A comienzos de año, Noruega se saltó las prohibiciones internacionales y autorizó la pesca de 1.278 ballenas, casi un tercio más que en 2017. Era, junto a Islandia, el único país que permitía la caza comercial del animal. Ahora Japón ha anunciado que retomará esta práctica en julio 2019. Con su salida de la Convención Ballenera Internacional (CBI), Tokio pone fin a treinta años de teórica tregua; porque, en la práctica, nunca ha abandonado esta caza, amparado en permisos legales para presuntos fines científicos y de investigación. En seis meses volverá a pescar en sus aguas y se abstendrá, eso sí, de hacerlo en zonas protegidas de la Antártida y el Hemisferio Sur, donde se encuentra el santuario de ballenas promovido por Australia.
Yoshihide Suga, representante del gobierno japónes, justificó la decisión debido a la ausencia de concesiones por parte de los países comprometidos con la prohibición de la caza, pese a que algunos estudios científicos demuestran que hay abundancia de ciertas especies balleneras. El detonante fue el rechazo de la CBI a las propuestas japonesas para establecer una serie de limitaciones que permitieran la caza comercial sostenible sin interferir en la filosofía y objetivo de la propia CBI, una entidad creada en Washington en 1946 e integrada actualmente por 89 países. La iniciativa recibió 27 votos a favor y 41 en contra, entre ellos los de Estados Unidos, Australia y los representantes de la Unión Europea.
Este giro ha hecho reaccionar a organizaciones ecologistas y animalistas, que consideraban la caza de ballenas un asunto ya superado, más allá de aquella con fines científicos. “Los océanos del mundo se enfrentan a múltiples amenazas, como el cambio climático y la contaminación plástica, además de la sobrepesca”, explica Pilar Marcos, portavoz de Greenpeace. “Como país rodeado de océanos, donde las vidas de las personas dependen en gran medida de los recursos marinos, es esencial que Japón conserve sus océanos. Su gobierno hasta ahora no ha resuelto estos problemas”, añade.
Desde la organización consideran que Japón ha tratado de no hacer mucho ruido y de procurar que la noticia pasara desapercibida al anunciarla a finales de año. Sin embargo, ha dado la vuelta al mundo. Además, Greenpeace denuncia que algunas especies de ballenas, como la azul, no se han recuperado pese a los muchos años que se lleva castigando su caza.
La 'caza con fines científicos', un vacío legal denunciado
Sea Sheperd, asociación para la protección de los océanos, difundió en 2017 un vídeo que mostraba cómo algunos barcos japoneses llevaban a cabo la caza amparándose en el marco de los fines científicos. Hasta ese momento, las imágenes habían estado en posesión del gobierno de Australia, que pese a ser una de las cabezas visibles de la CBI decidió ocultarlas y ponerse del lado de Japón. Acabaron viendo la luz tras una orden judicial, y en ellas se aprecia cómo sufren las ballenas al ser arponeadas y cómo son arrastradas hasta el barco, donde acaban muriendo.
Ya en 2014 se determinó que Japón no cumplía las normas que permiten la caza con fines científicos, por lo que detuvo sus actividades en aguas antárticas… hasta 2016. En los últimos tiempos ha cazado una media anual de 333 ballenas por año. En la temporada de pesca 2017/2018, según recoge ‘The New York Times’, capturaron 122 ejemplares embarazadas.
Cuestión de orgullo
Japón también alega que la pesca ballenera es una tradición muy extendida en el país. Sin embargo, pese a que el destino de la carne del animal suelen ser las pescaderías, su población apenas la consume. En tiempos de posguerra era uno de los alimentos más apreciados por su riqueza en proteínas: se comían hasta 230.000 toneladas por año. En 2016, según datos del propio estado japonés, apenas 3.000.
Pese a que la reducción del consumo ha mermado a la industria y ha bajado considerablemente el número de empresas y trabajadores dedicados a la explotación comercial de la ballena, reanudar la caza y tratar de relanzar el sector es casi una cuestión de orgullo. Detrás de la vuelta a la caza furtiva, aseguran los expertos, se esconde un sentimiento nacionalista que tiene en la pesca de ballenas uno de los símbolos de un país con costumbres muy propias que se ve amenazado por la cultura occidental.
El Independiente viajó el pasado verano por aguas del corredor mediterráneo en que los cetáceos y tortugas están, desde este año, protegidos por el Ministerio de Medio Ambiente. Y nos acercamos a las aguas del Estrecho de Gibraltar a bordo del barco Esperanza de Greenpeace, un lugar por donde acceden buena parte de las especies que migran al Mediterráneo a alimentarse y reproducirse, y que tienen que lidiar con una constante hora punta de barcos que cruzan la zona. | Vídeo: M.V, GP.
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