En el campo, los agricultores se pasan media vida mirando al cielo y la otra, al suelo. Esperando estación tras estación el maná divino en forma de agua y rompiéndose los sesos en la búsqueda de las mejores condiciones para su cultivo. La primera de las premisas está fuera del alcance del hombre y se podría recurrir al rezo a la espera de que entre una borrasca y descargue; en la segunda, existe un amplio abanico de opciones para lograr el mejor producto posible. Para abordar este último escenario, de un tiempo a esta parte, el hombre se ha planteado con absoluta responsabilidad el uso de fertilizantes que contribuyan a la reducción de emisión de gases de efecto invernadero a la atmósfera y que primer la sostenibilidad del ecosistema. Uno de los problemas que se viene planteando el mundo agrícola es cómo mejorar las proteínas de las plantas de cultivo con el objetivo de aumentar el valor nutritivo de los alimentos destinados a la población para el consumo en la mesa. Ante esta situación, algunos expertos se han decantado por otras fórmulas que van desde la obtención de productos suplementarios al cambio de hábitos alimentarios pasando por los comestibles no convencionales. En este escenario se plantean alternativas viables y la más aceptada por los expertos es la mejora directa de los alimentos.
Abordamos una transformación no solo social, sino también empresarial, porque las empresas están invirtiendo en innovación constante para lograr elaborar productos más saludables. Este impulso permite suprimir o reducir algunos de los componentes de los alimentos, manteniendo la seguridad, el sabor y la textura, haciendo por lo tanto que el producto sea más saludable y que siga siendo aceptado por los consumidores. Con la teoría encima de la mesa, ahora hay que aplicar la técnica. Alcanzar esa mejora de la agricultura pasa por el desarrollo y uso de los biofertilizantes, ya que la legislación tiende a exigir la sustitución de los productos convencionales por fórmulas menos contaminantes. “Hace 20 años desarrollamos y pusimos en el mercado los productos sin residuos o ‘producto 0’. Lo más importante, entonces, fue darle un enfoque ecológico y saludable para el aplicador, el consumidor y el medio ambiente”, comenta Rubén Menéndez, gerente de Agrolaboratorios Nutricionales, una empresa referente en el sector.
Los fertilizantes son fundamentales para incrementar la producción de alimentos, especialmente después de la introducción de variedades de alto rendimiento. Sin embargo, un problema global es que el rendimiento se ha ido reduciendo como resultado de una fertilización desequilibrada, y de la reducción en el contenido de la materia orgánica de los suelos. Esto se debe a las malas prácticas derivadas de la agricultura moderna. La aplicación de fertilizante consume combustibles fósiles y añade mucho CO2 a la atmósfera. Casi la mitad o menos de los fertilizantes aplicados son utilizados por los cultivos, el resto se pierde en el ambiente agua-suelo-atmósfera. Un pequeño porcentaje se convierte en potente gas efecto invernadero, lo que contribuye a las emisiones de gases efecto invernadero. Por lo tanto, los sistemas agrícolas que utilizan gran cantidad de insumos no son sustentables porque se basan en combustibles fósiles finitos. “Nosotros nos decantamos por la elaboración de productos de alta calidad y que fuesen rentables para el agricultor. Nos decantamos por los nutrientes con calidad farmacéutica o de alimentación humana. No usamos residuos de otras industrias. En otra línea, apostamos por sustancias bioprotectoras como fertilizantes filosanitarios. No son plaguicidas, pero ayudan a las plantas a combatir las plagas”, añade.
En un sentido estricto los biofertilizantes no son fertilizantes que dan directamente la nutrición a las plantas, sino que son cultivos de microorganismos como bacterias, hongos y algas verde-azules, envasados en un material de soporte. Por lo tanto, el término puede definirse como un preparado sólido o líquido que contienen cepas de células vivas o latentes, que son eficientes para la fijación de nitrógeno, solubilizadores de fosfato o microorganismos celulolíticos, para su aplicación a las semillas o la planta, con el objetivo de aumentar el número de esos microorganismos y acelerar los procesos microbianos que aumentan el crecimiento, así como la disponibilidad de nutrientes que pueden ser fácilmente asimilables por las plantas cultivadas. “La planta absorbe y digiere de manera más fácil el fertilizante. Al ser menos agresivo el proceso, no se satura el suelo, no se ven afectadas las aguas residuales ni tampoco los insectos. En definitiva, se mantiene el hábitat”, señala.
La nutrición vegetal
Para los productores no existe una diferencia significativa, ya que podrán aplicar este tipo de productos de manera similar en sus cultivos, pero el resultado mejorará la producción y será más respetuoso con el medio ambiente. La clave de dicha evolución está en la nutrición vegetal. Para diseñar una estrategia de producción es necesario aplicar una cultura de nutrición excelente, ya que un recorte en cualquier componente hará disminuir de manera drástica el potencial de la cosecha y también se verá dañada la calidad del producto.
Queda claro pues que no solo hay que abordar la nutrición desde el punto de vista del aporte del fertilizante, y que la tierra y los cultivos los gestionen a su manera, como se había hecho toda la vida. Ahora hay que dar un paso más. Hay que estimular, hacer que el cultivo reaccione bien potenciando el volumen de la raíz y pelos absorbentes o aumentando el sistema defensivo de la planta. También es aconsejable mejorar la mineralización del suelo con técnicas poco invasivas o reducir el efecto negativo de la salinidad.
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