¿Ha calculado alguna vez el tamaño de su huella de carbono? Es muy sencillo y puede hacerlo de forma rápida a través de las numerosas aplicaciones al alcance de cualquiera en Internet. Le formularán una serie de preguntas. Las primeras, normalmente, relacionadas con el consumo de su vivienda: gas natural, gasóleo, GLP, carbón… Luego tendrá que consignar si viaja en avión con frecuencia, o sus hábitos al desplazarse por la ciudad, ya sea en coche, moto o transporte público. Por último, le preguntarán por algunas cosas más en una pestaña identificada como ‘Otros’, en la que le preguntarán por sus hábitos de alimentación. De forma genérica, sin tanto desglose, casi de pasada.
Y sin embargo, la alimentación supone casi la cuarta parte de las emisiones totales de carbono a la atmósfera, según detalla el informe ‘Cálculo y etiquetado de huella de carbono en productos alimentarios’. “El consumidor medio ignora que lo que compra en el supermercado esté contribuyendo al calentamiento global”, apunta el doctor Emilio Chuvieco, uno de los responsables de la investigación en la Universidad de Alcalá, que pone de relieve la necesidad no sólo de concienciar a la sociedad sobre las emisiones de CO2 que genera su dieta, sino de transmitirle la información necesaria para que pueda moldearla con mayor criterio y conforme a baremos ecológicos.
Según Estela Díaz, del departamento de marketing de la Universidad Pontificia de Comillas -también participante en el estudio-, lo único que el consumidor tiene “totalmente claro” al comprar es el precio; luego tiene “más o menos claros” los ingredientes de los productos y su repercusión en la salud, pero se le escapa el concepto de huella de carbono en la alimentación. “La intuición no es buena consejera”, resalta el profesor Chuvieco, que pone un ejemplo claro: todos asociamos el aceite de oliva con una dieta sana, pero su huella de CO2 es alargada por culpa... del proceso de envasado. En el ciclo que obtención del producto, este atraviesa distintas fases (cultivo, fabricación, transporte… incluso el reciclaje) en que se invierte una determinada cantidad de energía y materias primas. Por no hablar de los residuos.
“Nuestro deseo es que todo lo que se consume tenga una etiqueta con la huella de carbono emitida”, propone Chuvieco; “no podemos diluir la responsabilidad. Todo tiene una huella de carbono asociada”. Las etiquetas son la principal herramienta para transmitir este conocimiento, pero no la panacea, al menos tal y como las conocemos hoy. Es difícil reparar en la información que cada producto incorpora; y si se repara, su letra pequeña dificulta la lectura.
Etiquetas sencillas y eficaces
Por ello, este grupo ha realizado también un estudio piloto al respecto, para determinar cómo debe ser una etiqueta al tiempo asequible y eficaz. “Se partió de un estudio de 2010 con todas las etiquetas sostenibles, donde habíamos visto que el uso de la etiqueta por parte del consumidor está determinado por la notoriedad, la credibilidad y la aceptación del etiquetado”, explica Carmen Valor, también de Marketing de Comillas. Su propósito era estudiar el contexto en el que se produce la compra y entender qué elementos de la etiqueta lleva al consumidor a aceptar ese etiquetado y proponer la etiqueta ideal para este asunto.
Partieron del etiquetado de advertencia -el de las cajetillas de tabaco-, el nutricional y las ecoetiquetas. “Parece que la mejor opción podría ser la combinación de información textual y pictórica. Solo el símbolo de un pie o huella no funciona”, avisa Valor. Al observar la reacción de los participantes en este estudio piloto comprobaron que la valoración en forma de caras sonrientes o tristes favorece también la aceptación de la etiqueta, lo mismo que el uso de colores con el código de un semáforo. Cuanto más sencillo y llamativo todo, mejor.
En la actualidad, en España una etiqueta debe contener la siguiente información: la denominación del producto; los ingredientes, con su indicación cuantitativa (y si pueden causar alergia o intolerancia); la cantidad neta, la fecha de caducidad (o de duración mínima); algunas más prácticas, como condiciones especiales de conservación y de utilización o modo de empleo; información nutricional; nombre y dirección del operador de la empresa alimentaria; país de origen o lugar de procedencia; el lote, y el grado de las bebidas alcohólicas (si supera el 1,2% del volumen).
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