El abandono de tierras de cultivo en España superó el millón de hectáreas al cierra de 2017. El asunto no sólo apunta directamente a la sostenibilidad económica del sector y el desarrollo de la agricultura, sino que afecta directamente al medio ambiente. Se trata de un golpe directo a la calidad del paisaje y un impulso a la degradación del territorio, en la medida en que favorece la entrada de plagas invasivas y multiplica el riesgo de incendios. Ya lo dice el saber popular: “Un campo cultivado es un cortafuegos natural”.
Según la encuesta sobre rendimientos y superficies de cultivos (Esyrce) 2017 del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación y Medio Ambiente, el total de tierras abandonadas en España es de 1.006.285 hectáreas. Las cinco regiones con mayor nivel de abandono son la Comunidad Valenciana (163.478), Castilla La Mancha (145.928), Castilla y León (130.996), Andalucía (125.870) y Aragón (111.520).
Frenar ese abandono y cambiar la tendencia totalmente es una necesidad prioritaria. Y el concepto de los bancos de tierras, que a la postre es una figura administrativa, se presenta como una buena herramienta para conseguirlo. Los bancos de tierras son una base de datos de personas que ofrecen en alquiler sus campos abandonados.
Pedro García, de 40 años, es vecino de la localidad valenciana de la Pobla de Vallbona. Hace tiempo alcanzó un acuerdo, a través de la Diputación de Valencia y su Ayuntamiento, para comenzar a trabajar los terrenos de la que se convirtió en su arrendataria, una vecina de 70 años. “Empecé a buscar terreno para olivar por la zona, y se me ofreció esta oportunidad. Se trataba de un terreno que seguramente llevaba entre diez y quince años sin trabajar. Me costó mucho tiempo poder recuperarlo de ese abandono. Tuve que podar, abonar, sulfatar y enriquecer la tierra para los olivares”, explica este agricultor valenciano, cuyo acuerdo de alquiler es de cinco años, si bien hubiera preferido haber cerrado el acuerdo por diez.
Luis García, a través de la mediación de la concejalía de Medio Ambiente vallbonense, pudo encontrar a alguien que revitalizase sus tierras: “Desde el principio, nuestra intención iba más allá de lo económico. Valiera más o menos, nos reportase más o menos el acuerdo, lo que queríamos era que la tierra no se perdiese y se cultivase”. Encontró a la persona a través del banco de tierras que ha decidido orientar los cultivos hacia los productos con etiqueta BIO”.
La fórmula de los bancos de tierras están surtiendo éxito en diferentes puntos de España. Solo en la provincia de Valencia hay listadas 39 localidades que aportan terrenos. Una delegación del proyecto agrario europeo ‘Bringing Organisations and Network Development on Higher Levels in the Farming Sector in Europe’ (BOND) —nació el 7 de noviembre de 2017 en Bruselas—, que avala el papel fundamental de los agricultores en el desarrollo sostenible y la organización del sector en Europa, estudió el caso valenciano como ejemplo de éxito.
Si bien es cierto que allá donde se recuperan superficies cultivables se reduce el riesgo de incendios, también hay que recordar los efectos negativos de un uso inadecuado del suelo agrícola: las prácticas muy intensivas y el excesivo uso del arado y los herbicidas acelera la pérdida de suelo. En el actual contexto de cambio climático, cualquier actuación sobre el entorno tiene que estar respaldada por un estricto control de sus consecuencias.
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