La televisión, la botella de agua, el cenicero e incluso la bata que te da calor. Mira a tu alrededor y cuenta todas las cosas que están hechas, en parte o en su totalidad, de plástico. Sin embargo, la enorme producción de este material (solo en 2015 se produjeron 322 millones de toneladas, según datos de la ONU) ya no es solo una amenaza para nuestros ecosistemas, sino que su presencia ha llegado también a nuestro organismo. Se trata de los microplásticos, uno de los mayores retos a los que se enfrenta la humanidad.
Son indetectables apenas a simple vista y, con no más de 5 milímetros de diámetro, no solo han invadido los mares, sino que su presencia es tal que han acabado en nuestro estómago. Lo sabemos por una serie de estudios que han ido realizándose en los últimos años, pues es desde hace no mucho cuando el ser humano ha sido consciente de la existencia de los microplásticos.
El último fue presentado hace apenas unas semanas en un congreso de gastroenterología celebrado en Viena (Austria). Los resultados coparon las cabeceras de todos los periódicos: habían encontrado microplásticos en las muestras de heces de personas de países tan distantes como Reino Unido, Italia, Rusia o Japón.
Y aunque se trata de un estudio piloto (la muestra era de apenas 10 personas) es para pararse a pensar, sobre todo teniendo en cuenta que apenas una semana otro estudio publicado en la revista científica Environmental Science & Technology y realizado por Greenpeace y la Universidad Nacional de Incheon confirmaba que más del 90% de las marcas de sal común contienen microplásticos. Sal de la que compramos en el supermercado. “Nos hemos dado cuenta hace muy poco que el problema es brutal”, apunta Julio Barea, responsable de campaña de Greenpeace España. “Hemos estado metiendo la basura debajo de la alfombra, en este caso en los mares, y esa alfombra gigantesca que ocupa más del 70% del planeta se está empezando a llenar”.
De momento se desconoce por completo cuáles pueden ser las consecuencias para la salud de ingerir microplásticos: “No se sabe si se quedan adheridos al estómago, se te quedan en el torrente sanguíneo, o si se quedan en la víscera… no tenemos la menor idea”, reconoce Barea, e insta a las instituciones a que comiencen a plantearse seriamente realizar estudios al respecto.
Mientras esto ocurre y se buscan soluciones para reducir la presencia de microplásticos en el mar (ya se están planteando a cabo algunas desde la UE, como prohibir la comercialización de plásticos de un solo uso como pajitas y platos desechables), los supermercados seguirán vendiendo productos, sobre todo del mar, que contienen microesferas que llegan a nuestro intestino. Hace unos meses la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) presentó una lista de los que más tenían tras haber analizado 102 alimentos de origen marino. Estos son los más significativos:
La sal y, en concreto, la ‘flor de sal’
Dentro de todos los tipos de sal que uno se puede encontrar, la ‘flor de sal’ tiene más microplásticos que ninguna otra. Según la organización, este exquisito condimento ‘gourmet’ que cristaliza en la superficie de las salinas marinas, podría tener altos niveles de microplásticos por una posible “una mayor contaminación ambiental o a su estructura escamosa, capaz de retener más partículas”.
Mejillones, almejas y chirlas
Si con un consumo medio de 5 gramos de sal al día estaríamos ingiriendo unas 510 partículas de microplásticos, según el análisis, con un simple mejillón que te comas, ya has podido haber ingerido más de 178 micropartículas. Con uno solo. Y algo parecido ocurre con las almejas y chirlas, todas ellas tan populares en las cenas de Navidad que se acercan.
Langostas, langostinos y gambas
En tercer lugar están los crustáceos como langostas, langostinos y gambas, cuyo valor está a punto de dispararse de aquí a un mes. Según los análisis, se encontraron la misma cantidad en los tres, y siendo indiferente si se trataba de alimentos congelados o frescos. Eso sí, “sí había significativamente menos cantidad en los que se comercializaban pelados, pues al retirar la cáscara y el tracto digestivo, que se extrae unido a la cabeza, se reduce la carga de microplásticos”.
Pez espada, el atún rojo y el atún blanco
Es difícil cuantificar qué peces son los que más microplásticos tienen en su interior (hace meses un estudio reveló que los mesopelágicos, que viven a 1.000 metros de profundidad y en principio no deberían estar tan afectados por esto, contienen grandes cantidades de microesferas en su organismo) pero, según un análisis realizado en 2015, el pez espada, el atún rojo del Atlántico y el atún blanco del Mediterráneo central, contenían en un 12% de las veces microplásticos.
¿Qué reducir la presencia de microplásticos?
Las acciones individuales también son importantes cuando hablamos de reducir la presencia de microplásticos en los océanos, y todas pasan por intentar utilizar la menor cantidad de microplásticos posible, como de pajitas o bolsas de plástico cuya media de vida en nuestras manos es de apenas 12 minutos y luego tardan más de cinco décadas en degradarse en microplásticos. Junto a esto, Barea recomienda “intentar reutilizar lo máximo posible: los envases, los electrodomésticos o la ropa. Y lo que te quede, depositarlos en los contenedores correctos”, concluye.
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