Verano de 2015, Valencia. En el interior del tronco podrido de un chopo, un enorme enjambre de abejas trabaja a destajo. Es una de las centenares de colmenas que han encontrado cobijo en la ciudad en los últimos años. Solo en 2018, el Centro de Coordinación de Emergencias ya ha recibido 460 avisos por presencia de este tipo de colonias en la capital del Turia.
La migración de abejas desde medios rurales hacia los urbanos es generalizada y se debe, cómo no, a la acción del hombre. Cuando una colmena llega a la madurez, se divide. La reina más adulta se traslada junto a su enjambre para formar otra colonia. Pero el campo ya no es siempre el lugar idóneo para llevar a cabo esta empresa. El entorno agrícola se ha convertido en un ambiente hostil para estos insectos: los monocultivos solo ofrecen una floración anual, por lo que pasan hambre el resto del año; los pesticidas agrícolas las intoxican, y la sequía las mata de sed. El coordinador del Observatorio Municipal del Árbol de Valencia (OMAV), Santiago Uribarrena, asegura que desde hace años “la tendencia global es que migren a los entornos urbanos, donde encuentran agua en las fuentes públicas, diversidad de flora que les proporciona polen todo el año, temperaturas más cálidas y menos pesticidas que en los campos”.
El 80 por ciento de la polinización mundial depende de las abejas
Todos los productos que generan las abejas son beneficiosos. Incluso su veneno, la petoxina, está indicado para el tratamiento de enfermedades. Isabel Aviñó, técnico de divulgación del OMAV, relata su sorpresa cuando observó el colmenar del chopo de la plaza del Cedro de Valencia: “Era un árbol enfermo, pero toda la zona que las abejas habían cubierto con propóleo estaba libre de la infección”.
El poder polinizador de estos insectos es vital para la seguridad alimentaria de la humanidad, así que la alarma mundial que ha generado la dramática reducción de las poblaciones de abejas está más que justificada. Este mensaje se ha traducido en la aparición de colectivos sociales en todo el mundo dedicados a la preservación de las abejas.
El caso de Valencia es paradigmático porque allí el movimiento conservacionista trabaja con el apoyo de la administración municipal. El OMAV, en colaboración con bomberos y apicultores, se encarga de cuidar de los nuevos enjambres que llegan a la ciudad, de la divulgación de la importancia de estos insectos y de la elaboración de una ordenanza municipal que regule su presencia urbana, según explica Aviñó.
Actualmente hay casi 900.000 abejas en la azotea de la sede del Observatorio y en la del Museo de Ciencias Naturales de la ciudad. “Más abejas que habitantes”, apunta Uribarrena, y aún así no se ha producido ni un solo incidente por picaduras en un espacio por el que cada día circulan miles de personas. A pesar de ello, es necesario extremar las precauciones y no acercarse a un colmenar sin la protección adecuada. Los expertos recomiendan mantener la calma si esto ocurre por error; la mejor opción es no molestarlas, puesto que atacan cuando se ven amenazadas.
Panales de ciudad en pleno Washington DC
En España la apicultura no es legal en entornos urbanos. Se la considera una actividad de explotación ganadera que debe mantener una distancia mínima de 400 metros de ciudades, pueblos o establecimientos públicos. Existen sin embargo colmenas de observación y experimentales en Madrid y Barcelona, entre otras ciudades. Acogiéndose a esta salvedad, el hotel Ibis La Garena de Acalá de Henares, instaló un colmenar en su azotea en septiembre, convirtiéndose en el primer hotel urbano del Estado con abejas en el edificio.
Para llevar a cabo esta actividad, un grupo de trabajadores del hotel acudieron a Jesús Manzano, perito judicial en apicultura y miembro de la red Ecocolmena, especializada en la conservación de las abejas. No pueden utilizar su producción, pero recibieron un curso de formación para acercarse a las abejas con seguridad y siguen la tutoría del apicultor que les visita regularmente para observar la evolución y el estado de salud de la colmena.
Para Manzano, la importancia de la presencia de estas abejas en el hotel de Alcalá de Hernares es sobre todo simbólica. En su opinión, el verdadero papel de estas colonias está en el campo y en los bosques, donde reside el grueso de la biodiversidad y la principal fuente mundial de alimentos. Su cercanía es una manera de crear una conciencia ciudadana que influya en las decisiones políticas, puesto que está en juego la supervivencia del ser humano como especie.
Hay sin embargo otros países donde las colmenas urbanas están reguladas por ley. Sin ir más lejos, algunos hoteles de lujo han querido demostrar que se puede convivir en perfecta armonía con las abejas: el hotel Lancaster de Londres, el Westin París−Vendome y el Jumeirah de Fráncfort albergan panales en sus azoteas y ofrecen la miel a sus huéspedes. El Waldorf Astoria de Nueva York ha llegado a cobijar a más de 45.000 abejas.
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