Caixabank se ha reforzado con accionistas potentes y estables ante la transformación que se avecina para el mapa bancario español. La venta del 9,9% de su capital es mucho más que un mero traspaso de acciones. Sobre el papel es achacable a la necesidad de recabar fondos para financiar la Oferta Pública de Adquisición (OPA) sobre el portugués BPI. Pero la operación tiene un trasfondo de calado al ejecutarse en un momento decisivo para el sector, donde todos los competidores afilan las armas ante la vuelta de tuerca que se avecina.
Los movimientos de la cúpula de Caixabank en las últimas 48 horas han sido frenéticos: la entidad ha logrado hacer las paces con la empresaria angoleña Isabel Dos Santos para pactar su apoyo a la OPA, se ha desprendido en el mercado de casi un 10% de sus títulos y ha logrado la adhesión de accionistas de la talla de Mutua Madrileña y Carlos Slim. Ambos se suben al barco cuando Caixabank -y la totalidad del sector- encaran un presente complicado y un futuro extremadamente convulso.
La banca española, transformada de los pies a la cabeza por la desaparición de las antiguas cajas de ahorros, está condenada a competir en una carrera con demasiados obstáculos. A corto y medio plazo, las entidades han de lidiar con un escenario de tipos de interés por los suelos, que presionan sobremanera los cimientos básicos del negocio bancario: captar depósitos y prestar dinero. Y al igual que le sucede al resto de empresas de este país, deben convivir con un panorama económico incierto. Al otro lado de la frontera, la recuperación aún es débil: en la última revisión de sus pronósticos, el Fondo Monetario Internacional (FMI) adjudicó un tímido crecimiento del 1,4% a la Eurozona en 2017. Y el Brexit es una amenaza latente, real y grave, agazapada tras un espejismo (la Bolsa británica cotiza en máximos). Dentro de España, el panorama tampoco está libre de nubarrones. Los bancos tienen que convivir con una carga regulatoria creciente y un panorama político convulso. Que no haya Gobierno, ni reglas claras del juego a la vista, atasca las decisiones de inversión y dificulta la adopción de decisiones estratégicas.
El horizonte tampoco está despejado, sino todo lo contrario, en el largo plazo. Al igual que otros negocios, la banca sufre la embestida de la digitalización. Esta conlleva la necesidad de adaptarse a la transformación de los hábitos de los consumidores. En una encuesta reciente de KPMG, 20 altos directivos españoles del sector reconocían que el 91% de los clientes usarán el móvil de manera “bastante o muy frecuente” para realizar sus operaciones bancarias (ver gráfico adjunto). El porcentaje de quienes utilizarán la web es similar y un tercio apenas pisará la sucursal.
El cóctel de problemas y desafíos obliga a la banca a moverse. Para disminuir el gasto, algunas entidades están ajustando plantillas y cerrando sucursales (sólo el Popular recortará este año 2.800 empleos). Para afrontar las crecientes necesidades capital, otras están esperando a que se abran ventanas de oportunidad en el mercado para captar dinero fresco. El problema surgirá cuando se agoten ambas vías. Es entonces cuando se acelerarán los movimientos de concentración, activados desde hace meses. “Todos estamos hablando con todos”, admite un directivo del sector.
Que habrá fusiones es evidente. Pese a la potente reestructuración que ha sufrido el sector (antes de la crisis había medio centenar de entidades) aún sobrevive un grupo de bancos pequeños (BMN, Abanca, Unicaja, Bankinter o Liberbank), que conviven con entidades de talla media (Sabadell o Popular) y grande (Santander, BBVA, La Caixa y Bankia). Todo en un momento en el que algunas voces reputadas reclaman movimientos transfronterizos. A excepción de las multinacionales que presiden Ana Patricia Botín y Francisco González -que ya tienen dimensión global- y de Bankinter y Banca March -centrados en nichos de negocio muy concretos-, todas las entidades son protagonistas potenciales de una fusión. Las combinaciones son múltiples y el resultado final dependerá, sobre todo, de quién golpee primero, puesto que obligará al resto a reaccionar con mayor o menor urgencia.
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