Un problema flota sobre nuestras cabezas, aunque sólo unos pocos sean conscientes. Se trata de la basura espacial, desecho de las misiones emprendidas por la curiosidad del ser humano, que en gran parte pulula en la órbita terrestre, entre los 800 y 1.000 kilómetros de altura. En el último año la cifra ha vuelto a aumentar y comienza a ser preocupante: se han sobrepasando ya los 19.000 objetos, incluido el coche Tesla de Elon Musk que fue adaptado para el vuelo inaugural del cohete Falcon Heavy. Según datos ofrecidos por la Oficina del Programa de Restos Orbitales de la NASA, el año 2016 se cerró con 17.876 fragmentos y el 2017, con 18.835; es decir, el crecimiento es de casi 1.000 desechos por año. Cuando 2018 tocando a su fin se han superado ya los 19.000.
José Alemán Asensi, coronel del Ejército del Aire y autor de un dossier sobre conocimiento de la situación espacial y detección de riesgos, asegura que "la búsqueda y catalogación de los restos de basura espacial se ha convertido en una necesidad para todos los países y agencias espaciales, así como un servicio imprescindible para que los operadores de satélites puedan evitar colisiones. En estos momentos se produce un promedio de un desvío de satélite cada semana forzado por la posibilidad de colisión".
En su trabajo, publicado en la 'Revista de Aeronáutica y Astronáutica' del Ejército del Aire, Asensi estima que cada lanzamiento origina unos 100 elementos entre lanzadores que permanecen en órbita, cubiertas de protección liberadas tras cumplir su función, fragmentos producidos por los sistemas pirotécnicos de separación del lanzador y elementos diversos que se desprenden en el proceso de colocación en órbita.
Esa basura descontrolada puede causar problemas graves. Incluso las pequeñas partículas, debido a la velocidad a la que circulan, pueden tener un efecto negativo y ser peligrosas para satélites, estaciones espaciales y cohetes. De hecho, en esa especie de autopista de locos se producen con frecuencia accidentes, y a veces graves, como en 2009, cuando chocaron dos grandes satélites: el estadounidense Iridium 33 y el ruso Kosmos 2251, ya fuera de servicio. Aquella explosión originó numerosos escombros que siguen chocando una y otra vez, de manera sucesiva, mientras reducen su tamaño. Los expertos en basura espacial tienen precisamente miedo de esta reacción en cadena. Hasta han bautizado ese temor como ‘el síndrome de Kettler’: las colisiones originan tantas partículas diminutas que, en algún momento, será imposible enviar más satélites al espacio e incluso los vuelos espaciales serán inviables.
Rusia y Estados Unidos, a la cabeza
La NASA elabora cada año un informe en el que contabiliza la cantidad de satélites activos o inactivos que han sido lanzados o bien bajados de sus órbitas para ser hundidos en el mar. Rusia encabeza la lista de países que más basura espacial aportan. De manera desglosada, 6.590 objetos corresponden a la Comunidad de Estados Independientes (antigua URSS), seguida por Estados Unidos con 6.401. En este 2018 Estados Unidos gana a Rusia por 80-72, si bien el gigante norteamericano viene de un 2017 especialmente preocupante en el que aumentó su cuota en más de 600 objetos. El tercer país que más ha ensuciado el espacio es China, con 3.987 escombros y 124 en el último año.
El 'U.S Space Surveillance Network' (SSN) es el programa de la NASA encargado de controlar la basura espacial; una iniciativa desarrollada por el Gobierno de Estados Unidos cuyo principal objetivo es detectar, controlar, catalogar e identificar la basura. También se encarga de predecir cuándo y dónde caerá un objeto de nuevo en la Tierra, cuál es su posición en el espacio, detectar nuevos cuerpos residuales en el espacio y a qué país pertenecen, además de informar a la NASA si estos objetos interfieren con la Estación Espacial.
Un robot para la recogida
La basura también puede caer en lugares habitados del planeta, pero el riesgo es bajo. Las diminutas partículas caen de manera continuada ya que tras las colisiones, estas se ven frenadas, no pueden seguir en su órbita, se hunden y se dirigen hacia la Tierra. Por ahora nadie ha resultado herido. Los expertos de la Agencia Espacial Europea (ESA) calculan que tienen lugar cuarenta impactos al año en todo el mundo. Se trata de piezas grandes que soportan las grandes temperaturas, pues de lo contrario se desintegrarían al entrar en la atmósfera terrestre.
Otra de las grandes cuestiones es si será necesario recoger esta basura del espacio. Los expertos aseguran que no, pero siguen trabajando, para ver cómo se puede recolectar. La ESA ha desarrollado un satélite que atrapa con una red o un robot a los satélites inservibles y luego, junto con la masa de basura espacial, la hunde de forma controlada en la atmósfera para que se desintegre. El proyecto se llama e.Deorbit y comenzará su labor en 2023.
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