 desayunos, almuerzos y cenas a diario y se instalan más de 200 baños”, apunta.

Según avanza la jornada, los equipos van desfilando por la base. A los vehículos rodados se suman los equipos aéreos. “Disponemos de helicópteros que proporcionan asistencia médica durante la carretera. A diario recorren los 500 kilómetros de media que tienen las etapas”, indica Calestroupat. “Las estructuras son fijas y se pueden duplicar pero los recursos humanos no. Ponemos a disposición aviones que diariamente transportan a unas 500 personas hasta el siguiente vivac”.

Sin lujos

En los campamentos del Dakar, en el mar de tiendas de campaña o caravanas, escasean los lujos. Los generadores trabajan día y noche para mantener la electricidad y los camiones cisternas se encargan de proporcionar agua en baños y duchas. “Es curioso pero no existe un único Dakar. Somos alrededor de 400 participantes y cada uno tiene el suyo propio. A diario pasamos como mínimo ocho horas al volante. Se sale muy pronto, te pegas todo el dia en pista con mil incidencias porque siempre pasa algo y, cuando llegas al vivac, vas a lo necesario: cenar, ducharse porque es lo que apetece y revisar el camión con el mecánico”, relata Rafa Lesmes, el piloto del equipo español Dakar por la Vida.

Para que pilotos como Lesmes tengan ese final de jornada, trabajan unas 900 personas de la organización en una coordinación que parece digna de un reloj. Durante las dos semanas de competición, que concluyen este viernes, el Dakar dispone de una decena de vivac. Se duplican las instalaciones y se van alternando a lo largo de las doce etapas. De la enorme jaima que sirve de cantina, con 1.600 metros cuadrados, hay hasta cuatro copias. En sus alrededores, el plano es similar: una sala de juegos, campos deportivos, dos mini supermercados y un escenario con una pantalla gigante.

Es curioso pero no existe un único Dakar. Somos alrededor de 400 participantes y cada uno tiene el suyo propio

Para el sudafricano Corrie Kritzinger, su rincón preferido es el comedor. “Es que la comida es fabulosa. Resulta sorprendente que puedan cocinar así en estas circunstancias”, comenta este primerizo fascinado por el catering y encargado de transportar la mecánica de uno de los equipos. El milagro de la gastronomía ofrecida en uno de los rallis más duros y exigentes del mundo también destaca en el menú del principal artífice de la logística. “Lo más sorprendente para mí es la comida. Pasa desapercibido el desafío que es dar de comer a tanta gente y darle un plato caliente en mitad del desierto. Controlamos el origen de los productos y hemos logrado que más del 90% sea de procedencia local”, subraya Calestroupat.

La sostenibilidad es una de las asignaturas que la organización reconoce con margen de mejora. “En Neom [la ciudad futurista que Arabia Saudí construye de la nada] cocinamos parte de la comida con energía solar. Como medio de transporte de la organización usa​mos bicicletas eléctricas pero seguimos buscando soluciones para tener un vivac más sostenible en los años venideros”, admite el responsable de logística. Un futuro, el de los campamentos que nacen y mueren en cada etapa del Dakar, que seguirá camuflado bajo las imágenes de los pilotos que a diario se lanzan a la hazaña de reptar por los paisajes desérticos en busca de aventuras. 


Fotografías: A.S.O./ A.Vincent/ C.Lopez/ F.Gooden