Más allá de defensores y detractores, existen numerosas teorías de todo tipo para explicar cómo afecta la energía nuclear al medio ambiente. Desde las que aseguran que es la más cuestionable de todas las fuentes de energía disponibles hasta los que la ven como una técnica altamente eficiente y económica en comparación con otras, e incluso relativamente limpia respecto al resto de combustibles fósiles. El asunto resulta espinoso, sobre todo ahora que todo se mira con lupa con la aspiración de alcanzar un mundo más sostenible.
Hace sólo unas semanas, el Consejo de Seguridad Nuclear (CSN) firmó un convenio con la Universidad de Castilla-La Mancha (UCLM) para que ésta se encargue del Programa de vigilancia radiológica ambiental durante los próximos cuatro años en el entorno de las centrales nucleares José Cabrera (en pleno proceso de desmantelamiento) y Trillo, en la provincia de Guadalajara. Este procedimiento consiste en evaluar y vigilar el impacto radiológico ambiental de las instalaciones nucleares y radiactivas, así como la calidad radiológica del medio ambiente. Más allá de este caso concreto, la vigilancia radiológica opera en todo el territorio nacional. Sus objetivos principales son detectar la presencia y vigilancia de la evolución de los elementos radiactivos y de los niveles de radiación ambiental, así como determinar las causas de los posibles incrementos de los niveles en el medio ambiente.
Se diría que son planes marciales y casi obsesivos. Mediante redes de vigilancia repartidas por todo el territorio español, se llevan a cabo muestreos y análisis para constatar que una zona es segura para la población, la flora y fauna del territorio teniendo en cuenta que existe un nivel de radiación natural.
La contribución humana
El planeta está expuesto a radiaciones ionizantes de energía, procedentes del espacio exterior. En los elementos básicos de nuestro ambiente (suelo, agua y aire) existen radioisótopos en concentraciones variables de un lugar a otro, con los que el ser humano ha convivido desde siempre y cuyo impacto radiológico se suma al ocasionado por las radiaciones procedentes del exterior. Además, algunas actividades humanas contribuyen también de algún modo a incrementar la presencia de elementos radiactivos en el medio ambiente. Es el caso de las aplicaciones de isótopos radiactivos en medicina, agricultura, industria e investigación, la producción de energía eléctrica a partir de energía nuclear, los residuos que se originan en los grandes movimientos de tierras para la explotación de yacimientos minerales de uranio, la minería de sales de potasio, la explotación de rocas fosfóricas…
El principal problema que encierra la energía nuclear, junto con el del miedo a los potenciales accidentes, es cómo gestionar los residuos. Estos pueden durar miles y miles de años, y conservar su poder radiactivo. Por lo tanto, deben estar custodiados y encerrados en los cementerios nucleares, que son una salida a corto plazo pero no una solución definitiva, teniendo en cuenta el tiempo que deben permanecer bajo tierra y aislados por completo, hasta que no supongan una amenaza para las personas y para el medio ambiente.
Con este panorama y ante la estrecha vigilancia tanto de las asociaciones ecologistas como de los propios gobiernos centrales y regionales, los procedimientos de seguridad que se aplican en las centrales y otras instalaciones nucleares incluyen una vigilancia exhaustiva del impacto radiológico sobre el medio ambiente.
Control periódico
El Consejo de Seguridad Nuclear realiza inspecciones periódicas y establece programas de control sistemáticos para garantizar que la zona se mantiene segura. Durante las inspecciones se recogen y analizan muestras de la zona de influencia de las instalaciones y la mayoría se recogen en las principales vías de transferencia de los elementos radiactivos a la población. El sistema usa varias salvaguardias como, por ejemplo, el análisis de las muestras por parte de dos laboratorios diferentes para comprobar el grado de concordancia de los resultados obtenidos por ambos. Esta red permite conocer los niveles de radiactividad del aire, las aguas y el suelo, de alimentos básicos como la leche y de una dieta completa. Está formada por una Red de Estaciones Automáticas que vigilan en tiempo real la radiactividad en la atmósfera. Por otra parte, en la Red de Estaciones de Muestreo la vigilancia se realiza mediante la toma de muestras y su posterior análisis radiológico. El método es similar, con la diferencia de que la vigilancia la realiza el Consejo de Seguridad Nuclear con la colaboración de un conjunto de laboratorios e instituciones españolas.
Con todo este debate, hay datos que sostienen e incluso impulsan el mantenimiento de las centrales nucleares. Durante los últimos 50 años, la utilización de la energía nuclear ha evitado la emisión de grandes cantidades de gases de efecto invernadero (GEI) en todo el mundo, comparable a la evitada por la energía hidroeléctrica. Las ventajas de la energía nuclear para la mitigación del cambio climático, entre otras, son la razón por la que muchos países han decidido introducir la energía nuclear en sus sistemas eléctricos o ampliar su participación, manteniéndola como una opción principal en sus cestas energéticas.
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