El cultivo de algas se observa cada vez más como una alternativa realista y eficiente para contrarrestar varios fenómenos: la rápida pérdida de tierra cultivable en el planeta; la sobreexplotación de los recursos marinos; la contaminación de la industria ganadera y la necesidad de tener que dar de comer a 9.000 millones de personas en tres décadas.
Este tipo de vegetación marina –que incluye tanto microalgas (como el fitoplancton y las micrófitas) como las macroalgas (que son las que más de destinan a la alimentación humana)- tiene un gran futuro por delante. Según la investigadora Elizabeth Elizabeth J. Cottier-Cook, autora del informe "Safeguarding the future of the global seaweed aquaculture industry", publicado por la Universidad de las Naciones Unidas (UNU) en 2016, “la industria de algas marinas lleva 50 años creciendo a un ritmo excepcional, mientras que las capturas de pescado están estancándose debido a la sobreexplotación". El estudio revela además que el 49% de toda la producción procedente del mar corresponde ya a las algas. Más concretamente a la alguicultura, puesto que la recolección de algas silvestres –tradicional en regiones como Galicia- ha continuado más o menos estable.
Es por tanto una industria en pleno auge, que mueve cerca de 6.400 millones de dólares al año y abre una puerta muy interesante a muchos países en vías de desarrollo de África y Latinoamérica. En todo caso, China, con 12,8 millones de toneladas anuales, acapara ya más de la mitad de la producción mundial.
Es un tipo de cultivo relativamente fácil y económico, ya que las algas son de crecimiento rápido. Lo más habitual –por ejemplo en las numerosas granjas que bordean la costa sur de Corea del Sur- es que se cultiven en cuerdas, que se colocan a su vez cerca de la superficie con boyas. Así se asegura que las algas estén suficientemente cerca de la superficie para obtener luz durante la marea alta, pero no rozar el fondo durante la marea baja.
Por otra parte, cada variedad de alga tiene unos requerimientos distintos. Las clorófitas o algas verdes, por ejemplo, absorben principalmente la luz roja, y pueden inducir su crecimiento por encima de la cuerda, donde hay suficiente luz de este tipo. Sin embargo, las algas marrones y rojas absorben la luz verde y azul del espectro, que encuentran a mayor profundidad.
La proteína del futuro
Los principales argumentos en defensa del cultivo de algas son meramente nutricionales. Es una proteína de alta calidad, que constituye una buena alternativa a la carne (igual que los insectos comestibles). Son vegetales ricos en vitaminas, aminoácidos y minerales, lo que las convierte en una materia prima muy versátil, con aplicaciones en el sector de la cosmética y los medicamentos. También pueden ser procesadas como alimentos para animales, fertilizantes ecológicos o biocombustible.
Desde el punto de vista medioambiental, las granjas de algas se perfilan paralelamente como un método alternativo a la intensificación de los sistemas de cultivo terrestres, o incluso para purificar agua de forma ecológica. En condiciones óptimas, el alga marina consume C02, libera oxígeno, limpia las aguas y aumenta la biodiversidad local al favorecer la creación de un ecosistema alrededor de ella.
Así, mediante la colocación de las granjas de algas en los ambientes con nutrientes, los cultivos no requieren la adición de fertilizantes y limpian el agua. Los ríos de todo el mundo transportan aproximadamente treinta millones de toneladas de fosfatos al mar, y las algas podrían absorber algo de forma natural. Así lo demuestran proyectos como el estuario de Oosterschelde de la organización Seaweed Harvest Holland, o la piscifactoría Hortimare (ambas localizadas en los Países Bajos). Esta última está inmersa en el desarrollo de variedades de algas que pueden purificar el agua del cultivo del salmón.
No obstante, el informe de la Universidad de Naciones Unidas anteriormente citado alerta sobre el peligro de que esta industria en auge traiga a largo plazo “problemas medioambientales y socioeconómicos imprevistos”. Se observa con preocupación, por ejemplo, la utilización de fertilizantes para favorecer el crecimiento de algas en aguas que no contienen de por sí suficientes nutrientes. Debemos aprender de nuestros errores y establecer -antes de que sea tarde- una política que regule el sector “para garantizar el equilibrio entre el crecimiento de la industria y la salud de los océanos”.
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