Comemos mucha carne. Lo dicen los médicos, los nutricionistas y también los informes de la Organización Mundial de la Salud. Al año, los españoles ingerimos una media de 51 kilos de carne. Esto equivale a 139 gramos diarios, una cifra que está muy por encima de los 100 gramos diarios de máximo que se aconsejan. Este tipo de dieta no solo es nefasta para la salud, sino que además perjudica gravemente al medio ambiente: la FAO alertó hace un par de años de que la ganadería, junto con la agricultura, generan un 20% de las emisiones de tipo invernadero, es decir, las responsables del cambio climático.
Frente a esto, cada vez son más las personas que intentan pasarse a una dieta más ‘eco-friendly’. Según el informe The Green Revolution, elaborado por la consultora Lantern en 2017, un 7,8% de los españoles se declara ‘veggie’, es decir, vegano, vegetariano o flexitariano. Todas estas dietas contemplan la reducción del consumo de carne, siendo el veganismo la más restrictiva porque elimina todos los productos de origen animal y deja fuera así, además de las carnes o el pescado, los huevos, los lácteos o la miel.
En términos de salud, la comunidad nutricional está de acuerdo en que adoptar una dieta vegetariana o vegana no reduce las tasas de mortalidad por cualquier causa, y sí ayuda a prevenir el cáncer además de enfermedades cardiovasculares. Si hablamos de medio ambiente, lo cierto es que nuestra huella ecológica se reduce al evitar el consumo de carne a la mitad.
A pesar de todas las ventajas, a veces no es fácil dar el paso. A los que llevamos toda la vida siguiendo una dieta omnívora nos surgen preguntas como, por ejemplo, si nuestra cesta de la compra se va a encarecer, si al quitarnos la carne nos van a faltar nutrientes o si va a empeorar el sabor de nuestras comidas.
Coincidiendo con el Día Mundial del Veganismo, nos hemos lanzado a la piscina y hemos adoptado durante una semana una dieta vegana al 100%: nada de quesos, carne, pescado o cualquier alimento de origen animal. Las conclusiones son bastante reveladoras:
El truco está en planificarse un poco
No decimos nada nuevo si aconsejamos ir con una lista de la compra al supermercado. Al igual que una dieta omnívora, la vegana necesita una planificación para evitar comprar a lo loco y que no nos salga a cuenta. En algunos casos, veremos cómo es fácil sustituir unos productos por otro (la leche de vaca por la leche de soja, por ejemplo) mientras que en otros la cosa se va a volver más complicada (encontrar algo que sepa parecido al queso me ha resultado imposible).
La mayoría de platos que cocinas ya son prácticamente veganos
Desde fuera puede parecer que una dieta vegana consiste en alimentos “raros” (hamburguesas vegetales, tofu o seitán), pero cuando te paras a pensar en realidad eso son “caprichos”: la mayoría de los ingredientes de cualquier plato son arroz, pasta, muchas verduras, frutas, granos, legumbres, salsas, frutos secos, patatas. Es prácticamente lo mismo que solías comer antes, pero sin carne.
Te va a faltar una vitamina (pero la puedes encontrar fácilmente)
Tendemos a pensar que las dietas veganas carecen de proteínas, pero no es cierto. De hecho, conseguir la ración diaria indicada de todos los aminoácidos esenciales de alimentos de origen vegetal no supone un gran esfuerzo adicional. El ‘problema’ es la vitamina B12, que no la sintetizan ni los animales ni las plantas, sino unas bacterias que habitan en el suelo. Así lo explica Nacho Gorostidi, quien lleva practicando el veganismo más de 2 años: “Tradicionalmente se conseguía al comer alimentos poco lavados o a través de la carne de animales que la habían conseguido pastando, pero hoy en día esos animales no pastan, así que se les suplementa con vitamina B12 en la comida. Los suplementos de B12 forman parte de ambas dietas, pero en lugares diferentes de la cadena (en un caso se le da a los animales que nos acabamos comiendo, y en el otro la tomamos las personas directamente, que podemos comprar por Internet o en una farmacia a un precio muy asequible)”.
La información oficial brilla por su ausencia
Cuesta bastante encontrar en internet recursos públicos que ayuden a informarte bien sobre todo lo que implica una dieta vegana. Frente a esto, Gorostidi recuerda que él comenzó consultando “la guía de la NHS (la seguridad social inglesa), las conclusiones sobre las dietas veganas de la Asociación Dietética Americana y varios blogs de dietistas-nutricionistas, como el de Lucía Martínez, Dime qué comes”, que considera particularmente claro.
De cañas con amigos: el momento difícil de la semana
Más allá del momento de hacer la compra o cocinar, quizá lo más complicado es afrontar el momento de las reuniones con colegas que no son veganos. En los bares a las bebidas siempre les acompaña una tapa, que en la mayoría de los casos contiene algún producto de origen animal. Hay que tener un poco de cuidado con eso o es bastante probable acabar atiborrada de papas.
El tiempo de adaptación depende de uno mismo
Como cualquier hábito, la adopción de una dieta vegana no es igual de fácil para todas las personas. En mi caso, reconozco que en una semana no me ha dado tiempo a ‘cambiar el chip’, pero otros veganos como Gorostidi fueron llevándola progresivamente: “Yo empecé a seguir una dieta vegana tras ser vegetariano un tiempo y la dejé poco a poco tras unas semanas; unos meses después, volví a retomarla y hasta hoy”. Al final, depende de la persona y de su situación en ese momento.
Todo se reduce a una cuestión de ética y conveniencia
Tras una semana abrazando el veganismo, me he dado cuenta de que todo se reduce a una cuestión de ética y de conveniencia. Salvo casos muy extremos, como los trastornos alimenticios o alergias, los únicos motivos para no seguir una dieta vegana son la comodidad, no querer renunciar a ciertos sabores y el miedo a resentir nuestra salud. Y esto último hemos visto que no ocurre.
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