El objetivo de erradicar el hambre y la malnutrición en el mundo antes de 2030 parece cada vez más utópico. Así se desprende del informe sobre el estado global de la seguridad alimentaria y la nutrición presentado por la FAO esta semana, en el que la organización dependiente de Naciones Unidas advierte de que el hambre en el mundo ha aumentado por tercer año consecutivo, hasta alcanzar a 821 millones de personas. O lo que es lo mismo, uno de cada nueve seres humanos. La subalimentación y la inseguridad alimentaria grave parecen estar aumentando en casi todas las subregiones de África, así como en América del Sur, mientras que la situación se mantiene estable en la mayoría de las regiones de Asia.
Un año más, la FAO señala el cambio climático como una de las principales causas de la inseguridad alimentaria en el mundo. El efecto acumulativo de los cambios en el clima –por ejemplo en el acceso a agua potable y el saneamiento- está afectando a la disponibilidad de alimentos, el deterioro de la calidad de los nutrientes y la diversidad en la dieta. De todos los peligros naturales, las inundaciones, las sequías y las tormentas tropicales son las que más afectan a la producción de alimentos. Según el informe, la sequía causa más del 80% de los daños y pérdidas totales en la agricultura, mientras que el subsector de la pesca es el más afectado por tsunamis y tormentas. Un ejemplo de ello fue la crisis alimentaria de 2010 en el Sahel producida por una grave sequía y posteriores inundaciones, que afectaron a diez millones de personas.
De este modo, “la situación del hambre es significativamente peor en los países cuyos sistemas agrícolas son extremadamente sensibles a la variabilidad de las precipitaciones y la temperatura y la sequía grave, así como donde los medios de vida de una elevada proporción de la población dependen de la agricultura. “Los cambios en el clima ya están debilitando la producción de los principales cultivos (trigo, arroz y maíz) en regiones tropicales y templadas y, si no se adaptan, se prevé que esta situación empeore a medida que las temperaturas aumenten y se vuelvan más extremas".
La doble carga de la malnutrición
El estudio llama la atención también sobre un hecho aparentemente paradójico, pero sobradamente demostrado: la inseguridad alimentaria está detrás de los crecientes índices de obesidad en los países pobres. Esto eleva a su vez el riesgo de padecer enfermedades como diabetes de tipo 2, hipertensión, ataques cardíacos y algunas formas de cáncer.
La pandemia mundial de sobrepeso infantil y adulto no es un problema exclusivo de los países desarrollados o de clases sociales pudientes. En 2017, el sobrepeso afectaba a más de 38 millones de niños menores de cinco años en el mundo, y a 672 millones de adultos. El problema es más significativo en América Septentrional pero, según señala la FAO, “resulta preocupante que incluso África y Asia, que siguen presentando las tasas de obesidad más bajas, también estén mostrando una tendencia ascendente”.
La malnutrición no implica necesariamente no comer suficiente. Puede deberse a ingerir alimentos contaminados o de poco o ningún valor nutricional (desafortunadamente, los alimentos procesados y llenos de calorías vacías son muchas veces más baratos y accesibles que las frutas y las verduras). Así pues, la inseguridad alimentaria, además de contribuir a la desnutrición, también contribuye al sobrepeso y la obesidad, lo que explica en parte la coexistencia de estas formas de malnutrición en muchos países. Es lo que la OMS a dado en llamar la “doble carga de la malnutrición”, un fenómeno que supone la convivencia de problemas de salud crónicos (sobrepeso, diabetes..) con otras patologías de desnutrición como la anemia o la desnutrición proteica.
La alimentación deficiente afecta al desarrollo físico e intelectual de los individuos y sus comunidades, dificultando su capacidad para encauzar un camino de progreso y bienestar social. Por ello, la erradicación del hambre y la malnutrición es esencial para el cumplimiento del resto de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (poner fin a la pobreza; mejorar la salud, la educación, la igualdad de género y el acceso a agua limpia y al saneamiento; trabajo decente; reducción de las desigualdades, y paz y justicia, etcétera).
Los datos no dejan, por tanto, demasiado lugar al optimismo. Durante la presentación de los resultados del informe en Roma el pasado martes, el director ejecutivo del Programa Mundial de Alimentos (PMA), David Beasley, concluyó que el objetivo de erradicar el hambre en el mundo para 2030 “no es realista” si se mantiene la tendencia actual.
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